viernes, 10 de julio de 2009

Ministerio de desigualdad

Un par de artículos sobre el llamado "feminismo", que está llevando a España al absurdo más espantoso, salidos de la pluma del doblemente académico Francisco Rodríguez Adrados y de la catedrática política Edurne Uriarte.

Por mi parte, os dejo un par de ideas para la reflexión:

1.- Los modistas, suelen ser maricas que envidian a las mujeres porque no pueden ser como ellas, por lo que las odian y se vengan vistiéndolas de payasos e inventando los vestidos y atuendos más estramboticos para ridiculizarlas... y ellas, ingenuas, se los ponen, sin analizar si les quedan bien o mal, si son la moda.

2.- Las feministas, envidian a los hombres, porque no pueden ser como ellos, y por tanto los odian, por lo que están creando una nueva religión dogmática y absolutista, no para tener los mismos derechos que los hombres, en lo que todos estamos de acuerdo, sino para que los hombres tengan menos derechos que ellas... La Historia está llena de mujeres que compitiendo con los hombres, han sabido igualarlos e incluso superarlos, sin tanta zarandaja.

Algunos pensamos que, debemos, indiscutiblemente tener los mismos derechos, pero somos diferentes y... ¡Viva la diferencia!.

 

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EL MINISTERIO DE DESIGUALDAD

 

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS de las Reales Academias Española y de la Historia

 

... La imagen de la mujer entre los hombres, y entre ellas mismas, es cambiante, no somos grupos homogéneos, ni mucho menos. Pero dentro del amplio abanico de opiniones, domina el aprecio de las cualidades humanas de la mujer como individuo autónomo que es también compañera del hombre y le supera a veces. La vida humana toda sería sin ellas incomprensible...

 

Degradar a la mujer y al hombre es lo que, sin quererlo, hacen todos los días con sus ocu­rrencias la ministra del ramo y otras más. Hombre y mujer son iguales en cuantos seres huma­nos, desiguales en cuanto son variantes complemen­tarias del mismo ser. Y se pueden rectificar abusos tra­dicionales, pero no es justo imponer legalmente una igualdad mecánica, artificial e injusta y una desigual­dad no menos injusta. Esto llega hasta el lenguaje. To­do lo que atañe a la mujer, según la curiosa teoría de moda, debe ser de género y aun de sexo femenino y terminar en -a. Y no siempre es verdad.

La cosa va muy lejos, doy un primer ejemplo. Una Academia de la que soy miembro, quizá todas, ha recibido un informe del Ministerio de Igualdad pidiéndole que respete la igualdad de género: igual número de hombres y mujeres. Pues bien, hoy día si una mujer aspira a cualquier puesto, no tiene sino que presentar sus méritos, y nadie la va a discrimi­nar por ser mujer.

España, como tantas otras naciones, está llena de mujeres que ocupan puestos importantes. Nadie discrimina, por ejemplo, a una mujer catedrático, han llegado ahí por sus méritos. Conozco a algunas que se quejan amargamente de que ahora parezca que deben sus puestos a ser mujeres: ellas están orgullosas, justamente, de haber triunfado por su aportación intelectual. El reparto puramente por sexos las degrada. La cuota degrada, simplemente, la imagen de la mujer.

Por supuesto, la imagen de la mujer entre los hom­bres, y entre ellas mismas, es cambiante, no somos grupos homogéneos, ni mucho menos. Pero dentro del amplio abanico de opiniones, domina el aprecio de las cualidades humanas de la mujer como indivi­duo autónomo que es también compañera del hom­bre y le supera a veces. La vida humana toda sería sin ellas incomprensible. No necesitan elogios que son más bien agravios interesados, como ese de la cuota.

Porque la cuota es degradante: consiste en reducir la mujer al sexo. Claro que es sexo, también el hombre: el sexo es un integrante de la vida humana. Pero hay otras muchas cosas además, en la mujer y en el hombre. Para esa nueva ideología la mujer es un pu­ro objeto sexual que recibe permiso legal para no con­cebir o para matar lo que ha concebido. Y lograr pues­tos en la sociedad sólo su sexo. ¡Vaya igualdad, com­portarse y triunfar en la vida sólo por el sexo! Negan­do, de paso, su singularidad. Es artificial y degradan­te. Como que el hombre pague más pena por igual delito. Esas progres han comenzado exaltando los valores femeninos y humanos reprimidos por el pre­juicio, para acabar exigiendo como pasaporte único su sexo. Es un mundo solo sexual el que proponen, a ello se sacrifica todo. Junto al machismo, que subor­dinaba todo al ser macho, han creado el hembrismo. Y han olvidado lo central, el ser hombre, con sus dos variantes. Es, después de todo, lo primero, en ello sí que está nuestra igualdad. No voy a discutir lo diferente, pero el ser humano es lo que nos une. Somos iguales en esto, aunque haya diferencia en los sexos, que son complementarios al servicio de una unidad superior. Ahora hablan de igualdad e introducen una desigualdad radical. Penas ma­yores para el hombre, traumatismos unificadores para la mujer. Ministerio de Desigualdad, debería decirse. No, nuestras desigualdades, a veces mal tratadas, están al servicio de la igualdad humana. En ella hay mil factores que se conjugan variamen­te para crear la vida y la sociedad. ¡Cuánta ignoran­cia, cuánta mirada estrecha, cuánto prejuicio que degrada a hombres y mujeres y que oscurece lo que son, y todo en aras de la tal igualdad!

E

l mundo reducido a sexo: ese es el lema de esta moderna herejía. Ahora comprenderán su refle­jo lingüístico. Primero, confunden género y sexo: una silla es femenino, pero no hembra, el sillón es masculino, pero no macho. Sí, coincidían a veces el género y el sexo: el medico, el juez. Pues bien, la socie­dad ha evolucionado, hay mujeres en esos grupos, esas profesiones. Entonces, la lengua tiene dos solu­ciones: una, evolucionar, crear la médica, la jaeza; otra, admitir en las palabras originales indiferencia al género y el sexo, sólo marcados por el artículo (el/la médico, el /la juez). Triunfa una solución o la otra o conviven, al menos por un tiempo.

La lengua es compleja, a través de siglos y aun mi­lenios guarda cosas antiguas o, lentamente, evolucio­na, busca diversas soluciones. Y el género común es útil, evita pérdida de tiempo, sintetiza abarcando am­bos género y ambos sexos: es más económico decir, cuando traducimos el Evangelio, dejad que los niños se acerquen a mí que decir los niños y las niñas. Decir, incluso, con Quintiliano, al niño se le debe máxima re­verencia, evidentemente a niños y niñas.

La lengua es algo complejo, conserva usos arcaicos, innova otras veces. No crea dos mundos, el del macho y el de la hembra, ni siquiera el masculino y el femenino, ni el de la -o y el de la -a, expresa de varios modos tanto la oposición como la comunidad. No es para que opinen sobre ella aficionados ni aficiona­das. Limítense a usarla.

No incordien proponiendo reformas que dividan en dos, según el sexo, el mundo reflejado por la lengua. Es, una vez más, la famosa manía: la oposi­ción en todo del macho y la hembra. Es por donde em­pecé: creer que lo primario son las oposiciones de sexo (¡y a eso llaman igualdad!), lo demás secunda­rio. También piensan así algunos del botellón los vier­nes, junto a mi casa: las llaman tías y putas. Eso es lo que han logrado: la guerra de los sexos.

Esto degrada a la mujer y, por supuesto, al hom­bre. En realidad, en el fondo, transmite estereotipos puramente sexuales, se quedan en la hembra y el ma­cho. Esto es lo que, en último análisis, propone esa ig­norancia de moda. Pero si es grave arruinar la lengua, más lo es arruinar la imagen del mundo de que es por­tadora, sustituyéndola por otra pobre y errónea. Y más graves son, aún, todas esas conductas que quie­ren hacer legales y que van contra la sociedad, la justi­cia y la propia humanidad.

Con ellas, la mujer queda reducida a la hembra, a una hembra no reproductiva; el macho, al individuo agresivo. Hay la píldora que evita la concepción, hay el aborto libre. Todo esto tiene precedentes. El homi­cidio era legal en muchas sociedades en muy distin­tos supuestos. Había las sociedades que mataban a los viejos, a los niños deformes, a las niñas, a los sacrifi­cados a dioses crueles. Ahora se eligen otras víctimas. Todo esto es inhumano, por supuesto, y no se ve dón­de queda, con ello, la igualdad. Como no sea la de la muerte, al feto se le condena sin preguntarle el sexo. Pero ¿y la sociedad?

E

sa sí que sufre toda ella. Hablo del sufrimiento hu­mano de quienes padecen por ese homicidio que una ideología ignorante, mentirosa, miserable trata de justificar. Pero, además, una vez que se generali­cen esas prácticas, ¿qué será de nuestra sociedad? Porque ésta ya no puede sostenerse con un crecimien­to de 1,3 por ciento por cada mujer. Ahora, por la no concepción o el aborto, que causa ya un millón de muertos, más que una guerra, cada año, está cada vez más amenazada. ¿Es que quieren que disminuya más España, que ya disminuye bastante, o quieren de­jar más hueco al emigrante, que también tiene bastan­te? ¿Eso es desarrollo, mejora social, libertad?

Este es un buen ejemplo de cómo un movimiento que busca la igualdad, comunidad, humanidad pue­de acabar en persecución, enfrentamiento y muerte. El último de ellos se llamaba comunismo. No, el últi­mo es este. La igualdad en la desgracia.

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS de las Reales Academias Española y de la Historia

 

ABC – La Tercera – sábado 4 de julio de 2009

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La esposa

EDURNE URIARTE - ABC.es - Opinión (lunes 6 de julio de 2009)

 

COSAS MÍAS

En primera línea del bochornoso e hipócrita espectáculo de la OEA contra Honduras hay una mujer, Cristina Fernández, presidenta argentina, que constituye uno de los mejores exponentes actuales de cuán falaz es la teoría del liderazgo político diferente de las mujeres. Integrador, dialogante, transparente, comunicativo, pacifista y unas cuantas tonterías más. Ella, mujer, es una de las cabezas visibles del peor y más antiguo populismo latinoamericano, amiga y colaboradora de Chávez, sostenedora de la dictadura cubana, simpatizante del antiamericanismo, y, ahora, dice, defensora de la democracia para Honduras.

Ella, mujer, ha ocultado a los argentinos los datos de la gripe A hasta pasadas las elecciones legislativas. Lo ha confesado el propio ministro de Sanidad. Hay 55 muertos, se calculan en 100.000 los contagiados y hay varias demandas contra el Gobierno por una ocultación que ha retrasado en varios días vitales el combate de la enfermedad.

Ella, mujer, dio la semana pasada su segunda rueda de prensa desde que fue elegida en 2007. Riñó a los periodistas y, con su estilo autoritario habitual, limitó a nueve las preguntas, nueve después de un año de incomunicación.

Pero lo más desolador del perfil del liderazgo alternativo de esta mujer es que su presidencia es una mentira. Ella es sólo la esposa, el guiñol, de quien realmente manda, Néstor Kirchner, el auténtico poder del ejecutivo argentino. Él la designó candidata, él da las órdenes. Ella ni siquiera es la artífice de su fracaso.

 

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