Matar a un gendarme
Recogiendo la idea de, llenar de hispanidad estos días de
octubre, se me ha ocurrido rememorar alguna anécdota del libro de Santiago
Blanco: “El inmenso placer de matar un gendarme”.
Conocí a Blanco en Caracas donde vivía, hace ya muchos años.
Me regaló su libro y me contó de viva voz, muchas cosas de su amargo periplo,
desde su puesto de Gobernador de Asturias; su huida a Francia, cuando Franco
llegó allí con sus tropas africanas y el inhumano maltrato con que los
franceses, desde su gobierno, hasta los habitantes de a pie, (con las naturales
excepciones), trataron a los españoles huidos, recluyéndolos en campos o
playas, sin ningún tipo de instalación, ni ropa o protección de ninguna clase,
con hambre y todo tipo de privaciones, absolutamente salvajes.
Curiosamente, para esos españoles, la invasión de Francia por
las tropas de Hitler, fue una mezcla de miedo, ya que todos eran clasificados
como “rojos”, pero resultó también una cierta liberación, porque a muchos les
dieron trabajo, en las construcciones militares, con lo que tuvieron un mejor
trato, alimentación y una semi libertad.
El fragmento que he tomado del libro mencionado, y que
recomiendo leer a todo el que tenga curiosidad por esta época, nos dice en su
pág. 428:
“…nos metimos en un restaurante y pedimos una comida modesta.
Al llegar el momento de pagar, nos ofrecimos para hacer el
trabajo que fuese -lavar platos, limpiar la cocina o lo que fuese- para pagar.
El patrón, su esposa y un par de camareros, nos formaron un dos de mayo.
Entonces prometimos que al llegar a Brest, les enviaríamos el dinero de la
comida. Pero no creyeron en nuestra palabra y aquello se convirtió en una serie
de insultos contra nosotros. En medio de la escandalera entraron cuatro
alemanes, todos oficiales. Ya te imaginarás nuestro terror. Éramos rojos
españoles sometidos a la disciplina de la Todt.
Y nuestro permiso de veinticuatro horas ya había terminado. Los alemanes interrogaron
al dueño del restaurante, quien les explicó que aquellos salvajes españoles
habían comido y no querían pagar. El que parecía jefe del grupo de oficiales se
dirigió a mí:
-De modo que tú eres español.
-Bueno, señor, republicano.
-Pero tú peleaste contra Franco, ¿verdad?
Yo estaba muerto de miedo
-Pues sí, señor, un poco... pero ahora trabajo en la Todt.
-Y no quieres pagar la comida.
-Es que se nos acabó el dinero. Pero nosotros se lo enviaremos.
¡Palabra!
-¿Palabra de ?
No supe qué contestar, pero el oficial alemán me hablaba en
tono extrañamente amistoso. Y me decidí:
-¡Palabra de español!
Entonces el alemán me agarró por la barbilla y me dijo:
Lentamente se dirigió al patrón del restaurante. Lo miró un momento
y le dio un golpe en el cogote:
-Y tú -le dijo-, agacha esa cabeza. Tú no peleaste. Esos
españoles defendieron lo suyo. Vosotros no.
-Y vosotros –agregó- ya les pagasteis a los franceses. Podéis
marcharos.
……..
No nos había gustado el incidente, y decidimos enviarle el dinero de nuestra comida
al patrón del restaurante. Se lo enviamos unos días después.”