sábado, 26 de septiembre de 2009

Discriminación

Un artículo de Alfonso Ussía, publicado en La Razón de ayer, sobre la perversión del lenguaje en nuestros políticos analfabetos.

 

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Discriminación

De subvencionados vamos hoy. Es decir, de chulos. Es decir, de personas sin talento que viven a costa de los impuestos de los demás

Alfonso USSÍA – La Razón – Opinión - 25 Septiembre 09

Estos cursis se han inventado la «discriminación positiva». La acción de discriminar no puede resultar positiva en ningún caso. Hay que estudiar mejor el lenguaje y sus tesoros. No me acostumbro a oír o leer en los informativos de radio y televisión y en los periódicos que ha tenido lugar, en cualquier rincón del mundo, una «catástrofe humanitaria». Lo humanitario es aquello que beneficia a la humanidad, y una catástrofe jamás puede resultar beneficiosa. Sólo si la catástrofe afectara a todos los imbéciles que hay sobre la piel de la tierra, podría ser considerada humanitaria, pero no es factible. Un terremoto, un maremoto, una hambruna, una inundación -lo escribo bien porque no soy del PNV-, o un incendio devastador pueden ser catástrofes humanas, pero no humanitarias. Un miembro de «La Cultura» y del Sindicato de la Ceja, se quejaba hace poco, con elegante verbo, de la incomprensión que la sociedad española dedica a los cineastas. «La gente ignora que una película nos cuesta un huevo de la cara». Podría haber dicho que una película cuesta un huevo, pero no de la cara, porque en la cara no hay huevos, sino ojos, que era el símil buscado pero no encontrado por el cultísimo subvencionado. De subvencionados vamos hoy. Es decir, de chulos. Es decir, de personas sin talento que viven a costa de los impuestos de los demás. Hasta ahora, a los chulos del sistema no se les miraba el sexo. Pero la ministra de Cultura y guionista de cine (?) Ángeles González-Sinde, que fue receptora de subvenciones y ahora se dedica a repartirlas entre sus colegas, se propone dar más ayudas a las películas hechas por mujeres que a las producidas por hombres. Añade a la frescura de recibir dinero público a cambio de la falta de talento, la característica del sexo. Y ha llamado a esta estupidez «discriminación positiva». Discriminar -insisto-, es seleccionar excluyendo. Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos o de género. No es posible hallar en un trato de inferioridad, en una exclusión caprichosa o racista, religiosa, política o de género, nada positivo. Resulta que la señora ministra, con todos mis respetos, es un tarugo, o una taruga, no se me vaya a enfadar por discriminarla por sexo en su versión alcornocal. Y los subvencionados se han levantado en armas dialécticas contra las subvencionadas, porque no entienden -y razón les sobra-, que la tenencia de un lapicero o de una huchita sea motivo suficiente para dar a las portadoras de la segundas más subvenciones que a los poseedores de los primeros. Si la señora Sinde llama a su propuesta «discriminación caprichosa», o «discriminación arbitraria», no estaría ahora escribiendo ni de ella, ni del cine español, ni de las mujeres ni de los hombres, ni de las subvenciones ni de los impuestos mal administrados, porque me aburre una barbaridad. Pero lo de la «discriminación positiva» se me antoja tan culturalmente necio y contradictorio, que no tengo más remedio que recomendarle la adquisición del Diccionario de la RAE, que lo deja casi todo clarito y facilón. Es decir, que para hacer cine malo que no ve nadie, es mejor ser tía que tío. La «Cultura».

 

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Stone, el idiota

Un interesante artículo de Carlos Herrera, sobre este director norteamericano, adorador de Chávez. Sin comentarios...

 

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STONE, EL IDIOTA

  

  
Arenas movedizas, por Carlos Herrera – XL Semanal, 20 de sept. de 2009

El gusto por los dictadores de izquierdas, tan propio de los euroidiotas y del no menos idiota latinoamericano, llega también hasta el norte del continente del otro lado del mar. Hugo Chávez, militadorzuelo metido a chimpancé, acaba de cautivar al cineasta Oliver Stone. No sorprende el flechazo: Stone ya cayó rendido a los pies de Fidel Castro cuando concluyó el par de publirreportajes que rodó en la isla al servicio de la causa revolucionaria. En aquellas ocasiones, el director neoyorquino le realizó un largo masaje al tiranosaurio cubano y reconoció haber quedado fascinado por el paraíso político surgido de la larga dictadura castrista. Evidentemente, la fascinación por Chávez era cuestión de poco tiempo: en la Mostra de Venecia ha tenido los santos atributos de presentar un nuevo y valioso documental hagiográfico de tal personaje y de alguno de sus secuaces compañeros de aventura izquierdista extrema. Sudamérica se ha convertido en un parque temático para los nostálgicos de los regímenes de eternas revoluciones pendientes: les causa un delirio indescriptible comenzar el viaje por la Nicaragua del ladrón y violador Daniel Ortega, seguir por la Bolivia del agreste Evo Morales y concluir en el Ecuador del iluminado Rafael Correa. Si de paso le echan un vistazo a los peronistas y peligrosos Kirchner, la felicidad es completa. Por supuesto, Venezuela, el laboratorio del momento, el motor del socialismo americano, no puede faltar. A idiotas como Stone, la izquierda que le interesa no es la sensata y contemporánea izquierda de Chile o de Brasil, sino la fanática izquierda que sigue teniendo su vaticano en La Habana. Y de países como Colombia, de lejos el más serio y estable, aunque acuciado por el narcoterrorismo de los amigos de Huguito, ni hablemos. Indudablemente, tener a un energúmeno del tamaño de Chávez como objeto de estudio y poder estar cerca del mismo para hacerle actuar en exclusiva en un largo panfleto fílmico resulta tan atractivo como privilegiado. Usted actúe y yo pongo la cámara. Todo el histrionismo de un chalado del tamaño del ex paracaidista venezolano es poco menos que un tesoro para un retratista de sensaciones fuertes como el amigo Oliver: igual se pone a saltar que a cantar a voz en grito, y eso es muy fílmico, muy expresivo. Stone, como ese puñado de intelectuales de intelecto asimétrico que sólo tienen ojos para un campo de visión, es el tonto útil que siempre han tenido a su alcance los dictadorzuelos. O los grandes asesinos, como Stalin, que, a pesar de esquilmar al pueblo ruso, encarcelarlo, torturarlo, deportarlo y fusilarlo, siempre tuvo un poeta a mano que le cantara las excelencias. Neruda, sin ir más lejos: ¿cómo se compagina ser un delicado e intenso poeta y, a la par, adorar a un salvaje tirano?

La más que apreciable obra fílmica de Oliver Stone no se corresponde con ese papel de baboso de cámara de tipos como los anteriormente mentados. ¿Se puede por igual crear algo tan sólido como Platoon o JFK –o como la cinta dedicada a The Doors, con un curioso Val Kilmer en el papel del siempre deseado Jim Morrison– y a la par morir de fascinación por un payaso como Chávez o por un caudillo déspota, opresor y empobrecedor como Castro? Él, al que tanto le inspira la guerra de Vietnam, en la que peleó y a la que tanto metraje de película ha dedicado –de la que ha logrado transmitir la idea de brutalidad, la de la presencia absurda de lo mejor de la juventud norteamericana parte de la cual volvió en ataúdes–, podría reflexionar acerca de los muchos jóvenes cubanos muertos en la no menos absurda guerra de Angola, en un conflicto que ni le iba ni le venía a Cuba, a la que Castro dedicó ingentes cantidades de dinero, esfuerzo que restó a partes productivas del país que bien lo necesitaban, y a la que envió lo mejor de un par de generaciones de hombres. Angola sería un buen argumento para una cinta de Stone, en lugar de esas aburridas entrevistas a sus líderes amados en las que no se sabe qué es peor, si las preguntas del idiota o las respuestas del canalla.

 

domingo, 20 de septiembre de 2009

Boinazo y revista Semana

En España, existe desde hace muchos años, una empresa: "Prisa", dueña del periódico El País y la radio SER, que se han caracterizado por un apoyo furibundo al partido socialista, lo que le ha sido recompensado con concesiones y prebendas, no siempre claras, a cambio de retorcer la noticia y la verdad, en forma, a veces insultante para el lector.

Ahora, el presidente del gobierno de España, ha desviado sus favores hacia otra empresa de comunicación nueva, lo que ha motivado el enfado de sus antiguos valedores, y que explica las dos editoriales que envié hace días, donde ¡Al fin!, se dan cuenta de que ZP, no hace todas las cosas bien, como decían hasta hace unas semanas.

Tanto ZP, como este grupo de comunicación, se han mostrado siempre muy amigos de Chávez, Morales y toda la panda de descerebrados que pululan por Iberomérica, y como Prisa, tiene también intereses en Colombia y otros países, quizá se explica la tendencia de la revista Semana y otros periódicos colombianos hacia el chavismo, las FARC y todo su entorno.

Eso explica la salida de tono del Ministro de Defensa de Colombia, cuando ZP se mostró tan proclive a "mediar" entre Venezuela y Colombia. Se puede decir de forma más diplomática, pero la realidad es, que esa "mediación", viene pervertida desde el principio, por una inclinación hacia una de las partes, y lógicamente, las autoridades colombianas, dicen: "No, gracias".

Parece que, el periodismo, como tantas cosas de la vida moderna, se está pervirtiendo por el afán de ganar dinero, olvidándose de los valores, lo que hace que, los periodistas honestos que todavía quedan, brillen con más luz, entre la Pléyada de mercenarios, que están infestando el periodismo, la justicia, la educación y todas las actividades humanas, en forma progresiva…

Los dos artículos que anexo, nos explican muchas cosas, sobre este tema…

 

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Boinazo

ALFONSO USSÍA – La Razón – Opinión - 20 Septiembre 09

Decía Pepe Oneto, muchos años atrás, que el poder consiste en moverse y desenvolverse en la parte superior de la boina, la del pitorro.  Por encima, muy pocos. Bajo la boina, los demás. Todo se cuece encima de la boina.  Nadie que no tenga acceso al altiplano de la chapela, tiene la más mínima posibilidad de mandar.  El poder del sistema se halla en el plano superior de la boina, y sólo cambia cuando alguien, más poderoso que los que habitan la azotea de la boina, la vuelve del revés.  Boinazo.

Falleció Jesús Polanco. Era el patrón, el gran empresario. Se puede decir mucho a favor y en contra del hacedor de Prisa, pero no negarle el mérito y la inteligencia empresarial.  Su mano derecha, Juan Luis Cebrián, cometió algunos errores importantes. Se halla recuperándose de una eventualidad episódica y le envío mi respeto y buena voluntad. Javier, el sobrino predilecto, dimitió de su cargo, y en Prisa se suceden las malas noticias, nada aliviadas por su impresionante deuda.  Zapatero le debe su poder a Prisa. Sin su ayuda, no habría ganado las elecciones después del maldito, en todos los sentidos, 11 de marzo de 2004. Golpe de Estado o Golpe de Opinión, pero Golpe. Y le entregaron el poder en bandeja.  Los que opinan que influyeron los pancarteros y pegatineros del cine son unos ingenuos. Esos mueven doscientos votos, los suyos propios.  Pero «El País» y la «SER» ocuparon la trinchera de la manipulación, y consiguieron no dar la vuelta a la boina, sino a la tortilla. Pero el de Valladolid no es agradecido. Y con Miguel Barroso, persona cercana y de gran inteligencia, se apresuró a desmontar el tinglado de Prisa, a lo que contribuyó la enfermedad y desenlace de Jesús Polanco.  La Sexta, Mediapro y todo lo demás, presidido por el falso «buenismo» del médico de familia.  Y a Prisa, que la zurzan.  Boinazo.

Mientras no se demuestre lo contrario, Prisa es una gran empresa que pasa por graves problemas financieros. Sus dos negocios fundamentales, «El País» y la «SER», perderían potencia e influencia si el resto del imperio cayera con estrépito. Y de todo eso, sólo se beneficiaría el nuevo sostén del socialismo de hoy, que nada quiere tener que ver con el de Felipe González y sus catorce años de Gobierno. Ahora, y gracias a sus socios soberanistas, han aprobado la TDT de pago en el Congreso.  Dice Sebastián que se ha terminado con veinte años de monopolio. Es falso.  La televisión de pago de Prisa es la unión de dos licencias concedidas a dos empresas tan distintas como distantes. Y la TDT del Gobierno es una concesión fantasmal. Ni hay aparatos ni tarjetas en el mercado para acceder a ella. Pero se aprueba su desarrollo con anterioridad a su disposición para ser vista. Boinazo contra Digital Plus.

Y un lío. Cuando se anuncia que sólo podrá ser visto el fútbol en la TDT de pago –algo había después de tanta gratuidad, la ciudadanía se lanza al  mercado y no encuentra nada. Digital a dedo. Zapatero quiere matar al mensajero que tantos servicios le ha cumplido.  No teme a Prisa.  Sabe que el enorme edificio que han creado los suyos con el médico de familia a la cabeza le sostendrá en el poder.  Que no se confíe. Los monstruos heridos son muy peligrosos.  Y si se sienten despechados, aún más. Si hay boinazo, que Zapatero se agarre al pitorro.

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Señor

ALEJANDRO SANTOS RUBINO
DIRECTOR REVISTA SEMANA
Bogota

Hace muchos años soy suscriptor de Semana y he tratado de asimilar el motivo por el cual usted y todos sus colaboradores tienen como constante un antiuribismo a ultranza y un deseo de que la violencia vuelva a entronizarse en este lacerado país.

Me quedé perplejo cuando en la edición 1421 de Julio 27 a Agosto 3 de 2009, su revista se atrevió a publicar un articulo titulado SEMESTRE NEGRO (paginas 36 y 37) en donde en una apología INSÓLITA a favor de los terroristas daban por ganadora a la FARC, dizque porque "las bajas de los guerrilleros disminuyeron en un 60% pero la de los soldados aumentaron en un 26%"; asimismo, a sabiendas de que solo el 3% de la población apoya a la FARC, ustedes absurdamente la consideran como contra parte legal bélica y no como un grupo por fuera de la ley y comparándola con una empresa formalmente  organizada, afirman: "La mano de Alfonso Cano empieza a sentirse en la FARC. Su orden ha sido cuidar las fuerzas, usar minas en todas partes y aprovechar cualquier oportunidad para golpear la fuerza publica. Analistas coinciden en que las FARC sufrieron una reingeniería". Se precisa ser muy apátrida y carecer de conmiseración hacia los heroicos soldados, civiles inermes y niños inocentes que mueren o quedan mutilados por esta clase de armas vedadas en todo el orbe, en especial por la Convención de Ginebra, para tornarse en corifeos de terroristas y hacer eco de esta desvergüenza, solo para desacreditar la política de seguridad democrática.

En dicho articulo no existe la mas mínima crítica al infame uso de las minas  eufemísticamente denominadas por ustedes Reingeniería y por el contrario dejan la impresión de que se  solazan con la matanza de nuestros soldados, tratando de insuflar al desprevenido lector, la creencia de que el señor Cano es un  gran estratega militar y que  las armas que utiliza, son ortodoxas  y con ellas van a derrotar al para ustedes, "belicista" "Presidente Uribe," olvidándose que la violencia afecta a la comunidad, en los campos y las
ciudades y no a ustedes, que desde cómodos escritorios y modernos computadores, al calor de un buen sorbo de café matinal, atizan la hoguera, atemorizados, inexplicablemente,  por una tercera reelección.

Empero, la copa se me rebosó como lector, por el contenido de la Edición 1426, agosto 31 a Septiembre 7, cuando a contrario sensu de lo que piensan la mayoría los colombianos que vimos el debate por Televisión en Bariloche y las versiones de otros periodistas colombianos y foráneos, ustedes, con un sesgo insoslayable, deforman la verdad para pontificar, como aserto inconcuso, en Portada multicolor, con encabezado gigante y tipografía monumental, que "Colombia  AISLADA. A pesar de que Uribe tenía la razón, al país no le fue bien en Unasur". En las páginas 24 y siguientes,  narran  con visión parcializada lo que acaeció, dejando la sensación de que sus reporteros padecen de una  interesada miopía intelectual, cuando se trata de irse lanza  en ristre contra  Uribe y contra Colombia,  si ésta en el extranjero, está personificada en  el señor Presidente actual.

Es muy diciente comprobar que casi todos los periodistas nacionales, excepto los de Semana, están acordes en afirmar que Colombia ganó en Bariloche.   Mauricio Vargas, Plinio Mendoza Apuleyo y Alberto Schlesinger, entre otros, periodistas autónomos en sus conceptos y libres en sus apreciaciones, coincidieron en el periódico El Tiempo y en Portafolio, sobre la digna y ejemplarizante representación de Colombia en Unasur, que deparó decorosos resultados. Sin embargo, lo que más duele como colombiano, es verificar que mientras ustedes crucifican a la Patria, los periodistas venezolanos son unánimes en darle la razón a nuestro país; verbigracia, el columnista Alexander Cambero, del Universal de Caracas, en Septiembre 2 de 2.009, en un artículo titulado: "Chávez: derrota en Bariloche", luego de  expresar su inconformidad por la manera como el señor Chávez intervino a nombre de Venezuela, haciéndola caer en el ridículo, opina: "...Contra todos los presagios, Álvaro Uribe Vélez y Colombia salieron ilesos de la cumbre. Lograron colocar nuevamente el tema de las FARC en el tapete, demostrando la relación embrionaria que existe entre el grupo terrorista y la gestión de Hugo Chávez. Cómo le cuesta al primer mandatario venezolano, llamar asesinos a estos facinerosos. Se volvió a denunciar la presencia de importantes figuras del Secretariado en territorio patrio. Una vez más guardaron silencio cómplice. ¿Será que los miles de inocentes asesinados, secuestrados y mutilados son menos importantes que servirles de albergue a semejantes sabandijas de la raza humana?..."

Qué contraste entre la reseña de Semana y lo que deja en claro este escritor venezolano, imparcial, valeroso y veraz.

No me resisto a exteriorizarles que me hastié de su Revista y sus colaboradores. Me causa repulsión y casi asco leer al señor Coronell; al señor Vlado y su Aulestia; a la señora  Duzán; al señor Caballero y al pseudo humorista Daniel Samper Ospina, por monotemáticos fatigantes, denotando un cálamo concurrente evidente, cuando semanalmente mamarrachan, movidos por su avidez parar desprestigiar a nuestro Presidente, presa permanente de sus resquemores.. Pregunto, si éste desaparece por causas naturales o por atentados, (muchos de sus malquerientes, en su interior, se sentirían felices), o si no desea un tercer mandato, ¿de qué van a escribir estos energúmenos enemigos de la verdadera democracia? ¿O quizá emigrarán a Venezuela para servir de mercenarios de la pluma en favor del señor Chávez   ya que si no lo hacen, carecerán de la libertad de expresión, que plena, sí existe en Colombia? ¿Se sentirán encantados de zurcirle panegíricos a éste seudo Bolívar del siglo 21, .que al igual que el tiranuelo Juan Vicente Gómez, da cimiento a sus ataques e irrespetos, en las reservas de millones de barriles de petróleo que en su singular percepción, los considera propios y no de la comunidad venezolana?

Ignoro cuándo finaliza mi suscripción, que es antiquísima. Es obvio, que no la renovaré y no sé si me pueden retornar el dinero por los ejemplares que restan. Si no es así, no me incomodo, puesto que a partir de la fecha, las que reciba, sin abrirlas, las enviare como bazofia al lugar que se merecen para que mis hijas y  mis nietos no se contaminen mentalmente  creyendo, lo que ustedes sugieren semanalmente: EL PRESIDENTE URIBE ES UN DICTADOR CORRUPTO, PARAMILITAR Y NARCOTRAFICANTE,  MIENTRAS EL SEÑOR CHAVEZ ES LA PERSONIFICACIÓN DEL MANDATARIO  QUE IDEALIZÓ PLATÓN EN SU GRAN OBRA .  "LA REPUBLICA".

 

viernes, 18 de septiembre de 2009

Zapatero, a tus zapatos

Que España está perdiendo a chorros prestigio y respeto internacional, se lo están diciendo al presidente, desde Vargas Llosa, hasta los diplomáticos españoles y las organizaciones internacionales, por la manía de Zapatero, de rodearse de "amigos" de dudosa conducta, pero él, sigue erre que erre, con perjuicio de todos nosotros, porque, al fin y al cabo, Zapatero parasará, pero España continuará, y le costará muchos esfuerzos y años, recuperar la situación de respeto internacional que este irresponsable está dilapidando.

El ministro de Defensa colombiano, ha dicho una frase que, se sale de las costumbres diplomáticas, pero que expresa con toda exactitud, la consideración que se merece el actual gobierno español. Después, el ministro Silva, presionado por sus colegas colombianos, ha rectificado, y ha explicado que él viene de gentes trabajadoras y rudas, por lo que no está por el lenguje diplomático, pero la realidad es, que ha expresado con toda exactitud, la situación que España ha asumido, pegándose, inexplicablemente a cuanto chisgarabís anda por el mundo...

 

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Colombia rechaza la mediación de España: «Zapatero, a tus zapatos»

A. MARTÍNEZ-FORNÉS | MADRID - 17-9-2009

Los amigos de mis enemigos no son mis amigos. Algo así debía estar pensando el ministro de Defensa colombiano, Gabriel Silva, cuando ayer rechazó, de la forma menos diplomática posible, el insistente ofrecimiento del Gobierno de España para mediar en la crisis que protagonizan Colombia y Venezuela. «Zapatero, a tus zapatos», espetó el ministro cuando fue preguntado por una periodista de la emisora colombiana Caracol Radio sobre el ofrecimiento del presidente del Ejecutivo español.

La entrevista se desarrolló de la siguiente manera. Una periodista preguntó: «Ministro, ¿Colombia estaría considerando esa mediación, esos buenos oficios, que ayer (por el martes) reiteró el presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, para dialogar con Venezuela y superar esta crisis diplomática?». Y Silva respondió: «Yo le contestaría a él que... Zapatero, a tus zapatos». Otro periodista agregó: «Ja... Zapatero a tus zapatos... Óigame, ministro, cuándo se va a firmar finalmente...». La entrevista continúa y, al final, el locutor resume las declaraciones del ministro de Defensa, recuerda los recientes viajes oficiales de los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez, y de Bolivia, Evo Morales, a España y añade: «Zapatero a tus zapatos es un zapatazo duro».

El Ejecutivo insiste

Lo cierto es que el Gobierno de España se ha ofrecido de una forma excesivamente insistente para mediar entre Venezuela y Colombia, tras el conflicto surgido entre ambos países con motivo de la autorización a Estados Unidos para utilizar bases militares colombianas. Primero lo hizo, en julio, el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, durante un viaje a Venezuela y Brasil; a principios de agosto lo reiteró la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, durante otro viaje a Colombia, y el martes volvió a insistir en ello Rodríguez Zapatero, durante la rueda de prensa que ofreció con el presidente de Bolivia. «España siempre está dispuesta a facilitar y trabajar para aproximar posturas entre Venezuela y Colombia», afirmó el presidente del Gobierno, y añadió que Moratinos está «dispuesto» a ayudar si ambos países lo juzgan «oportuno».

Podemos ayudar

La falta de respuesta por parte de Colombia no disuadió lo más mínimo al Gobierno de Zapatero y el propio ministro de Exteriores volvió ayer a insistir con el tema en el Senado, donde afirmó que el Ejecutivo está haciendo «todos los esfuerzos para rebajar la tensión entre Colombia y Venezuela». «Creemos que podemos ayudar a que el reencuentro entre Venezuela y Colombia pueda ser posible y eso es lo que hemos estado haciendo durante los últimos meses, semanas, incluso durante los últimos días, incluso hoy mismo (por ayer)», insistió.

A pesar de tan machacona insistencia, lo cierto es que el Gobierno de Colombia no tiene el menor interés en la mediación de España en su conflicto con Venezuela. Además de la respuesta cortante que ofreció el ministro de Defensa, ayer también se pronunció sobre esta cuestión el ministro de Exteriores, Jaime Bermúdez. Con mejor estilo, pero el mismo sentido. También en declaraciones a Caracol Radio, el canciller colombiano afirmó: «Agradecemos el interés y la disposición que tiene España (...) pero consideramos que en este momento no debe haber una facilitación o mediación». Según las declaraciones recogidas por la agencia Efe, el ministro agregó que Colombia «no ha cerrado los canales de comunicación con Venezuela (...) hemos mantenido la voluntad de interlocución y nunca hemos hablado de romper relaciones».

 

El embrollo fiscal

Segunda parte del editorial del periódico El País, (que era, hasta ayer, el periódico "oficial" del gobierno"), cuya primera parte "En la pendiente", se publicó ayer

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El embrollo fiscal

Subir los impuestos es ahora una decisión de alto riesgo; los vaivenes del Gobierno causan alarma

ELPAIS.com  - Opinión - EDITORIAL - 17/09/2009

 

Con toda seguridad, el embrollo fiscal que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha organizado este verano con anuncios sucesivos y contradictorios, rectificaciones, desautorizaciones y vuelta a empezar, ha sido uno de los factores que más ha contribuido a extender entre los ciudadanos la sensación de improvisación y falta de rumbo ante la crisis económica. Su comparecencia en el Parlamento -cabe recordar que a petición propia- sólo añadió confusión, de tal manera que, a día de hoy, la opinión pública todavía desconoce con exactitud qué quiso decir al anunciar un aumento fiscal de 15.000 millones en 2010.

Ni subir impuestos es automáticamente de izquierdas ni bajarlos de derechas. Ni lo primero equivale a políticas sociales ni lo segundo a estimular la economía. La política fiscal es, sencillamente, otro instrumento de redistribución. Y como tal debe ser manejado con rigor y competencia. Por eso están fuera de lugar los anuncios imprecisos e irreflexivos de subidas de impuestos: no queda claro por qué razón Zapatero confirmó en Italia, en una surrealista conferencia de prensa con Berlusconi, que estudia también aumentar los impuestos indirectos, cuando debió hacerlo el día anterior en el Parlamento, y no lo hizo.

El objetivo fundamental de la política económica es sostener el bienestar de los ciudadanos. Y lo que está sucediendo en España es que se está reduciendo a ritmos inquietantes el PIB por habitante, en gran medida porque lo está haciendo el empleo. El paro ya es más del doble del promedio de la OCDE. Detener esa sangría es la condición necesaria no sólo para reducir pérdidas de bienestar de los ciudadanos, sino también para sanear las cuentas públicas a medio plazo.

Una economía en la que la inversión cae a ritmos del 20% hipoteca su producción futura, su modernización y capacidad competitiva a medio plazo. Sin un aumento de inversión pública que compense el desplome de la privada se corre el riesgo de retrasar más la salida de la crisis.

Es pues indiscutible que sanear las finanzas del Estado es una obligación de cualquier Gobierno. Pero las dos vías para conseguirlo son el aumento de los ingresos y la reducción del gasto, alternativas ambas que reducen los estímulos al crecimiento en el corto plazo. De ahí que resulte decisivo elegir bien el momento de recurrir a cualquiera de ellas, en particular a la subida de impuestos. Si, como ocurre en España, la recesión es muy pronunciada y la recuperación lenta y distante, cuadrar las cuentas públicas no puede ser la máxima prioridad. Eso no significa que el plan no tenga que estar preparado, a ser posible con el respaldo de la oposición. Pero su aplicación ha de esperar a que se detenga la destrucción de empleo.

Entonces, y sólo entonces, será el momento de elevar los impuestos, una decisión que, se quiera o no, tendrá que ser adoptada para reconducir las cuentas públicas deterioradas por la crisis. Pero antes es imprescindible avanzar en la productividad de las administraciones públicas, Gobierno incluido, y en la eficacia recaudatoria. También en aquellas reformas no destructoras de empleo y favorecedoras de la modernización del país.

No parece ser ése el camino emprendido por el Gobierno, encastillado en una rancia retórica que se olvida de la obligación central de la socialdemocracia de compatibilizar la gestión económica eficiente con el compromiso social, en vez de convertirlos en objetivos excluyentes. La diferencia entre las medidas populistas y la política social es más nítida de lo que parece entender Rodríguez Zapatero -ahí están los 400 euros-. De que lo entienda a partir de ahora dependerá en gran parte el futuro inmediato de este país.

 

 

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Autonomía no es soberanía y estatuto no es Constitución

Dos artículos que, ponen los puntos sobre las íes, en cuanto a la confusión entre estatutos de autonomía y Constitución, o soberanía.

 

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Autonomía no es soberanía

MANUEL JIMÉNEZ DE PARGA, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas - ABC.es - Opinión - La Tercera Sábado, 12-09-09

De la forma rotunda del título que encabeza este artículo -«Autonomía no es soberanía»- se expresó el Tribunal Constitucional en una de sus primeras sentencias, la 4/81, de dos de febrero del año 1981. En esta sentencia se da solución anticipada a los problemas que en los últimos meses nos agobian. Literalmente se estableció allí: «La Constitución (arts. 1 y 2) parte de la unidad de la Nación española, que se constituye en Estado social y democrático de Derecho, cuyos poderes emanan del pueblo español en el que reside la soberanía nacional». ¿Cómo es posible, entonces, que se ponga en cuestión lo que resulta evidente con la lectura de la citada sentencia?

Anticipándose a la presente polémica, el Tribunal puntualizó: «Ante todo, resulta claro que la autonomía hace referencia a un poder limitado. En efecto, autonomía no es soberanía», agregando a continuación: «Dado que cada organización territorial dotada de autonomía es una parte del todo, en ningún caso el principio de autonomía puede oponerse al de unidad, sino que es precisamente dentro de éste donde alcanza su verdadero sentido». La publicación este verano de declaraciones de ciertos políticos anunciando rebeliones populares y aperturas a la independencia -con ruptura de la unidad nacional- pone en duda el conocimiento del texto constitucional. Es evidente que en 1978 el pueblo español, titular de la soberanía, pudo establecer otra Constitución. Pero la que entonces se aprobó, y está vigente entre nosotros, se configura con unos preceptos que deben ser respetados. En caso contrario los rebeldes se sitúan en el terreno peligroso de los revolucionarios o son, como diría certeramente el profesor Jorge de Esteban, «unos salteadores del Estado de Derecho».

Son de la misma condición los que consideran que la actual organización territorial de España es fruto de una combinación de partes, es decir una realidad compuesta. Craso error. La Constitución Española de 1978 formalizó jurídicamente una realidad compleja: el Estado de las Autonomías. Bajo esta rúbrica la Constitución no admite un combinado de partes, cada una de ellas con poderes originarios. No es un sistema compuesto el que los españoles decidimos instaurar. Realidad compleja, pero no compuesta. Igual que el árbol que es el resultado de un tronco y varias ramas. El símil del árbol me sirvió en mi época de profesor universitario para dar una idea clara de las competencias de las Comunidades Autónomas. Las atribuciones de éstas son como las ramas que brotan del tronco. La savia circula desde las raíces, pero a través del tronco. Si se corta una rama, termina secándose.

El tronco de nuestra Constitución se forma con la prevalencia de las normas del Estado sobre las normas de las Comunidades Autónomas y con el carácter supletorio del derecho estatal, «en todo caso» (art. 149.3). Además, y en la línea de los Estados descentralizados de buena estructura, con una larga tradición democrática, «si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general» (art. 155.1).

Otra de las tesis heterodoxas del verano es la que infravalora los Preámbulos de los textos jurídico-políticos, como es nuestra Constitución y son los Estatutos de Autonomía. No me parece acertado el enfoque que atribuye al Preámbulo un valor normativo indirecto, en cuanto sirve para interpretar la Constitución o el Estatuto. No basta con esto. Al ser textos jurídico-políticos, en el Preámbulo se encuentran principios constitucionales que, como tales, son la base y la razón de ser de las normas concretas: principios directamente vinculantes. Ha contribuido a crear el confusionismo presente la equiparación de los Preámbulos de los Estatutos a las Exposiciones de Motivos que normalmente encabezan las leyes. Se trata, sin embargo, de dos clases distintas de textos. En las Exposiciones de Motivos, como su nombre indica, el legislador explica las razones que le han llevado a elaborar las nuevas normas. El Preámbulo de un Estatuto, por el contrario, anticipa las ideas que han de configurar el sistema, el régimen estatutario, debiendo manifestar las opiniones en las que la mayoría está de acuerdo.

La infravaloración de los Preámbulos ha sido rechazada por notables juristas que se han interesado por el tema. Y los «máximos intérpretes» de la Constitución, en importantes países, se han pronunciado ya con claridad. Lo dicho allí sobre las Constituciones es aplicable en España a los Estatutos de Autonomía, que son parte integrante del bloque de constitucionalidad.

En Francia, hasta fecha relativamente reciente, se discutió acerca del valor normativo del Preámbulo de la actual Constitución de 1958. Se mantuvieron tesis diversas al respecto. Pero el 19 de junio de 1970 el Consejo Constitucional inició una notable jurisprudencia, según la cual el Preámbulo es «una disposición jurídica fundamental», que limita la actividad de todos los órganos del Estado, incluido el legislador. Gracias al Preámbulo, la Declaración de derechos de 1789, su complemento que figura al comienzo de la Constitución de 1946 y los principios fundamentales reconocidos por las leyes de las tres primeras Repúblicas integran hoy el derecho aplicable. En virtud de este reconocimiento del valor jurídico del Preámbulo por el Consejo Constitucional de París, se ha podido afirmar, como lo ha hecho el decano Favoreu, que el derecho público anterior a 1970 es el viejo derecho público de Francia.

En los Estados Unidos de América, el Preámbulo de la Constitución es el auténtico «credo» que cualquier ciudadano recita sin titubear: «Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta ...». Pero no se piense que sólo es un texto de pedagogía cívica, aunque esta función la cumpla efectivamente. Toda declaración de la Constitución norteamericana posee «la más fuerte fuerza vinculante», jurídicamente hablando, o, para decirlo con palabras del Tribunal Supremo de Washington, en una famosa sentencia de 1958, «las declaraciones de la Constitución no son adagios gastados por el tiempo ni unas consignas vacías de sentido. Son principios imperecederos, vivos, que otorgan y limitan los poderes del Gobierno de nuestra Nación. Son reglas para gobernar».

Y es que, como a veces he recordado, la Constitución no es una simple norma jurídica, sino una norma jurídico-política. Quiero con esto indicar que su intérprete ha de utilizar unos criterios que sean fieles a la voluntad del constituyente, la cual ha quedado manifestada en el Preámbulo. Por ejemplo, en la Constitución Española de 1978, leemos: «La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de...».

Esa voluntad de la Nación española es la que, como pórtico, define el edificio. A la vista de los errores interpretativos que últimamente padecemos, pienso que en las escuelas de enseñanza básica, en los centros preuniversitarios, debería intensificarse el estudio de nuestra Constitución. Lamentablemente no se incluyó en el texto de 1978 algo similar a lo que se ordenaba en el art. 368 de la Constitución de Cádiz, el año 1812: «El plan general de enseñanza será uniforme en todo el Reino, debiendo explicarse la Constitución política de la Monarquía en todas las Universidades y establecimientos literarios, donde se enseñen las ciencias eclesiásticas y políticas». Una vieja obligación que recobra actualidad.

Y volvamos al postulado básico que ahora es conveniente recordar: Autonomía no es soberanía.

 

 

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Estatuto no es constitución

BENIGNO PENDÁS, Profesor de Historia de las Ideas Políticas

ABC.es - Opinión - La Tercera- Miércoles, 16-09-09

 

Los expertos reconocen el texto de inmediato. Cualquier ciudadano con sentido común asume su contenido. Dice así: «ante todo, resulta claro que la autonomía hace referencia a un poder limitado. En efecto, autonomía no es soberanía -y aun este poder tiene sus límites- y dado que cada organización territorial (...) es una parte del todo, en ningún caso el principio de autonomía puede oponerse al de unidad, sino que es precisamente dentro de éste donde alcanza su verdadero sentido...» (STC 4/1981, de 2 de febrero: el primer leading case del Tribunal, bajo la presidencia de García-Pelayo). El tiempo pasa, pero la norma sigue ahí: España, sujeto constituyente, está integrada por nacionalidades y regiones que son parte constitutiva de la única nación. Siempre digo que la política no es geometría. Me consta también que el lenguaje jurídico admite muchos matices, tal vez demasiados. Sin embargo, todo el mundo conoce las reglas del juego: la Constitución no admite ningún poder originario equiparable a la voluntad soberana del pueblo español. Ni el País Vasco ni Cataluña ni nadie cuentan con un poder constituyente propio o con el sucedáneo postcolonial llamado«derecho de autodeterminación», acaso menos elegante pero igualmente efectivo. Las comunidades autónomas gozan de un ámbito más que generoso de competencias y recursos, superior a veces al que corresponde a los Estados que forman parte de una Federación. Pero donde no hay soberanía, juega la vieja fórmula «quod omnes tangit...»: lo que a todos atañe, por todos debe ser aprobado.

Con relación al nacionalismo identitario, la opinión pública se halla «en estado de indigestión», como en aquel condado sureño que nos regaló William Faulkner. España circula por la historia con un hándicap excesivo, que deja exhaustas las fuerzas y los ánimos de los mejores. A pesar de todo, hemos llegado muy lejos, aunque sería estupendo escribir una narración especulativa (as-if story, se dice ahora) acerca de los éxitos eventuales de una España libre de hipotecas. Confieso que a muchos nos vence la pereza antes de repetir los mismos argumentos. Ninguna fórmula sirve para quienes identifican el origen de su «nación» con el Big Bang, que los científicos sitúan -milenio arriba o abajo- hace sólo quince mil millones de años. Los más flexibles procuran encontrar una salida digna al laberinto: nación sin Estado, nación de naciones, comunidad nacional... Nada vale, excepto la nación con Estado independiente, excluyente y, por supuesto, soberano. Los artificios sobre la gobernanza global y la crisis de Westfalia sólo son útiles para entretener manías académicas. A la hora de la verdad, nación al más puro estilo romántico: «viva, orgánica, natural», decía Prat de la Riba, según la vieja tradición historicista. No es difícil comprender esa mentalidad comunitaria propia de los tradicionalistas a partir de la Europa del XIX. Sorprende, en cambio, la singularidad del caso español: supuestamente ilustrada y racional, la izquierda compite por la búsqueda del Santo Grial nostálgico y localista. Ya nos conocemos todos, y la explicación - aquí y ahora- trae a la mente la eterna fragilidad de nuestra convivencia cívica. Aun así, seguro que ustedes comparten conmigo la sorpresa: los socialistas apelan al Espíritu del Pueblo como fuente del Derecho constitucional.

Las presiones sobre el Alto Tribunal ante una hipotética sentencia negativa para el interés (coyuntural) del Gobierno son fiel reflejo de una visión partidista y particularista frente al interés (general) de todos los españoles. Los magistrados no están libres de culpa por causa de una demora más allá de lo razonable a la hora de dictar la resolución más esperada en estos treinta años. A partir del juramento o promesa en la toma de posesión, el deber principal que incumbe a todo cargo público es guardar y hacer guardar la Constitución. Es muy probable que el estatuto no pueda superar el filtro en unos cuantos elementos sustanciales: el término «nación» en el preámbulo, la relación bilateral entre Estado y Generalitat, una financiación incompatible con el principio de solidaridad o la regulación de la lengua común a todos los españoles. En todo caso, que lo digan los magistrados y que lo expliquen con argumentos al alcance del buen ciudadano en una sociedad democrática. No es tiempo de artilugios jurídicos para iniciados o de «sentencias-río», simple literatura estéril para organizar seminarios en la Universidad. Está en juego el futuro del régimen constitucional de 1978, y cada cual debe ser consciente de su propia responsabilidad, al margen del griterío interesado de los profesionales del poder y sus secuaces. Recuerden unos y otros a Cicerón, siempre de moda: «los magistrados llevan en su persona a la Ciudad misma».

Si no llega el acuerdo de fondo sobre la organización territorial, las próximas generaciones de españoles también perderán su valioso tiempo hablando siempre de lo mismo. Nosotros somos irrecuperables: como decía Robinson Crusoe en su isla, «para mí ya tengo más que suficiente». Sin embargo, espero que nuestros hijos puedan librarse del saco de piedras que nos obligan a cargar. Igual que ante el plan Ibarrexte, el Tribunal tiene la palabra. Confirmar los principios constitucionales equivale a consolidar los cimientos del edificio. La alternativa, dejar hacer para que callen, es perfectamente inútil a medio plazo. Pascual Maragall (buen alcalde, peor president) dijo aquello de que la Constitución era una gran disposición transitoria. Ocurrencia poco feliz, me temo, porque para la inmensa mayoría de los ciudadanos ha sido y es -también será- la forma más razonable y civilizada de ordenar nuestra convivencia colectiva. Habrá que decirlo una y mil veces, aunque la pluma sea renuente a repetir siempre lo mismo. Es fácil advertir que la desilusión política es un rasgo distintivo de la sociedad contemporánea. Hay varias razones, muchas de ellas compartidas con nuestros socios y vecinos europeos. Ésta es de cosecha propia: nada es suficiente para saciar el apetito nacionalista frente a la España constitucional. Tampoco el estatuto, por supuesto...

Aquí seguimos, esperando que llegue la sentencia de un día para otro. Las cuestiones técnico-jurídicas sólo importan a los expertos: derechos más o menos fundamentales en un estatuto o requiebros competenciales en un par de docenas de materias significativas. Salvo de mala fe, nadie puede acusar de «centralismo» a la jurisprudencia constitucional en este terreno. En todo caso, para el Estado democrático, lo importante ahora son los principios. ¿Qué tal si volvemos a leer las primeras líneas? Si no hay soberanía, habrá que adaptarse a la Ley de Leyes, y si el intérprete supremo dice -como es probable- que hay contradicción sólo queda acatar, cumplir y ejecutar. Q. Skinner ha puesto de actualidad los famosos frescos de Siena sobre el «buen gobierno», que muchos conocimos a través -precisamente- de un libro de García-Pelayo. Recuerden para este caso una famosa inscripción: «vencida la justicia, nadie defiende el interés común».

 

 

En la pendiente

Por su indudable importancia, adjunto el Editorial de hoy en el periódico El País, que se publica en primera página, y describe la pendiente por la que se desliza el presidente Zapatero, y el abandono en cascada de varios de los que fueron sus ministros y principales consejeros.

Lo curioso es, que el periódico El País, que pueblica este Editorial, ha sido durante todos estos años, el periódico "oficial", del gobierno, y también él, "abandona el barco"... No sé, donde he leído algo de: "Cuando un barco se hunde..."

 

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En la pendiente

EDITORIAL – EL PAÍS - 16/09/2009

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, atraviesa uno de los momentos políticos más difíciles desde su llegada a La Moncloa. Si hasta ahora los electores y los miembros de su propio partido habían pasado por alto los modos presidencialistas exhibidos en el nombramiento del Ejecutivo y en la toma de decisiones, la creciente sensación de que Zapatero actúa con imprevisión y ligereza frente a una de las crisis económicas más graves de la historia está comenzando a pasarle factura. A lo largo del último año, las encuestas muestran el desapego de sectores cada vez más amplios de votantes socialistas, desencantados con los titubeos y las contradicciones en asuntos particularmente sensibles para la izquierda y que el propio Ejecutivo había enarbolado para colocar a la oposición entre la espada y la pared. Entre otros, la memoria histórica, las relaciones entre la Iglesia y el Estado o la política exterior basada en principios éticos.

Gestionar el desgaste no resulta fácil para ningún dirigente político. En el caso de Zapatero, la tarea se complica aún más porque el ascendiente sobre su partido no se basa en la determinación y el acierto a la hora de dirigir un proyecto claramente formulado, sino en prometer (y lograr) victorias electorales a cambio de que se acaten sus criterios cambiantes en función de cada coyuntura. Si, como viene sucediendo desde el principio de la crisis económica, surgen dudas acerca de que esas victorias electorales puedan repetirse, es entonces su peculiar manera de ejercer el liderazgo lo que pierde fundamento y, por tanto, lo que queda en entredicho.

Es seguramente ahí donde habría que buscar una de las principales causas del malestar que empieza a cundir en las filas socialistas; un malestar multiplicado por el hecho de que la actual dirección ha desmantelado los espacios orgánicos en los que debía desarrollarse el debate interno. Los dirigentes socialistas que discrepan del imprevisible contorsionismo desarrollado por el jefe del Ejecutivo no están teniendo, así, otro camino que el silencio resignado o el abandono de la política. En una sola semana, tres ex ministros han dejado su escaño y es previsible que otros lo hagan próximamente. Consciente de esta situación -que, sin embargo, se sigue negando-, Zapatero encara la reunión del comité federal del partido el próximo fin de semana. Es posible que consiga suscitar un cierre de filas en torno a su figura; pero si es a costa de aplazar los debates reales, será un paso en falso.

Como jefe de Gobierno, Zapatero ha querido actuar con los mismos criterios que como jefe de partido. El nombramiento de ministros no ha obedecido a razones políticas identificables, ni su cese. Y una vez en el cargo no se les ha reconocido una competencia exclusiva sobre su departamento, sino que han visto constantemente zapada su labor por las intervenciones de un presidente que los puentea y los desautoriza sin reparar en el coste político e institucional que esta forma de actuar representa para el máximo órgano de dirección política del país. Solbes no es el único que ha sufrido este desgaste, pero sí constituye el caso más grave por la importancia del cargo.

Competencias relevantes como Universidades, claves para el nuevo modelo productivo que proclama el Gobierno, han transitado sin motivos de peso entre varios ministerios, igual que Asuntos Sociales. Los titulares de Industria y de Ciencia se han disputado otras competencias y se han dado hasta codazos en organismos internacionales. Vivienda se creó contra la burbuja inmobiliaria, pero se ha mantenido con los precios de los pisos a la baja. Y, desde el punto de vista formal y contra toda lógica institucional, el propio presidente es responsable de Deportes.

Si el Gobierno que preside Zapatero desea alejarse de la pendiente por la que se está precipitando y asegurar su continuidad, y, lo que es más importante, liderar la recuperación económica y no la marcha hacia el abismo, es preciso un cambio. Pero no sólo de unas políticas que no se sabe bien del todo en qué consisten, sino de una forma de decidirlas y ejecutarlas que está alcanzando unos niveles de confusión sin precedentes, especialmente en asuntos de tanta trascendencia como la lucha contra una crisis que nos acompañará aún mucho tiempo.

 

jueves, 3 de septiembre de 2009

¿Cuando arrancan las tragedias?

Esclarecedor artículo de Hermann Tertsch, publicado en la Tercera de ABC el día 1 del presente.

Se dice que: "De aquellos polvos, vienen estos lodos", porque a veces, toleramos pequeños detalles que, despues, se convierten en verdaderas tragedias, como siempre que, por evitar supuestos males mayores, cedemos un poco ante los terroristas, y como le ocurrió a Chamberlain en el pacto de Munich, donde Churchill tuvo que decirle: Habéis cedido al deshonor y la traición por evitar la guerra, y ahora tenéis las tres cosas....

 

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¿Cuándo arrancan las tragedias?

HERMANN TERTSCH - Martes, 01-09-09 - ABC.es - Opinión - La Tercera

HOY es un día perfecto para reflexionar sobre la interrogante que titula estas líneas. El día 1 de septiembre de 1939, hace setenta años, comenzaba la mayor guerra de la historia de la humanidad con el asalto a Polonia de las tropas alemanas del régimen nacionalsocialista acaudillado por Adolfo Hitler. Cuando terminó, el 14 de agosto de 1945, con la rendición del Japón imperial ante los aliados, cuatro meses antes en Europa tras la caída de Berlín, la guerra, que afectó de una forma u otra a los cinco continentes, había causado la muerte de más de 50 millones de seres humanos. Los heridos, desplazados, enloquecidos, las viudas y huérfanos, las vidas quebradas, en suma, son aún menos calculables.

La fecha del final de las guerras tradicionales, con vencedores y vencidos, suele estar bien definida. Por la firma de la rendición o armisticio. No así su principio. En la madrugada del 1 de septiembre de 1939, el acorazado alemán «Schleswig Holstein» abrió fuego contra una pequeña guarnición polaca en la Westerplatte, muy cerca de Gdansk (Danzig), en la costa báltica. Horas después, la inmensa maquinaria bélica alemana rodaba hacia el este bajo un cielo oscurecido por sus bombarderos y cazas. Es el día aceptado como el primero de la Segunda Guerra Mundial. Se suele olvidar que al mismo tiempo el Ejército Rojo de Stalin iniciaba la ocupación de toda Polonia oriental, hasta el río Bug. Y algunos no quieren recordar que aquello respondía a un acuerdo entre los caudillos de las dos grandes ideologías totalitarias que habían surgido en Europa durante el primer tercio del siglo XX. El 23 de agosto, el nazismo alemán y el comunismo soviético firmaron un Pacto de Amistad cuyo primer objetivo era la repartición de Polonia y la posterior ocupación soviética de los estados independientes bálticos. ¿Comenzó por tanto la guerra cuando Hitler y Stalin acordaron el 23 de agosto que el 1 de septiembre ocurriera lo que ocurrió? Evidente es que la firma del pacto entre el nazismo y el comunismo, que duró casi dos años hasta el asalto alemán a la URSS, dejó las manos libres a Hitler para arrasar Polonia pese a la feroz resistencia polaca. Tardó la Wehrmacht en cumplir la misión unas semanas, poco menos que en ocupar Francia en 1940 en un paseo militar y expulsar a los británicos del continente por Dunkerke. No, la fecha del 23 de agosto es una más. Poco menos de un año antes, los días 22 y 23 de septiembre de 1938, Adolfo Hitler recibió con pompa y respeto simulado en Bad Godesberg al primer ministro británico, Neville Chamberlain, para hablar de la entrega de la región de los Sudetes de Checoslovaquia al Tercer Reich. Una semana más tarde Hitler volvía a ser anfitrión de un encuentro. Esta vez en la tristemente célebre conferencia de Múnich. Allí, el Führer ya trató al británico Chamberlain y al francés Daladier con abierto desprecio y les planteó un ultimátum. Los dos pacifistas -«Peace for our time», decía aún al regresar de Múnich a Londres el pobre Chamberlain-, optaron por la traición y la deshonra para evitar la guerra. Tuvieron las tres cosas, como les recordaría Winston Churchill. Ambos dieron a Hitler su consentimiento para invadir al vecino en su ilusoria intención de aplacar al dictador alemán. Pocas maniobras políticas en la historia conjugan tan bien oprobio, cobardía y fracaso. Francia no dudó en romper su Pacto con Checoslovaquia para ganarse el favor de Hitler. Poco más de dos años más tarde, las tropas alemanas se paseaban por París más cómodas y seguras que por Praga. ¿Arrancó allí la tragedia? Sí y no. Con la misma autoridad se puede argüir que había comenzado meses antes, cuando el mundo aceptó que Hitler anexionara Austria en marzo de 1938. O con el primer gran éxito internacional de Hitler, que, dos años después de llegar al poder, ya había conseguido la reanexión del territorio del Sarre a Alemania, tras quince años gobernado por la fantasmal Sociedad de Naciones y explotado en su industria y minería por Francia. Gloria máxima para Hitler entre los alemanes.

En realidad, muchos creemos que la II Guerra Mundial comenzó con los acuerdos de Versalles, Trianon, Saint Germain y Neuilly en aquellas conferencias de paz en el entorno de París. Allí se unieron el instinto de revancha, el pacifismo primitivo, la supina ignorancia de los vencedores sobre los pueblos cuya suerte y división se dirimía en esta reinvención forzosa de Europa. Allí se generaron las condiciones para que, a lo largo de tan sólo dos décadas, se instalara sobre Europa esa constelación maldita que hizo pronto añicos la pretendida «paz perpetua». Los veinte años transcurridos entre 1919 y 1939 se convirtieron en mero paréntesis antes de la continuación de la tragedia. Dos grandes diferencias hay entre las guerras europeas del siglo pasado. Una está en que la primera fue una clásica guerra por supremacía, territorio e intereses nacionales, en esencia no diferente a las habidas antes. La segunda estuvo dominada por unas ideologías totalitarias surgidas durante la falsaria Paz de Versalles. Mientras las democracias fracasaban estrepitosamente. La otra diferencia, no menor, está en que la primera habría sido evitable y la segunda no. La Gran Guerra, como se llamaba a la contienda de 1914-1918, cuyo detonante fue el asesinato del archiduque austriaco Francisco-Fernando en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, a manos de un joven serbio bosnio, Gavrilo Princip, no tuvo por qué ser. Quien sea aficionado a los juegos malabares con hipótesis históricas puede entretenerse con las conjeturas sobre lo que habría sucedido de no haberse producido. Si en Viena y Berlín, en Londres, París y en Moscú, en Belgrado y en Roma, los gabinetes de dirigentes intrigantes, políticos y militares ambiciosos hubieran fracasado en sus intentos de convertir aquel incidente bosnio en un «casus belli» que les permitiera sustituir al agónico imperio otomano como potencias en los Balcanes y en Oriente Medio. Podemos poner fecha del 1 de septiembre al comienzo del asalto nazi alemán sobre Polonia. Ponérselo al comienzo de la guerra es acaso imposible. Sin los Tratados de Versalles, tal como se redactaron, quizá la República de Weimar habría sobrevivido. Y Hitler habría sido un charlatán lumpen condenado a morir en algún psiquiátrico austriaco de provincias. Y millones de judíos habrían seguido ejerciendo como la levadura de excelencia y cultura de las sociedades del viejo continente. Sin aquella primera guerra, quizás el bolchevismo habría quedado en anécdota. Quizá Stalin habría muerto en algún atraco a un banco. Y Lenin y Trotsky podían haber terminado sus días jugando al ajedrez en cafés de Zúrich o Viena. Las ideologías redentoras surgidas aquí y entonces no se habrían extendido por todo el mundo causando decenas de millones de víctimas de los totalitarismos y las guerras. Y éstas habrían tenido oportunidad de vivir sus vidas y hoy entre nosotros vivirían muchos millones de sus nietos, biznietos y tataranietos, exterminados sin haber sido concebidos.

Europa no viviría marcada por unos traumas que le impiden ser más libre y resuelta en la defensa de sus intereses legítimos. Que en parte se deben al hecho incontestable de que su libertad y su bienestar, primero en el oeste en 1945 y después en el este, en 1989, son un mérito menos propio que la responsabilidad en las tragedias provocadas por aquellas ideologías europeas. Dos hechos ciertos para concluir. Hitler fue culpable de la guerra y Polonia fue asaltada por la Wehrmacht el 1 de septiembre de 1939. Y una advertencia que quizás en nuestro país, que no estuvo directamente implicada en aquellos avatares, sea pertinente. Sólo las catástrofes naturales se producen de repente. Las causadas por el hombre -que no son sólo guerras- se gestan, muchas veces muy lenta e imperceptiblemente, por la acumulación de errores de los gobernantes, su obcecación en ignorarlos -y por tanto no subsanarlos- y por la ceguera ante sus efectos. «No pasa nada». Esa fue, era, probablemente la frase más común en aquellos años que separan Versalles de la Westerplatte.