lunes, 23 de julio de 2012

Esl arma que nos quitaron


El arma que nos quitaron


El respeto a la propia historia es clave para la cohesión y la fuerza en momentos de zozobra

HERMANN TERTSCH – ABC – 22 ju. 2012
«Bailen 1808» dirían que es un club de fútbol. ¿Numancia? Más fútbol. Con las Navas de Tolosa 1212 se ha­rían un lío. ¿Una marca? Arapiles, unos grandes almacenes. Lepanto, me suena. Trafalgar, una plaza en Lon­dres. No intenten examinar el cono­cimiento de los jóvenes españoles so­bre nuestra historia. Porque en gene­ral no saben casi nada y, como suele suceder con lo que se ignora, intere­sa poco.
Los españoles nunca han tenido una relación fácil con su historia. Desde la edad de oro nuestros clásicos despotrican de la patria y de las gran­des gestas hechas en su nombre con una crueldad y pasión que no es fácil encontrar fuera. Y, sin embargo, has­ta el siglo XX ha habido una cierta continuidad en el relato histórico so­bre los orígenes y el pasado de nues­tra nación.
Avergonzados de España
La historia se enseñaba con coheren­cia y en consenso. La renuncia gene­ral al conocimiento de nuestra histo­ria se produce a partir de 1975 cuan­do nos urge distanciarnos de la dictadura y de todos sus mensajes. Con la mala conciencia de un pueblo en el que no hubo mayor resistencia a un dictador que murió en la cama. Cunde el miedo a ser identificado como franquista. Y cualquier defen­sa de la nación española es sospecho­sa. Como tantas veces en nuestra his­toria, el miedo explica mucho. Nadie se atreve a enfrentarse a la idea pron­to dominante de que el nuevo «Esta­do español» tiene que ser lo menos España posible.
La apuesta estratégica de las fuer­zas de izquierda de aliarse con fuerzas nacionalistas en País Vasco y Ca­taluña lleva a primar la promoción de una parahistoria en gran parte in­ventada. El patriotismo español es denostado, el fanatismo patriota de los nacionalismos es doctrina de pro­greso. España desaparece hasta del vocabulario de la clase política. Por no hablar de la escuela. Es allí donde desembarcan generaciones de educadores ideologizados y hostiles a la mera idea de la nación.
En muchas regiones todo lo espa­ñol dignificante es proscrito. La ridiculización de las hazañas, de los mitos y los hitos en la historia espa­ñola es parte de la doctrina identitaria. La misma suerte corre por su­puesto la religión católica, tan ridiculizada y demonizada como la propia idea de España y una identi­dad nacional sistemáticamente com­batida con dinero público. Otras iden­tidades sustitutorias, basadas en le­yendas decimonónicas o en la negación de los hechos, ocuparon su puesto.
Corrección política
La rampante corrección política, in­quisición implacable, añade a ello el incentivo a la autocensura. El entu­siasmo habido con motivo de nues­tros éxitos deportivos revela que existe una demanda de un sentido de pertenencia. Pero el lastre es inmen­so. Lo demuestra que la izquierda es incapaz de portar nuestra bandera nacional fuera de un estadio de fút­bol. Así nuestras grandes fechas han caído en el total olvido.
Quien piense que es éste un fenó­meno generalizado en los tiempos modernos tiene un poco de razón. Pero sólo un poco. Comparé aquí los grandes actos del 300 levantamiento del sitio de Viena con la pobre cele­bración de un hecho de similar im­portancia para Europa como la bata­lla de las Navas de Tolosa.
Tomarse en serio la historia
Más allá de fechas redondas, las gran­des naciones del mundo cuidan con esmero sus fechas de recuerdo del pa­sado común y homenaje a los caídos. Como ejercicio y escuela de civilidad y patriotismo, a celebrar juntos por las generaciones. Y crear así ese vín­culo de solidaridad y pertenencia a través del tiempo, con los vivos y los muertos.
Ejemplar es el Remembrance Day en el Reino Unido, en el que la ama­pola (The Poppy) de los campos de Flandes recuerda a los millones de soldados británicos caídos desde la Primera Gran Guerra. En Estados Uni­dos son varios los días de luto y me­moria como ejercicio común. Desde los tradicionales a otros incorpora­dos a lo largo del tiempo como Thanksgiving, el 4 de Julio o el Día de Martín Luther.
Otro caso paradigmático es Polo­nia, un país que sufrió en el siglo XX como ninguno. Cuya característica nacional ha sido la cohesión y el co­raje. Polonia cultiva su pasado medie­val y renacentista con el mismo esme­ro que el recuerdo a sus mártires en las fosas de Katyn. Y en sus colegios se enseña el carácter ejemplar de sus héroes, desde su rey Sobieski que ven­ció a los turcos y jamás pidió perdón por ello, hasta Jan Karski, el héroe del Gobierno clandestino polaco durante la ocupación soviética y nazi.
Todos los países que se toman en serio su historia demuestran mayor fuerza y cohesión a la hora de afron­tar reveses y dificultades. España es en esto una triste excepción. Cuan-•do más falta nos hace, tenemos que reconocer que la insensata labor de destrucción de las pasadas décadas ha sido completa.
Ignoramos una historia, con sus luces y sombras, de una grandeza como pocas. Cargada de hazañas y lógica fuente de orgullo común. La hemos despreciado y olvidado. Y aho­ra no nos sirve como debiera para inspirar esa necesaria cohesión, el aguante, la determinación y el cora­je que tanto necesitamos.

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