lunes, 27 de octubre de 2008

Premios


Supongo que, habréis visto en directo la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, pero por si no os habéis fijado, quiero recordaros unos pequeños detalles que observé durante los mismos:

Ingrid Betancourt, con su vocecita desmayada, (una genial amiga mía, caleña, definía estas voces como: "voz de cama"…), habló de todo lo divino y lo humano, hasta del holocausto de los nazis contra los judíos, con un discurso, largo, plano, aunque con llantito incluído, sin olvidar "lamberle" a los otros premiados con unas referencias que, seguramente no se las cree ni su madre, y agradeciendo sus buenos oficios a los gobiernoes de Francia, España y hasta Suiza, mencionando por sus nombres a nuestro ex simio presidente y a su ministro de exteriores moratinos, (desatinos, para sus íntimos), lleno de lugares comunes y propósitos buenistas, pero dentro de su farragoso programa mundial, se olvidó de tres pequeños detalles que, quizá muestran su pequeñez de miras, envuelta en frases grandilocuentes y proyectos de armonía mundial…

El Príncipe de Asturias, a años luz de la cultura y preparación intelectual de esta señora, sí mencionó estos tres detalles, que son: acordarse de los otros 14 secuestrados, liberados con ella; agradecer al ejército colombiano su liberación, en una "operación impecable", y al Gobierno de Colombia, por su lucha para implantar la democracia en ese martirizado país.

Oviamente, a mi no me cae nada bien esta señora, que la veo falsa y como actuando permanentemente que, hasta viaja siempre acompañada de su madre, como las cupletistas de los años veinte. Creo que, lo que subyace en sus palabras es, "bailarle al agua" a las FARC y promover el "diálogo", como única solución… Pero los que tenemos memoria, nos preguntamos: ¿Se podrá hacer más por el diálogo que lo que hizo Pastrana, o por el diálogo con ETA que lo que hizo Zapatero, llegando al vergonzoso extremo de definir como "hombre de paz", a un asesino de veinticinco persones?... Y, ¿cual es el resultado en ambos casos?, la burla de los terroristas y el rearme, aprovechando la debilidad de esos gobiernos buenistas.

En fin, me alegra ver que, un hombre de la categoría moral e intelectual como Jon Juaristi, coincide conmigo y que una organización tan seria como el Foto de Ermua, pide oficialmente la devolución de ese premio que, esta señora, claramente no se merece…


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Premios

POR JON JUARISTI - ABC – Opinión – Domingo 26/10/2008

EL Foro Ermua exige que Ingrid Betancourt devuelva el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia porque, en teoría, habría desvirtuado la esencia del mismo al pronunciarse públicamente a favor del diálogo con la guerrilla colombiana, y tal demanda, me parece, ilustra perfectamente la deriva errática de un movimiento cívico que pugna por encontrar justificaciones para sobrevivir a un marasmo endógeno, como los que suelen sufrir -léase a Tocqueville- los organismos que pierden sus funciones o no son ya capaces de desempeñarlas en nuevas situaciones históricas. Por cierto, es más que probable que lo mismo le suceda en breve a la UGT de Cándido Méndez, que, con la que está cayendo, opta por desgastarse un poco más como sindicato, constituyéndose en acusación particular contra el franquismo en la causa general abierta por Garzón.

Personalmente, no me gusta la señora Betancourt. Su discurso en el acto del Teatro Campoamor de Oviedo ha sido un muestrario completo de todos los tópicos del buenismo multicultural y ecologista, sazonado con la superstición postmoderna de la omnipotencia de la palabra, ese ingrediente fundamental en el pensamiento mágico de la progresía y tan viejo, en rigor, como el mundo (tanto, que, ya en el Cantar del Cid se vapuleaba a los que el poema llama «lengua sin manos»). No me gusta Ingrid Betancourt y, si yo fuera colombiano, no le daría mi voto, pero no soy colombiano ni miembro del jurado del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, y creo legítimo que los colombianos y los jurados de dicho premio voten a quien les apetezca, aunque uno no comparta sus gustos ni sus convicciones. Pero es que, además, hay un elemento razonable en el discurso de Ingrid Betancourt. Precisamente, el que ha sido blanco de las invectivas del Foro Ermua: la tesis de que se debe hablar con las FARC cuando está en juego la suerte de personas secuestradas. Puro sentido común. Cuando unos delincuentes toman rehenes, el objetivo primordial de todo Estado es salvar las vidas de aquéllos por todos los medios posibles, incluyendo el diálogo y la negociación con los secuestradores. Incluso el Estado de Israel, que ha sido mucho más implacable con los terroristas que cualquier otro Estado, ha dado un ejemplo conmovedor y amargo de sentido común al cambiar terroristas vivos por cadáveres de soldados israelíes asesinados en cautividad, porque Israel subordina las conveniencias estratégicas de todo tipo al compromiso ético de que todos sus soldados volverán a casa, vivos o muertos. Y, si esto no se entiende, la batalla contra el terrorismo estará perdida de antemano, porque, en el camino, se nos habrá extraviado el sentido común.

Por supuesto, en muchos casos la negociación y el diálogo no son medios posibles ni aconsejables. Hay organizaciones terroristas que nunca han querido negociar. El caso más claro es ETA, que sólo concibe un tipo de transacción: la económica, es decir, secuestrados por dinero. Nunca, rehenes a cambio de presos. Si ETA secuestra a un empresario, es seguro que intentará venderlo, pero si el secuestrado es un concejal, la oferta de negociación siempre será un señuelo para añadir al crimen la humillación del Estado democrático. Así lo hizo con Miguel Ángel Blanco, cuyo secuestro no fue sino el preludio sádico de una venganza homicida por el rescate policial de Juan Antonio Ortega Lara. Probablemente, las movilizaciones cívicas que Ingrid Betancourt ha convocado en Colombia serán tan inútiles para conseguir la liberación de los rehenes de las FARC como las grandes manifestaciones españolas del verano de 1997 lo fueron para salvar al joven edil de Ermua. O no. Ya se verá, aunque merezca más confianza la política antiterrorista del gobierno de Álvaro Uribe, de cuyo acierto la libertad que hoy goza Ingrid Betancourt es un ejemplo incontrovertible. Pero nada de esto justifica exigir a ésta la devolución del Premio Príncipe de Asturias, cuya esencia, dicho sea de paso, no es otra que el progresismo, la bondad universal y la sacarina. Si no la eficacia ni la honradez, las buenas intenciones son siempre recompensadas en España.

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