miércoles, 31 de diciembre de 2008

Aventuras en un hospital español

 

El sábado pasado, me puse a hacer algún trabajito de “bricolaje” en mi casa, para lo que tuve que arrodillarme en el suelo, y al levantarme, parece que hice un movimiento inadecuado, por lo que “algo”, en mi cadera izquierda se afectó, y empezó un dolorcito, al que no le di mayor importancia, pero ese dolor se fue acentuando el domingo, en que salí a caminar, como todos los días, y más fuerte el lunes... en que también salí a caminar...

Como la noche del lunes a martes ya se me hizo muy difícil dormir, el martes por la mañana, y viendo que en la TV. nos estaban advirtiendo que no usáramos la urgencias de los hospitales para cosas tan nimias como una gripe o un resfriado y que acudiéramos a nuestros centros de salud, llamé a mi médica que, obviamente, está de vacaciones, pero me dijeron que fuera que me atenderían de urgencia. Fui, me atendieron muy bien, pero me dijeron que mi problema era de traumatólogo y de radiografía, así que me dieron una orden urgente, para que me hicieran una radiografía en el otro centro de salud de mi barrio. Allí, había un montón de pacientes y me dijeron que como era fin de año, las radiografías ya estaban cerradas y que acudiera al Hospital de La Princesa... o sea que, por ser buen ciudadano y seguir las instrucciones, perdí la mañana, pues si hubiera ido al hospital desde el principio, me habría ahorrado cuatro horas.

Hacia las 12:30, llegué al hospital, con tremendos dolores en la cadera y muslo izquierdo, en una sala de espera colapsada por docenas de personas con diversas dolencias... Los traumatizados en accidentes de tráfico o demás circunstancias “sangrantes”, los pasan directamente al quirófano por otro sitio, con lo que yo me ahorro un espectáculo que sí ocurre en otros hospitales, y que a mi, me produce desmayos, sudores fríos y pérdida del sentido, por mi trauma infantil con la sangre...

Cuando me llamaron por megafonía, la doctora que me atendió, me hizo un examen completo de todo el cuerpo, auscultándome, midiendo mi temperatura, tensión arterial, coordinación de los sentidos, etc. y me dijo que me llamarían para unas radiografías, pero mientras tanto, me llamaron inmediatamente a otra consulta, donde me pusieron una inyección que, al cabo de poco rato, había hecho desaparecer el dolor casi completamente...

En fin, para no alargarme innecesariamente, a lo largo de la tarde y la noche, me hicieron 6 u 8 radiografías, de la cadera y del tórax, un TAC, análisis de sangre y de orina, una exploración rectal, para ver cómo estaba la próstata, y, como en cada caso había que esperar el resultado de cada prueba, las horas pasaban y ya, hacia las 2 de la madrugada, la doctora que dirigía todo el equipo que me estuvo atendiendo, me dijo que habían encontrado un pequeño quiste o fisura en el fémur, que podría representar un peligro de rotura, y que para prevenir este posible percance, habría que hacer más pruebas y radiografías más detalladas y análisis completos, para aplicar un tratamiento preventivo, por lo tanto, que iba a dar orden de ingresarme en el hospital para esas pruebas, pero, como sería inútil que me quedara en el hospital el día 31 de diciembre y 1 de enero, cuando la mayoría de los médicos y enfermeras no imprescindibles para urgencias, estarían celebrando el fin de año con sus familias, lo prudente es que yo hiciera lo mismo, y que volviera para mi ingreso el 1 de enero por la tarde, pero con la condición expresa de que, mientras tanto, mantuviera un reposo absoluto.

Cuando estaba esperando para que me dieran los documentos y me pusieran una inyección que me recetó la doctora, en el estómago, (en la tripa, decimos en España), empecé a pensar en la inyección y a fijarme en las personas que estaban en la sala con esos adminículos de plástico que llevan una aguja quirúrgica y un tubito con llave para conectar suero o medicinas variadas, y en mi imaginación empezó a funcionar toda la gama de escenas de hospital, quirófanos y heridos que vi de niño y que ahora salen en todas las películas, así que, empecé a sudar, a perder la visión y el sentido del equilibrio, por lo que, en segundos me encontré sentado en una silla de ruedas y a toda velocidad por pasillos y puertas del interior del hospital, hasta llegar a una cama, donde entre tres o cuatro enfermeras me desnudaron, me pusieron una batita de esas que se abrochan en la espalda y me tumbaron en la camilla, procediendo a ponerme una serie de sensores para un aparato de esos que vigilan el corazón, y en el brazo una aguja con la conexión de tubito plástico que me había producido el mareo, y una bolsa con suero colgada de un soporte. En el oído, un termómetro de los que miden la temperatura en segundos y toda la parafernalia de alguien que está gravísimo. Yo sudaba, pero sonreía y les decía que no me pasaba nada, que era una tonta reacción mental que me duraba desde la niñez, cuando estuve hospitalizado y al borde la muerte, en la epidemia de viruela que siguió a la Guerra Civil, pero ellas, seguían con sus manejos y secándome el sudor, pinchándome el dedo índice y demás parafernalia del caso.

 Cuando todos nos serenamos un poco, vi una especie de junta de médicos, (más bien médicas), a mi alrededor y una de ellas me dijo que, estaban considerando si dejarme ir a mi casa, como se había previsto, o me ingresaban de una vez. Yo les dije que me quería ir en ese momento, pero me dijeron que en todo caso, iban a mantenerme en observación un par de horas, y luego resolverían.

Estuve dormitando en la camilla un tiempo, y cuando mi temperatura corporal bajó, me pusieron una manta encima, para que estuviera confortable y varias horas después, me comunicaron que habían resuelto dejarme ir, con el compromiso expreso de volver el día 1 por la tarde y mantener mientras tanto un reposo absoluto, sin caminatas ni otras “libertades”... Yo les pregunté por el tiempo que consideraban que durarían las pruebas que querían hacerme y me contestaron que eso dependía del resultado de cada prueba que iría necesitando otra, y así sucesivamente. Que normalmente es alrededor de una semana, pero que podía ser menos, aunque algunas personas han necesitado un mes o mas. En todo caso, que considerara que eran unas vacaciones. Que me trajera libros para leer y lo pasara bien. Afortunadamente, no es mi afición bailar en estas fechas, como supongo estarán haciendo todos mis amigos, en sus casas o en las infinitas fiestas organizadas que se acostumbran...

Hacia las 5:30 de la madrugada, me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron a la puerta, después de entregarme una serie de documentos para mi posterior ingreso y el tratamiento que debo seguir en el par de días escasos que me quedan de “libertad”. Me subieron a una ambulancia y me trajeron a mi casa...

Lo único que se me ocurre pensar es, que afortunadamente estoy en España, pues si esto me hubiera ocurrido en otro país, incluyendo USA, la cuenta de las pruebas que me hicieron ayer, o la de las que me harán a partir del día 2, sería como para morirse directamente... En cambio aquí, no tuve que sufrir ninguna inquietud ayer, ni me preocupa la salida futura del hospital, porque sé que no me van a pasar ninguna cuenta, ya que la suma total a mi cargo, sería igual a 0 Euros...

 

 

 

domingo, 28 de diciembre de 2008

Esas madres perversas y crueles

En esta España de Zapatero (El inocente), todo está manga por hombro, pero la justicia… la justicia es punto aparte. Hace años, alguien dijo que era un cachondeo, pero esa una forma amistosa de definirla…

Un juez, condena a la cárcel a un delincuente sin conciencia, pero se olvida de ejecutar la sentencia y por lo tanto, el delincuente, queda libre y viola y asesina a una niña.

Otro juez, se le pide que conceda la adopción a una lesbiana que es “pareja” con la madre biológica de la niña, la que vive con ellas. El juez pide informes y a juzgar por la dos pobres “madres”, se retrasa en su decisión por “prejuicios religiosos”.

Ambos jueces, son acusados al Tribunal Supremo, y salen las sentencias: Al primero, cuyo retraso tuvo la consecuencia de la muerte de una niña, se le condena a pagar una multa de 1.500 Euros. Al segundo, que retrasó una decisión, pero que no perjudicó a nadie, puesto que las tres mujeres en cuestión ya vivían juntas, se le condena a tres años de suspensión de empelo y sueldo…

Arturo Pérez-Reverte, nos cuenta el otro caso alucinante, de una madre, condenada a cárcel y destierro, por haberle dado una bofetada a su hijo de diez años…

O sea, apaga y vámonos…

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Esas madres perversas y crueles

Por Arturo Pérez-Reverte - X L SEMANAL   28 DE DICIEMBRE DE 2008


 


No tiene nada que ver con que este domingo sea día de los Inocentes. En absoluto. Ni con los niños degollados, ni con las bromas tradicionales hechas al prójimo incauto. El caso es real como la vida misma —la vida española misma, maticemos— y sale en los periódi­cos: madre condenada a cuarenta y cinco días de cárcel y a un año de alejamiento de su hijo de diez años, porque hace dos, en el curso de una refriega doméstica, le dio una colleja al enano, con tan mala suerte que éste se dio contra el lavabo y sangró por la nariz. Y claro. En este faro ético de Occidente donde moramos, tan salvaje agresión doméstica no podía quedar sin castigo. El hecho de que hayan pasado dos años desde entonces, y de que el menor fuese un poquito gamberro y desobediente, se negara a hacer los deberes y acabara de tirar a su madre una zapatilla, corriendo a encerrarse a continuación en el cuarto de baño, de donde no quería salir, no fue con­siderado atenuante por la dura Lex sed Lex. Tampoco se tuvo en cuenta que se trataba de un incidente aislado, y no de malos tratos habituales; ni el hecho obvio de que, en un pueblo pequeño como es el de esa familia, una orden de alejamiento supone que uno de los dos, madre o hijo, debe hacer las maletas y largarse del pueblo.

Pero no importa, oigan. Estoy con la juez que entendió el asunto: no hay atenuante que valga. Es más: tengo la certeza moral de que a ustedes, como a mí —siempre de parte de la ley y el orden—, la de esta cruel madre torturadora les parece sentencia justa y ejemplar. Como bien ha argumen­tado no sé qué asociación de derechos infantiles, «a los niños no se les pega». Y punto. Así de simple. Y menos en estos tiempos, cuando tan fácil es sentarse a dialogar con ellos a cualquier edad y afearles su conducta con argumentos de peso intelectual. A ver qué le habría costado a esa madre pagar a un cerrajero para que abriese la puerta del cuarto de baño y des­pués, mirando muy fijamente a su hijo de diez años a los ojos, decirle: «Hijo mío, ya dijeron Sócrates y San Agustín que a las madres no se les tiran zapatillas. De seguir así, el día de mañana la sociedad te expul­sará de su seno. Así que tú mismo. Atente a las consecuencias».

En mi opinión, la Justicia se queda corta. Una madre capaz de perder el con­trol de esa manera brutal e inexplicable debería ser castigada con más contun­dencia. Y no con una pena mayor, como solicitaba la fiscalía —la juez fue clemente, después de todo, quizá por solidaridad de género y genera—, sino con medidas drásticas e implacables. Porque, so pre­texto de no haber antecedentes penales ni constancia de malos tratos anteriores, la madre se ha ido de rositas. Asquerosa­mente impune, o casi. Y si de mí depen­diera, esa delincuente sin escrúpulos ni conciencia habría ingresado inmediata­mente en prisión para comerse cinco años de talego, por lo menos. O más. Y cuando saliera —aunque procuraría aplicarle la doctrina Parot para impedirlo—, le calzaría una pulsera con Gepeese y una orden de alejamiento, no del hijo y de su pueblo, sino de España. Al puto exilio. Por perra. Y por supuesto, le retiraría la custodia del niño y se lo daría a alguna familia modéli­ca, como por ejemplo a los Albertos. Para que aprenda.

Pero no hay mal que por bien no venga, oigan. Todo esto me ha dado una idea. De pequeño me sacudieron las mías y las del pulpo; y va siendo hora, creo, de que los culpables de aquel infierno paguen lo que hicieron. Yo también exijo justicia. Mi padre, sin ir más lejos, me dio una vez cuatro bofetadas que hoy le habrían costa­do, por lo menos, un destierro a Ceuta. Y mi madre, hasta que tuve edad suficiente para inmovilizarla con hábiles llaves de judo, no vean cómo nos puso con la zapa­tilla, durante años atroces, a mi hermano y a mí. Guapos, nos puso. Por no hablar de los Maristas, donde el hermano Severiano nos torturaba bestialmente dándonos capones en clase, y donde el Poteras —a quien Dios haya perdonado—, cada vez que le pegábamos fuego a una papelera o escribíamos El Poteras es un cabrón en la pizarra, nos aplicaba la intolerable vio­lencia de endiñarnos con el puntero y la chasca sin respeto por nuestros derechos humanos. Como en Guantánamo. Y así ha salido mi generación, perdida. De trauma en trauma. Por eso va siendo hora de que los culpables rindan cuentas a la Justicia. Memoria histórica para el nene y la nena. Barra libre. Así que voy a pedirle al juez Garzón que abra una causa general que los ponga firmes a todos. Que encierre en la cárcel a los que sigan vivos, que alguno queda —tiembla, Severiano—, y desen­tierre a los otros para escupir sobre sus huesos. A mi padre, por ejemplo, ya no lo pillan. Lástima. Pero mi madre sigue ahí, tan campante. Sus ochenta y cuatro años no tienen por qué ponerla a salvo de su cruel salvajismo de antaño. En esta España, líder moral de Occidente, lo de la zapatilla no puede quedar impune. O sea. Más vale tarde que nunca. •


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Hace exactamente cincuenta años, había muchas personas, entre las que me incluyo, que estábamos haciendo lo que podíamos para ayudar a la “Revolución cubana”, recaudando dinero en proyecciones cinematográficas, vendiendo artículos con los colores, rojo y negro del Movimiento 26 de julio, y en mi caso, fomentando la adhesión a la revolución, mediante artículos, e incluso, prestando los teletipos del periódico en que trabajaba, para que emisoras de radio que no tenían esos sistemas “modernos”, transmitieran las noticias que nos llegaban de Cuba, minuto a minuto…

Ahora, viendo el resultado de todos los esfuerzos de tantos “tontos útiles” que éramos, y recordando el gobiernos del analfabeto sátrapa Fulgencio Batista, recuerdo la frase: “No hay ninguna situación tan mala, que no sea susceptible de empeorar”…

Pero, J.J. Armas Marcelo, que se define como medio cubano-medio venezolano, nos lo describe mejor…

Vísperas habaneras

J. J. ARMAS MARCELO ABC.es - Opinión - La Tercera Domingo, 28-12-08

 

EL último día del año se reúnen en Cuba más de cuatrocientos babalaos, los sacerdotes de las religiones afrocubanas. Es el Día del Medio y van a hacer las predicciones del año que empieza, histórico en Cuba porque estamos entrando en 1959. Se niegue o no, esos auspicios son seguidos por toda la población con sumo respeto: por los blancos, los mulatos y los negros de nación. Se alumbra el triunfo de la Revolución, Fidel Castro baja de Sierra Maestra y La Habana sale a la calle. Batista, el sargento mulato que era las dos únicas cosas que no quería ser (mulato y sargento) huye a Santo Domingo, después de enviar otro avión a Miami con su familia y los millones de dólares robados a los cubanos. Esa noche del Día del Medio, los habaneros destruyen los parquímetros y las máquinas traganíquel, las víctrolas de donde ha salido la música popular todos estos años anteriores al triunfo de la Revolución.

Un tiempo antes, cuando todavía el Movimiento 26 de Julio no ha cobrado la fuerza que lo convirtió en un vendaval de victoria, Fidel Castro se esconde como puede en los vericuetos de La Habana, ciudad sin sótanos. Su amigo Alfredo Guevara le busca rincones inencontrables para los esbirros batistianos y Castro acrecienta su leyenda escurriéndose de un lado a otro. Guillermo Cabrera Infante, periodista, crítico de cine e íntimo amigo entonces de Alfredo Guevara, comparte con éste el lugar de los escondrijos de Castro. En una esquina imprevista de La Habana, Cabrera Infante es detenido por la policía. Se le interroga para que diga dónde se esconde el líder, Fidel Castro. Cabrera es amenazado con la muerte, pero de su boca no salen sino monosílabos sin semántica, que parecen formar parte de un jeroglífico chino. «Se portó como un valiente», me dijo Alfredo Guevara refiriéndose a Cabrera Infante durante un almuerzo en la casa de protocolo de Gloria López, entonces delegada de la Unesco en América Latina con sede en La Habana.

Durante la guerra que acaba en las vísperas revolucionarias, el Día del Medio de 1958, La Habana era una fiesta mayor que no cerraba de noche. Los antibatistianos hicieron todo cuanto pudieron para que la gente no diera la imagen de diversión constante que era La Habana, de noche y de día, pero los habaneros siguieron bailando, cantando, bebiendo ron en candela durante la jarana interminable. Mientras, en las cunetas de las carreteras cercanas a la capital cubana y en los barrios marginales, aparecen muchachos asesinados por los esbirros del Gobierno de Batista. Pero la fiesta sigue en La Habana. Y en la montaña, los barbudos se aprestan a tomar por asalto el bastión final de la Isla, La Habana. Castro baja de la Sierra con dos medallas de Cachita colgadas al cuello y la inmensa mayoría del pueblo cubano lo espera y aplaude su lucha. La Revolución se hace para la reforma agraria y el regreso de la Constitución del 30 y la democracia. Cuba no es solamente lo que se ha dicho siempre, un burdel norteamericano, sino también uno de los países más desarrollados de América Latina.

El cine no ha dejado frecuentes secuencias de la noche del Día del Medio. En Habana, una película no demasiado inteligente con reminiscencias claras de Casablanca, se hace hincapié en la salida de los magnates batistianos y la atropellada huida de los gángsters norteamericanos, mientras el jubiloso pueblo habanero se lanza a destruir con lo que tiene a manos los parquímetros y las máquinas traganíquel. Algunas secuencias de El Padrino nos dejan la misma estela. La suerte está echada hace rato y, a esa misma hora, Ernesto Guevara está llegando a La Cabaña. Bajo su mando, comienzan los juicios sumarísimos y las ejecuciones de los esbirros más conocidos de Batista.

Días más tardes, tras las vísperas, Fidel Castro llega al campamento militar de Columbia y el país entero se vuelca con él. Durante su discurso tiene al lado a Camilo Cienfuegos. «¿Voy bien, Camilo?», le pregunta de cuando en vez el líder al más simpático jefe de los barbudos. «Vas bien, Fidel», le contesta Cienfuegos. Poco más tarde, se sueltan ante el público una bandada de palomas blancas, una de las cuales parece ir a parar en su atolondrado vuelo a uno de los hombros de Camilo Cienfuegos. El jefe guerrillero se la quita de encima con un gesto violento de su mano, pero la paloma no remonta el vuelo sino que va a parar al hombro de Fidel Castro mientras habla al pueblo cubano, el que está reunido en la plaza pública y el que lo ve por la televisión. Otra paloma revolotea desde el aire y, como si hubiera recibido una orden del más allá, va buscando el otro hombro de Castro, que ahora habla con dos palomas blancas sobre sus hombros.

Es leyenda que, en ese momento de las palomas de Castro, una de las mayores intérpretes de las religiones afrocubanas, la blanquísima Lydia Cabrera, la autora de El Monte (mutatis mutandis, los hechos de los apóstoles de esas religiones, con toda su tradición oral africana), decide exiliarse de Cuba porque ve en aquel joven el aquelarre revolucionario que envolverá a Cuba por medio siglo de soledad. «Hemos ganado la guerra, ahora empieza la Revolución», dicen los guerrilleros, dice Fidel Castro, dice Ernesto Guevara.

Cincuenta años después de la épica, entre el exilio y el insilio, la Revolución cubana es una ruina que lleva tambaleándose en la nada más tiempo del necesario. De modo que del júbilo popular de aquellas vísperas revolucionarias no queda ya gran cosa, salvo el recuerdo. ¿Nostalgia? Es irremisible la nostalgia para quienes vivieron aquel episodio de la noche tras el Día del Medio. Es inevitable que quienes no lo vivimos rescatemos de aquellas imágenes un instante agridulce de melancolía. Desde las vísperas revolucionarias hasta hoy, el régimen castrista se fue deslizando por el alambre de la improvisación cotidiana: ni siquiera los que «organizaban» por la noche, sabían que iba de verdad a suceder al día siguiente.

Los gringos, que al principio vieron con simpática curiosidad la llegada al poder de aquel joven barbudo, no se dieron cuenta de que no era uno más de los muchachos rebeldes de lo que ellos llaman todavía su patrio trasero. Ni se dieron cuenta de qué era capaz Fidel Castro. Luego llegaron los bolos (los rusos) y una larga temporada de resistencia al embargo. Más tarde, el periodo especial. Finalmente hoy, la nada a la espera del futuro.

En un lugar secreto de La Habana, en estas vísperas habaneras de la Revolución de hace cincuenta años. Fidel Castro, el hoy invisible sátrapa patriarcal, dirige la isla como si fuera su finca particular. Mientras su cuerpo se seca, escribe el «Gramma» entero. Al frente de la nada, Raúl Castro, su hermano, dirige las operaciones ordenadas por el dictador. Por La Habana y todo el archipiélago, comenzó hace rato a correr el rumor: «El que está enfermo de verdad es Raúl. Y se va a morir antes que Fidel». Lo que digan esta vez las predicciones de los babalaos en el Día del Medio será escrutado más que nunca con una curiosa seriedad.

 

 

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Los fascistas llevan corbata

Como sabréis, en esta España socialista y progre, el insulto y la agresión verbal o incluso física, está a la orden del día, por parte de los “políticos” que, se supone debían dar ejemplo de convivencia y democracia. Ya llevamos tiempo en que, como la teoría de: “No pienses en un elefante”, se lanza una invectiva o un exabrupto, y luego, con pedir excusas, ya está todo arreglado, pero claro, entre la masa, quda el insulto como algo normal…

Hace unos días, un tal Castro, (Qué curiosa coincidencia), presidente de la asociación de municipios y provincias de toda España, y socialista, como no podía ser menos, exclamó: “Y todavía hay tontos de los cojones que votan a la derecha”, y luego, para redondear, el asunto dijo: “pido excusas, POR SI ALGUIEN SE HA OFENDIDO… O sea, que los 10 millones de españoles que han votado a la “derecha”, sería extraño que se ofendieran si les llaman “tontos de los cojones”… Luego, en un mitin, un tal Sardá, de la Esquerra Republicana de Cataluña, exclama: “Viva la República, Muera el Borbón” y luego, dice que no pensaba en el Rey D. Juan Carlos de Borbón, por lo que nadie tiene por qué ofenderse…

Es un hecho probado muchas veces que, en esa idílica y democrática República que tanto añora nuestro ex simio presidente, se ha asesinado sin fórmula de juicio y se ha enterrado en cunetas de esas que busca Garzón, a simples maestros de escuela o humildes oficinistas de cualquier despacho, por el horrible delito de llevar corbata, pero eso que parece tan pasado, se actualiza ahora, incluso con los inmigrantes, convencidos por el partido gobernante, de que “les dan cosas”, pero luego, dicen que el partido de la oposición, el denostado Pepé, es el que “crispa”…

 

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Patente de Corso. XL Semanal, 22 de noviembre de 2008

LOS FASCISTAS LLEVAN CORBATA

Por: Arturo Pérez-Reverte

 

Cuando digo que este país es una mierda, algún lector elemental y patriotero se rebota. Hoy tengo intención de decirlo de nuevo, así que vayan preparando sellos. Encima hago doblete, pues voy a implicar otra vez a Javier Marías, que tras haberse comido el marrón de mis feminatas cabreadas, acusado de machista —¿acaso no se mata a los caballos?—, va a comerse también, me temo, la etiqueta de xenófobo y racista. Y es que, con amigos como yo, el rey de Redonda no necesita enemigos.

Madrid, jueves. Noche agradable, que invita al paseo. Encorbatados y razona­blemente elegantes, pues venimos de la Real Academia Española, Javier y yo intentamos convencer al profesor Rico —el de la edición anotada y definitiva del Quijote— de que el hotel donde se aloja es un picadero gay. Lo hacemos con tan persuasiva seriedad que por un momento casi lo conseguimos; pero el exceso de coña hace que, al cabo, Paco Rico descorne la flor y nos mande a hacer puñetas. Que os den, dice. Y se mete en el hotel. Seguimos camino Javier y yo, risueños y cargados con bol­sas llenas de libros. Bolsas grandes, azu­les, con el emblema de la RAE. Cada uno de nosotros lleva una en cada mano. Así cruzamos la parte alta de la calle Carre­tas, camino de la Plaza Mayor.

Imaginen —visualicen, como se dice ahora— la escena. Capital de España. Dos señores académicos con chaqueta y cor­bata, cargados con libros, hablando de sus cosas. Del pretérito pluscuamperfecto, por ejemplo. En ese momento pasamos junto a dos individuos con cara de indios que esperan el autobús. Inmigrantes his­panoamericanos. Uno de ellos, clavado a Evo Morales, tiene en las manos un vaso de plástico, y yo apostaría el brazo incorrupto de don Ramón Menéndez Pidal a que lo que hay dentro no es agua. En ésas, cuando pasamos a su altura, el apa­che del vaso, con talante agresivo y muy mala leche, nos grita: «¡Abajo el Pepé!... ¡Abajo el Pepé!». Y cuando, estupefactos, nos volvemos a mirarlo, añade, casi escu­piendo: «¡Cabrones!».

Me paro instintivamente. No doy crédito. «¡Pepé , cabrones!», repite el indio guaraní, o de donde sea, con odio indescriptible. Durante tres segundos observo su cara desencajada, consideran­do la posibilidad de dejar las bolsas en el suelo y tirarle un viaje. Compréndanme: viejos reflejos de otros tiempos. Pero el sentido común y los años terminan por hacerte asquerosamente razonable. Tengo cincuenta y siete tacos de almanaque, concluyo, voy vestido con traje y corbata y llevo zapatos con suela lisa de material. Mis posibilidades callejeras frente a un sioux de menos de cuarenta son relati­vas, a no ser que yo madrugue mucho o Caballo Loco vaya muy mamado. Sin contar posibles navajas, que alguno es dado a ello. Además tiene un colega, aunque nosotros somos dos. Podría, quizás, endiñarle al subnormal con las llaves en el careto y luego ver qué pasa con el otro; pero acabara la cosa como acabara —seguramente, mal para Marías y para mí—, incluso en el mejor de los casos, con todo a favor, hay cosas que ya no pueden hacerse. No aquí, desde luego. No en este país miserable. Imaginen los titulares de los periódicos al día siguien­te: «El chulo de Pérez-Reverte y el macarra de Marías se dan de hostias en la calle con unos inmigrantes». «Xenofobia en la RAE.» «Dos prepotentes académicos racistas, machistas y fascistas apalean salvajemente a dos inmigrantes.» Aunque aún podría ser peor, claro: «Marías y Reverte, apalea­dos, apuñalados e incluso sodomizados por dos indefensos inmigrantes».

Marías parece compartir tales conclu­siones, pues sigue caminando. A envai­nársela tocan. Lo alcanzo, resignado, y llegamos a la Plaza Mayor rumiando el asunto. «Es curioso —dice pensativo—. A mí tío, republicano de toda la vida, lo insultaban por la calle, durante la Repú­blica, por llevar corbata.» Yo voy callado, tragándome aún la adrenalina. Quién va a respetar nada en esta España de mier­da, me digo. Cualquier analfabeto que llegue y vea el panorama, que oiga a los políticos arrojarse basura unos a otros, que observe la facilidad con la que aquí se calumnia, se apalea, se atizan ren­cores sociales e históricos, tiene a la fuerza que contagiarse del ambiente. Del discurso bárbaro y elemental que sus­tituye a todo razonamiento inteligente. De la demagogia infame, la ruindad, el oportunismo y la mala índole de la vil gentuza que nos gobierna y nos enve­nena. Ésta es casa franca, donde todo vale. Donde todos tenemos derecho a todo. Cualquier recién llegado apren­de en seguida que tiene garantizada la impunidad absoluta. Y pobre de quien le llame la atención, o le ponga la mano encima. O tan siquiera se defienda.

Así que ya saben, señoras y caballe­ros. Ojito con las corbatas y con todo lo demás cuando salgan de la RAE, o de donde salgan. Nos esperan años intere­santes.

Tiempos de gloria. •


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sábado, 6 de diciembre de 2008

Memoria Histórica II

 

 

Memoria Histórica II

Me ha llegado un curioso mensaje con este título que, no quiero enviaros, sin antes permitirme una pequeña introducción autobiográfica…

Mi padre, minero asturiano, tenía 17 años cuando la Revolución Soviética, luego, era inevitable que se afiliara al Partido Comunista, que luchara como voluntario defendiendo Madrid del asedio de los “Nacionales”, y que acabara en la cárcel después de la Guerra Civil, donde todas las noches realizaban “la saca”, nombrando a una serie de detenidos que se llevaban a asesinar sin fórmula de juicio y que, a mi padre, que vivió esa experiencia oyendo los nombres y esperando una y otra noche oír el suyo, al fin, no le “tocó”, debe ser, (“porque Dios es grande”) y pudo salir en libertad vigilada y perpetua, al año y medio… pero teniendo que presentarse en la comisaría, todas las semanas…

Yo, he vivido siendo muy niño, los avatares de la guerra, y el hambre, ya que mi padre, decía que él luchaba por la República y no por dinero, por lo que se negaba a cobrar el sueldo a que tenía derecho. Luego la enfermedad al borde de la muerte por la epidemia de viruela que se extendió en la posguerra, y ver a mi madre trabajando para otros para poder medio alimentarnos mientras mi padre estaba en la cárcel.

Quizá por mis lecturas, desde los tres años, pues lo que sí hubo siempre en mi casa en profusión fueron libros, yo soy quizá un tanto escéptico y contestatario, por lo que las bondades del comunismo no las he podido ver por ningún lado, pero sobre todo, se grabó a fuego en mi mente la frase de Ortega y Gasset: “No hay que tener ideologías, sino ideas”. Así que, eso de que a uno el gobierno, cualquier gobierno, le diga cómo debe hablar, o lo que está bien y lo que está mal, me da repelús. Me creo capaz de resolverlo yo solito. No obstante, quise ser periodista y fui rechazado de la Escuela Oficial, “por ser hijo de rojo”… Así que, me autoexilié a tierras donde había más libertad y donde me ofrecieron trabajo en un periódico, sin ponerme condiciones.

Posteriormente, me llevé a mis padres, para que se quitaran el sambenito de tener que presentarse semanalmente ante nadie y para que pedieran disfrutar de un país donde había elecciones periódicamente y se podía desfilar con banderas rojas o del color que a cada uno se le antojara. Mi padre murió sin volver a España y yo volví, invitado por el gobierno de entonces, diez años después de morir Franco.

Espero que esto sirva para aclarar que: A mi Franco no me inspira ningún respeto, ni me ha caído simpático jamás, pero tampoco me parezco nada a esos paniaguados que eran capaces de mostrarle una “adhesión inquebrantable”, y ahora posan de antifranquistas y demócratas de toda la vida, con tal de mostrarse “políticamente correctos”, y seguir disfrutando de prebendas y canonjías, con el gobierno que toque.

Yo creo firmemente en el dicho: “Guardar rencores, es como tomarse un veneno y esperar que el otro se muera”…

El archivo que os ajunto, tiene su toque de humor y técnicamente está muy bien hecho, además de que, tiene como fondo el himno de Cara al Sol, que dicen los expertos que musicalmente es bueno, aunque a muchos nos repela por lo que significa, y que otros que lo cantaron en su día con unción, ahora despotriquen de él.

Muchas de las cosas que se dicen aquí del gobierno de la época franquista, son verdad, pero la pregunta es: Cuanto más no habría avanzado España sin él… O, a dónde habría llegado España por el camino que llevaba la República… Me temo que, estas preguntas quedarán sin respuesta para siempre… Aunque el retardado mental que gobierna España ahora, y que en muchos aspectos hace bueno a Franco y tiene las mismas aspiraciones totalitarias, crea que sabe las respuestas…

 

Idioma vasco

La “cultura” en España, avanza a pasos agigantados, y no sólo en Vasconia, sino en todo el territorio de la piel de toro, lo que se impone es un idioma lleno de exclamaciones escatológicas que, se difunde por TV y se propala como una epidemia entre los niños, que, tiernecitos ellos, cuando crezcan, sólo sabrán reventar las conferencias que se pretendan hacer en sus universidades, que parece ser el deporte nacional…

 

Hay una panda de analfabetos, cantantes, actores y demás, muy ideologizados, que se llaman a sí mismos: “Los de la cultura”, así que, a los ciudadanos normales, sólo nos queda echarnos a llorar.

 

Ya sabréis que, la Ministra de Educación, acaba de descubrir que, la violencia doméstica es consecuencia del gobierno de Franco, que, pobrecito él, parece que nos sigue gobernando desde su tumba.

 

Se supone que los asesinatos de sus respectivas parejas que ocurren en los países más avanzados, como Suecia, Alemania o USA, son también producto del gobierno de Franco que, para el ex simio presidente de España, y sus enanitos mentales que ha nombrado ministros y ministras, (cuidado con el machismo), parece que ha sido el gobernante más universal y permanente de toda la historia de la humanidad…

jueves, 4 de diciembre de 2008

Las manos del abuelo


Yo si, había pensado muchas veces en las manos en general y había admirado el trabajo de ingeniería increíble que representa cualquier mano, capaz de acariciar suavemente, de tomar un huevo con la presión suficiente para levantarlo, sin que se rompa su cáscara, o por el contrario, capaces de golpear con fuerza y hacer los trabajos más duros, además de las infinitas posturas que pueden adoptar, para llevar varias cosas de diferentes formas a la vez, o de sujetar con fuerza objetos pesados. Cuando el hombre ha querido fabricar una mano artificial, siempre ha resultado algo tosco, burdo y casi inútil, comparada con la natural… Lo cual, a pesar de toda nuestra prepotente tecnología, nos lleva indefectiblemente a la humildad, y reconocer lo pequeñitos que somos…


Enrique Gutiérrez y Simón