sábado, 16 de enero de 2010

Regreso al pasado

Lo normal es, que cuando uno vive en un país cualquiera, se habitúe al entorno y no perciba muchas cosas que, para  otro que llega de fuera, sobre todo si es nativo de ese país y ha estado ausente un cierto tiempo, le saltan a la vista como luces destelleantes.

Es el caso del periodista José María Carrascal, que ha sido corresponsal en varios países y sigue viajando frecuentemente, a veces con ausencias de meses, lo que le hace ver la situación de su país, España, de una forma que los que estamos aquí, no apreciamos, y que quizá suene un poco descarnada, pero no está de más prestarle atención, para no seguir recibiendo sorpresas desagradables...

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Regreso al pasado

JOSÉ MARÍA CARRASCAL - ABC.es - Opinión (viernes 15 de enero de 2010

 

PUEDE ser el efecto óptico de una meteorología inclemente, pero creo que hay algo más profundo detrás: regresar a España tras casi cuatro meses de ausencia le produce a uno la impresión de regresar al país de su infancia, a los años duros de la posguerra, al frío, al viento, la nieve, las luces mortecinas, las incomodidades, la desidia administrativa, los establecimientos cerrados, los letreros de «Se alquila», los aeropuertos convertidos en aquellas estaciones donde los viajeros dormían en los bancos, las miradas duras en los ojos de cuantos nos cruzábamos y la palabra «Imperio» sustituida por «Presidencia europea» en los «partes».

Si a ello se añaden unos españoles separados no sólo por la vieja frontera de izquierdas y derechas, sino también por las nuevas de los nacionalismos y localismos, el viajero se lleva un susto. Lo usual era encontrar una España más próspera, más optimista, más jovial. Esta vez es justo lo contrario, como si sus viejos fantasmas hubieran vuelto de repente.

Y en cierto modo, es así. ¿Qué ha pasado para que tanto cambiase en tan poco tiempo? Pues ha pasado que vivíamos en las nubes y hemos caído de ellas sin paracaídas. No queríamos ver lo que realmente somos, como nuestro presidente no quería ver la crisis, pero la crisis nos ha dado de bruces con la realidad. Nos creíamos ricos, y no lo éramos. Presumíamos de haber sobrepasado a Italia, de estar en el grupo de cabeza, y estamos en el de cola. Debemos nuestro bienestar a la generosa ayuda europea, a unas medidas acertadas tomadas por algunos Gobiernos hace ya muchos años y a una coyuntura internacional que nos era casualmente favorable. Pero en vez de aprovecharla para corregir nuestras deficiencias, para trabajar como es debido, para prepararnos para el mundo que se avecinaba, dejamos que siguieran siendo los otros quien inventaran, que los trabajos más duros los hicieran los inmigrantes, mientras nosotros nos dedicábamos a gozar de nuestra recién adquirida modernidad y democracia, sin pensar nadie que ésta significa tanto responsabilidad como libertad.

El resto lo hicieron unos políticos más interesados en la ideología que en la economía, en enriquecerse ellos que en enriquecer el país, en sus partidos que en la nación, en ajustar viejas cuentas que en saldarlas definitivamente, en abrir diferencias (y fosas) que en cerrarlas, y tendrán esa España gélida, inhóspita, gris y amenazadora que aguarda al viajero tras un largo periodo de ausencia.

 

 

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