Los hijos “naturales”
Desde muy joven, he ido aprendiendo a aprender, en las
diversas escuelas a que he asistido y llegando a conclusiones que me han sido
muy útiles durante toda la vida. Algunas de las cuales son:
1.- Cuando estés en el aula, debes “estar ahí”. Es decir, prestar
toda tu atención a lo que el profesor dice, sin pasar una frase o palabra que
no te queden claras y sin estar pensando en otras cosas. Con toda tu capacidad
alerta, como buscando cuándo el profesor dice una tontería. Si algo no te ha
quedado claro, levanta la mano y pregunta, hasta que lo comprendas
perfectamente. Se dice que: Si preguntas, quedarás por ignorante una vez, pero
si no lo haces, serás ignorante toda la vida.
2.- Es un esfuerzo inútil, estar tomando notas febrilmente de
todo lo que el profesor dice. La mayoría de las cosas, son adornos,
aclaraciones y explicaciones de la idea central. Se ha demostrado que, en cada
clase se exponen si mucho dos o tres ideas importantes. Lo fundamental es
distinguir esas ideas y si se quiere, anotarlas en forma muy escueta, para
luego hacer lecturas adicionales. El tomar farragosas notas, que no se van a
volver a repasar jamás y la mayoría de las veces, ni se entienden, es un error.
Si quieres repasar, lee libros sobre el tema, que están escritos y revisados con
más cuidado que la perorata del profesor.
El pasar noches en vela, tomando café, pastillas o lo que
sea, intentando asimilar lo que no se entendió o no se prestó atención en
clase, o ponerse a repasar escritos antes de entrar a un examen, es como una
lotería. Es posible que tengas la suerte de que te pregunten aquello que acabas
de leer, pero en la mayoría de los casos, eso te habrá hecho olvidar lo que sí
habías leído antes, y es lo que te preguntan. (Cuando fui a examinarme para el
carnet de conducir, me llevé un libro de poesía). Se podría resumir diciendo
que: Lo que “masticaste” cuando era su momento, ya es tuyo. Ya lo tienes para
siempre y por tanto, si estudiaste con toda tu capacidad, podrás afrontar un
examen en cualquier momento.
Como todos los humanos, he tenido profesores excelentes y
padecido “funcionarios” que están en clase, mirando el reloj, para salir
corriendo, mientras aburren a las ovejas, con una charla insustancial, en la
que lo único que les importa es, parecer grandes sabios. He tenido nervios ante
un examen, como todo el mundo. Pero vistas las cosas a la distancia, puedo
decir que siempre me ha ido muy bien, y he disfrutado estudiando muchas cosas,
en muchos sitios diferentes y a lo largo de mucho tiempo. Por lo que me he
sentido obligado a participar a otros de lo aprendido, siendo profesor a mi
vez.
Y con esta introducción, veamos el pequeño episodio de los
hijos “naturales”:
Último año de la carrera de Derecho, en una universidad
privada, muy exclusiva y exigente, (Graduados, el 10% de los alumnos
iniciales), en Cali, Colombia.
El suscrito, era además de alumno, Director de Publicaciones
en la misma universidad, ya mayorcito, casado y con dos hijos. En una carrera
diseñada especialmente, donde para entrar, había que ser graduado en otra
carrera o directivo de una empresa. Es decir. La carrera estaba diseñada para personas
formadas y experimentadas, con todos los temas muy condensados, porque todos
los alumnos trabajaban. Las clases eran muy temprano en la mañana y en la
noche, después de las horas laborales. Por lo tanto, nadie allí estaba para
perder tiempo ni hacer florituras.
Los exámenes finales, se hacían a lo largo de varios días, en
que cada profesor fijaba la forma. Escritos u orales, presentación de trabajos,
etc. Los alumnos, fijaban una hoja de papel en la puerta e iban anotando sus nombres
en orden de llegada, para ir pasando de acuerdo a esa lista.
En los días en que correspondía el examen de Derecho de
Familia, había tenido mucho trabajo, ya que la universidad estaba
acondicionando un precioso campus que tenía en las afueras, que antiguamente
era seminario, donde existían varias edificaciones modernas, jardines y hasta
un lago. Así que en mis funciones de Dirección y para diseñar el nuevo
departamento, iba y venía del campus de las afueras, al del centro de la
ciudad, donde habíamos estudiado toda la carrera.
Se fueron agotando los días del examen y, para no dejar ese
asunto pendiente más tiempo, subí al aula donde se estaban celebrando y miré el
papelito de los turnos, poniendo mi nombre al final, como era costumbre.
Pregunté a los compañeros y los encontré a todos con cara de preocupación.
Algunos de ellos paseando de un lado para otro con un libro y repitiendo
párrafos en voz alta, como murmurando.
Me contaron que el profesor, se había hecho acompañar de
otros dos, formando un tribunal y que asaetaban a los examinandos con preguntas
que cubrían toda la materia de estudio. Que la mayoría de los que salían del
examen, lo hacían con cara preocupada, porque sentían que habían fallado muchas
preguntas, pero que en ese momento, no había nadie en el aula, porque los
profesores estaban tomando café.
Al momento, vi a los tres profesores avanzando por el
pasillo, charlando animadamente y que entraron al aula. Pregunté a quién le
tocaba y me indicaron a uno de los compañeros, que estaba primero en la lista,
pero éste le dijo al segundo que prefería esperar un poco más. El segundo miró
al tercero y así se iban mirando unos a otros como con temor. Entonces se me
ocurrió: - ¿Puedo entrar yo?, pregunté. Todos asintieron como echándose a un
lado, por lo que abrí la puerta y entré.
Cuando iba caminando hacia los tres profesores, que se habían
sentado enfrente de la puerta, y antes de llegar a sentarme, uno de ellos me
dijo: - ¿Cuáles son los hijos naturales?
̶
¡Todos! –Contesté, con absoluta seguridad-.
Porque artificiales no hay. Lo que hay son hijos legítimos e ilegítimos.
̶
¿Cuáles son los legítimos? Dijo el profesor con
una sonrisa.
̶
Los habidos dentro del matrimonio, que se
presumen del marido, mientras no se demuestre lo contrario…
̶
Derechos hereditarios de los legítimos e
ilegítimos… (En esa época eran diferentes. Hoy se han igualado)…
Se hicieron dos o tres preguntas más, por parte de los otros
profesores, y en un brevísimo tiempo, que quizá no llegó a los diez minutos, el
profesor titular sentenció: Puede irse…
Al salir, todos los compañeros miraban atónitos y se
arremolinaron preguntando, como a alguien que ha vuelto de una guerra o un
terremoto. A lo que sonriente les dije: - No sé por qué se preocupan tanto… Si
es muy fácil…