sábado, 21 de marzo de 2009

País Vasco y reinos de taifas

Para los que os interesan los avatares de España, os envío la Tercera de hoy, del periódico ABC, firmada por José María Carrascal.

 

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País Vasco y reinos de taifas

JOSÉ MARÍA CARRASCAL - Jueves, 19-03-09 ABC.es - Opinión - La Tercera

 

Lo importante no es que cambie el gobierno en el País Vasco, con serlo mucho. Lo importante es que cambie aquella política. De poco serviría que Patxi López ocupara la «lehendakaritza», si siguiese haciendo la misma política que la del anterior lendakari. Es lo que pretende el PNV al proponer al PSOE la alianza. Pienso incluso que sería peor, pues habría comprometido a un partido constitucional a hacer política antinaconstitucional. Para eso, seguir como estamos, que es ya bastante malo.

Se trata de dar un giro a la política seguida en el País Vasco durante los últimos 30 años, consistente en ir achicando el papel del Estado español en aquella comunidad y aumentando el del gobierno autonómico, hasta convertirlo en gobierno soberano, con capacidad de dialogar de tú a tú con el central, que es la esencia del Plan Ibarretxe, asumido por todo aquel nacionalismo y por todos los demás nacionalismos del Estado. Algo que no puede continuar, que tiene que detenerse, retroceder incluso, como ya ha empezado a ocurrir en Galicia. No nos llega, por tanto, un lendakari socialista si no es también español. Es la estrella polar que debe guiar las negociaciones entre los dos grandes partidos constitucionalistas y sentar las bases de su acuerdo. No se trata de cargos, sino de cargas, no se canjean competencias, sino compromisos, no se reparten ventajas, sino responsabilidades. Estamos ante una negociación tan trascendente como delicada, en la que no valen tapujos, que se descubrirían muy pronto, y que nos dará la talla de los envueltos. Pueden resultar unos políticos del montón, atentos sólo a la ganancia inmediata, o puede descubrirnos auténticos estadistas, capaces de convertir lo que parecía imposible en posible, como ha ocurrido en los momentos cruciales de la historia.

Allí se está jugando el destino de nuestro Estado de las Autonomías, nacido entre ilusiones que, se han ido apagando poco a poco, hasta quedar convertido últimamente en un guiñapo a merced de los jerarcas regionales, que asumen todo tipo de competencias sin mayor oposición del poder central. Por ese camino, pronto estaremos en un «Estado de las Soberanías», y ya me dirán ustedes qué Estado es ése.

Para reconducir ese proceso de «taifacización», sin embargo, no basta que se frene en una comunidad. Es necesario que ocurra en todo el territorio del Estado, algo que sólo puede ocurrir si cambia la política del Gobierno. Teóricamente, no debería de ser difícil, dado el rotundo fracaso de José Luis Rodríguez Zapatero en su primer mandato y primer año del segundo. Ni sus mayores defensores pueden sostener que sus iniciativas hayan tenido éxito, grande o pequeño. Fracasó su «plan de paz» en el País Vasco, basado en la falsa asunción de que ETA estaba dispuesta a dejar las armas. ETA ha vuelto a matar y, encima, se la permitió entrar en los ayuntamientos vascos y navarros, de donde cuesta Dios y ayuda desalojarla. Algo parecido ocurrió con su «reestructuración territorial» de España a través de los nuevos estatutos, que deberían traer más flexibilidad al Estado y mejor entendimiento entre sus comunidades. Lo que han traído es más enfrentamiento entre ellas y más caos en la administración general del Estado, sin que el Tribunal Constitucional dé abasto para dilucidar qué es legítimo y qué no es. ¿Existe mayor despropósito que una «deuda histórica» de un Estado con parte de sí mismo, como la que acaba de saldarse con Andalucía?

Por si todo ello fuera poco, la política económica del gobierno ha sido un auténtico desastre. No por lo que hizo, sino por lo que dejó de hacer. Es verdad que la crisis económica tiene un origen exterior. Pero Zapatero, ya por falta de visión, ya por conveniencias electorales, de entrada, no la vio o quiso verla. Luego, pensó que se trataba de una crisis pasajera. Y cuando no tuvo más remedio que admitirla, era demasiado tarde y las medidas tomadas, demasiado débiles. A estas alturas, el Gobierno lo único que sabe hacer es lo que los barcos en pleno huracán: «correr el temporal», dar la popa a las olas y dejarse llevar por ellas, hasta que el temporal amaine. El problema está en que no sabemos cuándo amainará y que puede llevarnos a los acantilados. El del paro ya está cerca, el de la recesión, encima, el de la depresión, en el horizonte. Pocas veces se habrá visto un fracaso tan total y estrepitoso de la política de un gobierno. Y esto no se va a reparar con un cambio en el País Vasco. Zapatero tiene que cambiar su entera política, lo que requiere un cambio de su idea de España. Algo nada fácil cuando se han pasado los cuarenta años. Nuestro actual presidente parece pensar que el principal problema español no es el terrorismo, ni el independentismo, ni siquiera el paro y la crisis económica. Para él, nuestro principal problema es «la derecha», representada en estos momentos por el PP. Ella es la causante de todos nuestros males, desde el subdesarrollo a la ignorancia, pasando por la desigualdad, la falta de libertades y el cainismo. Desde este planteamiento, la solución no podía ser otra que impedir que la derecha volviera a gobernar, cercarla por un cordón sanitario que la convirtiera en paria de la vida política y excluyese de todas las decisiones importantes. Para ello, necesitaba unir al resto de las fuerzas políticas en su torno, incluidos los nacionalismos radicales, que se prestaron encantados, pues servía sus propios intereses. Fue lo que ha hecho, con tanto entusiasmo como aplicación durante su primer mandato, obteniendo éxitos notables, como el de su reelección, aunque sin duda la debilidad del PP le ayudó.

Había, sin embargo, una contradicción básica en esa política, que tarde o temprano tenía que emerger y convertirse en amenaza para su creador: no puede tomarse como aliados a aquellos que buscan destruir la base en que te asientas, España en este caso. Son los nacionalistas los primeros en reconocer que no se sienten españoles, que niegan la naturaleza de España como nación y que sólo aceptan un Estado español donde ellos dispongan de plena soberanía. ¿Qué clase de Estado puede establecerse con ellos? Como les decía antes, ni siquiera el nombre de Estado merecería. Pero era hacia donde íbamos, sin que nadie moviera un dedo por impedirlo. El Gobierno porque no quería. La oposición, porque no podía, y el público general, porque vivía demasiado bien para ocuparse de esas cosas.

Hasta que llegó la crisis, poniendo fin a la juerga. Lo primero que ha traído es una escasez general de dinero. Nadie tiene un euro, empezando por los bancos, y todo el mundo está entrampado. El Estado, ese Estado despreciado, acusado, denigrado, combatido por todas partes, se convierte en tabla de salvación incluso para los que no creían en él. Todos le piden, le exigen, ayuda. Lo malo es que el Estado no tiene tantos recursos como para ayudar a todos, porque tampoco el Gobierno ha hecho sus deberes.

En estas estamos. La cuestión, por tanto, no es si Patxi López va a ser el próximo lendakari o incluso si va a hacer una política distinta a la de Ibarretxe. La cuestión es si José Luis Rodríguez Zapatero va a hacer una política distinta a la que hasta ahora ha hecho para España o trata de nuevo de engañarnos, con un cambio más o menos cosmético en aquella esquina norte, mientras pasa el temporal. Si pasa.

 

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