miércoles, 25 de julio de 2012

¡Gracias!


¡Gracias!
Ante todo: ¡Gracias!. Gracias por la asombrosa cantidad de felicitaciones de cumpleaños que me han llegado, por teléfono, por E-mail por Facebook y cualquier otro medio de comunicación de los que usamos habitualmente.
Todos los días, envío una serie de mensajes a una larga lista de mis amigos, por lo que es normal que me lleguen mensajes de muchos de ellos, Pero es que además me llegan también de otros que no reciben habitualmente mis mensajes y me llaman por teléfono otros tantos, lo que de verdad me abruma y me avergüenza, por no poder contestar individualmente a cada uno de vosotros, como sería lo correcto.
Como digo en mi libro “Marina y Floro”, nunca he padecido “Carencia Afectiva”, ni nada que se le parezca, pero esto, la verdad es que me abruma y no alcanzo a corresponder como se merece, teniendo en cuenta además, que el 24 de julio no es mi cumpleaños real, aunque sí sea la fecha que figura en todos mis documentos y referencias en las redes sociales…
Como si fuera una tarjeta de agradecimiento a todas vuestras felicitaciones, acabo de escribir una pequeña historieta en tercera persona, atribuida a un personaje ficticio llamado Eduardo, que os envío con mi más sincera expresión de afecto y amistad… Ya quisiera yo, saber expresar una pequeña parte de ese cariño que me expresáis vosotros…
El Bi-Cumpleaños
Esta es la pequeña historia de Eduardo, que tuvo dos cumpleaños anuales durante toda su vida, sin haber hecho nada especial para ello…
El padre de Eduardo era un hombre bronco, curtido en trabajos duros y militante político de tendencias y acciones revolucionarias. Viudo y padre de dos hijos, chica y chico, que ya habían cumplido los 8 y 6 años respectivamente, en el momento de nuestra historieta.
Vuelto a casar, un 18 de julio nació su tercer hijo, Eduardo, que el padre recibió con unas muestras de alegría y cariño, muy poco acordes con lo que a primera vista se esperaría de él, tanto por tener ya los dos hijos anteriores, como por su carácter un tanto hosco y poco dado a las expresiones cariñosas, normales en otro tipo de personas.
En ese país y en esa época, la gente nacía en sus casas, con comadronas y todo el entramado de vecinas, trayendo y llevando cosas a la habitación de la parturienta, todas apartando al padre como un estorbo inútil, hasta que se oía el llanto del recién nacido. Entonces, alguna de las asistentes salía y le decía al padre que “ha sido niño” y después de lavado y envuelto en miles de trapos, al fin, dejaban que dicho padre entrara en la habitación y viera a su hijo.
En este caso concreto, el padre hizo una cosa que no parecía muy coherente: Puso en la pequeñísima mano del recién nacido unos billetes de banco, que lógicamente el niño apretó de forma automática y le dijo: Para que vayas a buscar chicas guapas…
Inmediatamente, llamó a sus amigos y compañeros de trabajo, que estaban con él esperando el acontecimiento y después de que cada uno hiciera las acostumbradas exclamaciones de lo guapo que era el niño y lo parecido al padre, salieron todos a celebrarlo en la taberna más próxima, sin que se le volviera a ver por la casa en muchas horas.
Al salir del trabajo al día siguiente, llegó a la casa con algunos compañeros de los que habían estado el día anterior y algunos otros que todavía no habían visto a “su hijo” y, después de las exclamaciones acostumbradas, saleron a celebrarlo todos juntos en la taberna…
Esta llegada en grupo, y la correspondiente salida “a celebrarlo”, ocurrió al día siguiente… y al siguiente… y al siguiente. Hasta que alguno de los asistentes, entre trago y trago de tinto, hizo una pregunta inocente, pero de graves consecuencias: -¿Has registrado el niño en el Registro Civil?
-No…
-Pues ya sabes que tienes 48 horas para hacerlo a partir del nacimiento, y si te retrasas, tienes una multa…
En vista de que ya era tarde para hacerlo en ese momento, convinieron varios de los asistentes en ir en grupo al día siguiente. Presentados en el Registro, pregunta el funcionario al padre: -¿Cómo se va a llamar el Niño?
-Eduardo.
-¿Cuándo nació?
-Ayer…
Y todos los conmilitones firmaron como testigos de la veracidad de esas afirmaciones… Pero ese día era ya 25 de julio. O sea, que había pasado una semana completa de juerga…
A partir de ese momento, toda la familia celebró el cumpleaños de Eduardo el 18 de julio, pero en todos los documentos figuró siempre el 24 como el día de su nacimiento, por lo que las personas menos cercanas le felicitaban siempre el 24.
Eduardo, tenía, como ya dijimos, dos hermanos mayores, que en los años que van desde la niñez a la adolescencia, eran “mucho mayores”, por lo que lo estuvieron protegiendo toda su vida como si formaran parte de una guardia pretoriana. Y él, muy puesto en la especial predilección que le demostró su padre desde el mismo momento de nacer y todo el resto de su vida, mas esa especie de paraguas protector que le tenían sus hermanos, aprovechaba la circunstancia de su bi-cumpleaños, para recibir con alegría los regalos que le hacían el 18 de julio, y luego exigir regalos el 24, diciendo que era su cumpleaños, como podía demostrar fehacientemente con todos sus documentos…
Al cabo de los años, en ese País se declaró Fiesta Nacional el día 18 de julio, que Eduardo aprovechaba para decirles a sus amigos juveniles que era por celebrar el que él había nacido ese día, y aunque pasados unos interminables 40 años se quitó esa fiesta, todavía hace bromas con la paga extraordinaria que se les daba a todos los trabajadores por esas fechas, y que se conserva.
Aunque Eduardo reflexiona y se mira hacia adentro, sin encontrar el motivo real por el que tiene tantas personas que le demuestran aprecio, el hecho incuestionables es, que nunca en la vida ha padecido de carencia afectiva, que sí ve que padecen algunos amigos cuando se han hecho mayores, así que sigue recibiendo infinidad de felicitaciones de cumpleaños por diversos medios de comunicación y ya, ni puede contestar a todos, ni mucho menos se molesta en aclarar el equívoco de que su cumpleaños real no es el 24 sino el 18 de julio…
Tanto el teléfono, las diversas redes sociales o el correo electrónico, se colapsan el día 24 con felicitaciones, que Eduardo agradece sinceramente a todos, aunque no pueda materialmente contestar a todas individualmente. Pero el hecho, le deja una cara de estúpido pasmado impresionante…
Enrique Gutiérrez y Simón
julio de 2012

lunes, 23 de julio de 2012

Esl arma que nos quitaron


El arma que nos quitaron


El respeto a la propia historia es clave para la cohesión y la fuerza en momentos de zozobra

HERMANN TERTSCH – ABC – 22 ju. 2012
«Bailen 1808» dirían que es un club de fútbol. ¿Numancia? Más fútbol. Con las Navas de Tolosa 1212 se ha­rían un lío. ¿Una marca? Arapiles, unos grandes almacenes. Lepanto, me suena. Trafalgar, una plaza en Lon­dres. No intenten examinar el cono­cimiento de los jóvenes españoles so­bre nuestra historia. Porque en gene­ral no saben casi nada y, como suele suceder con lo que se ignora, intere­sa poco.
Los españoles nunca han tenido una relación fácil con su historia. Desde la edad de oro nuestros clásicos despotrican de la patria y de las gran­des gestas hechas en su nombre con una crueldad y pasión que no es fácil encontrar fuera. Y, sin embargo, has­ta el siglo XX ha habido una cierta continuidad en el relato histórico so­bre los orígenes y el pasado de nues­tra nación.
Avergonzados de España
La historia se enseñaba con coheren­cia y en consenso. La renuncia gene­ral al conocimiento de nuestra histo­ria se produce a partir de 1975 cuan­do nos urge distanciarnos de la dictadura y de todos sus mensajes. Con la mala conciencia de un pueblo en el que no hubo mayor resistencia a un dictador que murió en la cama. Cunde el miedo a ser identificado como franquista. Y cualquier defen­sa de la nación española es sospecho­sa. Como tantas veces en nuestra his­toria, el miedo explica mucho. Nadie se atreve a enfrentarse a la idea pron­to dominante de que el nuevo «Esta­do español» tiene que ser lo menos España posible.
La apuesta estratégica de las fuer­zas de izquierda de aliarse con fuerzas nacionalistas en País Vasco y Ca­taluña lleva a primar la promoción de una parahistoria en gran parte in­ventada. El patriotismo español es denostado, el fanatismo patriota de los nacionalismos es doctrina de pro­greso. España desaparece hasta del vocabulario de la clase política. Por no hablar de la escuela. Es allí donde desembarcan generaciones de educadores ideologizados y hostiles a la mera idea de la nación.
En muchas regiones todo lo espa­ñol dignificante es proscrito. La ridiculización de las hazañas, de los mitos y los hitos en la historia espa­ñola es parte de la doctrina identitaria. La misma suerte corre por su­puesto la religión católica, tan ridiculizada y demonizada como la propia idea de España y una identi­dad nacional sistemáticamente com­batida con dinero público. Otras iden­tidades sustitutorias, basadas en le­yendas decimonónicas o en la negación de los hechos, ocuparon su puesto.
Corrección política
La rampante corrección política, in­quisición implacable, añade a ello el incentivo a la autocensura. El entu­siasmo habido con motivo de nues­tros éxitos deportivos revela que existe una demanda de un sentido de pertenencia. Pero el lastre es inmen­so. Lo demuestra que la izquierda es incapaz de portar nuestra bandera nacional fuera de un estadio de fút­bol. Así nuestras grandes fechas han caído en el total olvido.
Quien piense que es éste un fenó­meno generalizado en los tiempos modernos tiene un poco de razón. Pero sólo un poco. Comparé aquí los grandes actos del 300 levantamiento del sitio de Viena con la pobre cele­bración de un hecho de similar im­portancia para Europa como la bata­lla de las Navas de Tolosa.
Tomarse en serio la historia
Más allá de fechas redondas, las gran­des naciones del mundo cuidan con esmero sus fechas de recuerdo del pa­sado común y homenaje a los caídos. Como ejercicio y escuela de civilidad y patriotismo, a celebrar juntos por las generaciones. Y crear así ese vín­culo de solidaridad y pertenencia a través del tiempo, con los vivos y los muertos.
Ejemplar es el Remembrance Day en el Reino Unido, en el que la ama­pola (The Poppy) de los campos de Flandes recuerda a los millones de soldados británicos caídos desde la Primera Gran Guerra. En Estados Uni­dos son varios los días de luto y me­moria como ejercicio común. Desde los tradicionales a otros incorpora­dos a lo largo del tiempo como Thanksgiving, el 4 de Julio o el Día de Martín Luther.
Otro caso paradigmático es Polo­nia, un país que sufrió en el siglo XX como ninguno. Cuya característica nacional ha sido la cohesión y el co­raje. Polonia cultiva su pasado medie­val y renacentista con el mismo esme­ro que el recuerdo a sus mártires en las fosas de Katyn. Y en sus colegios se enseña el carácter ejemplar de sus héroes, desde su rey Sobieski que ven­ció a los turcos y jamás pidió perdón por ello, hasta Jan Karski, el héroe del Gobierno clandestino polaco durante la ocupación soviética y nazi.
Todos los países que se toman en serio su historia demuestran mayor fuerza y cohesión a la hora de afron­tar reveses y dificultades. España es en esto una triste excepción. Cuan-•do más falta nos hace, tenemos que reconocer que la insensata labor de destrucción de las pasadas décadas ha sido completa.
Ignoramos una historia, con sus luces y sombras, de una grandeza como pocas. Cargada de hazañas y lógica fuente de orgullo común. La hemos despreciado y olvidado. Y aho­ra no nos sirve como debiera para inspirar esa necesaria cohesión, el aguante, la determinación y el cora­je que tanto necesitamos.