sábado, 11 de abril de 2009

Remodelación del "Gobierno"

Nuestro ex simio presidente, ha "remodelado" su gobierno, y aunque entre la pléyade de inútiles ignorantes que suelen componerlo, había algunos que trabajaban con cierto conocimiento y buena fe, como el anterior de Cultura, que arregló la manía que tienen todos de nombrar a sus amigos para los cargos más variados, e implantó que lo directores de los museos fueran nombrados entre profesionales y por concurso, por ejemplo, al presidente le estorbaba, porque probablemente no le entendía cuando hablaba, ya que su nivel cultural es "manifiestamente mejorable", así que, como él ha oído que los cómicos que hacen cine se llaman a sí mismos: "nosotros, los de la cultura", el presidente cree que la cultura es el cine, o sea que, eso de la pintura, la literatura, etc. debe ser cosa de "fachas", así que, ha despedido al ministros y ha nombrado a una señora que hace guiones de cine, y que se llama González Sinde, aunque Alfonso Ussía, con su coña de siempre, la llama "González Cine"...

 

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González-Cine

COSAS QUE PASAN

Creo que la señora ministra se ha metido en un lío. Está comprometida con los suyos a seguirles pagando las bazofias

El alborozo que exteriorizan los progres millonarios con su nombramiento autoriza la sospecha

Alfonso USSÍA - LA RAZÓN Viernes. 10 de abril de 2009

 

 


Haber sido un aceptable ministro de Cultura es mérito al alcance de pocos. César Antonio Molina puede presumir de ello. Su gran pecado, la causa de su cese, hay que buscarla en su escasa sintonía con el mundillo de los pegatineros millonarios, los chulos del pesebre, eso que llaman el Cine español. No soy internauta. Todavía me resisto a entregar mi vida a Internet, y por ello no puedo sentirme amenazado por el nombramiento de Ángeles González-Cine como nueva minis­tra de Cultura. De sentirme amena­zado lo haría como contribuyente de más del cuarenta por ciento de mis ingresos a las arcas del Estado. En España, los impuestos desnu­dan a los que trabajan, no a los que tienen. No se busca la justicia, sino la facilidad depredadora, y como presa fácil de la Agencia Tributaria tengo sobrado derecho a exponer mis desconfianzas.

La ministra González-Cine es la presidenta de esa «academia» que reúne a mucha gente decente y trabajadora y dominan los privile­giados de las subvenciones con di­nero público. La relación de progres «Visa Oro» en su toma de posesión es indicio preocupante. En el fondo, la ministra González-Cine, que es una notable guionista, sabe que Zapate­ro le ha encomendado la cartera de Cultura para agradar a sus pancarteros favoritos. Las cifras que presenta el llamado Cine español-español lo es, pero lo de Cine entra en la duda-, son escalofriantes. Sumando todos • los ingresos voluntarios en taquilla no se alcanza, ni de lejos, la totali­dad de los millones de euros que el Gobierno ha puesto en los bolsillos agradecidos de los subvencionados. El Cine no es una industria. Es un pozo sin fondo del dinero público. Y mucho me temo que la ministra González-Cine va a aumentar los regalos pesebristas a productores, directores y actores para que persis­tan en producir, dirigir e interpretar auténticas porquerías que a nadie interesan. Almenes, el alborozo que exteriorizan los progres millonarios con su nombramiento autoriza la sospecha.

Una sociedad que camina irremi­siblemente hacia los cuatro millones de parados -con el silencio cómplice y manso de la UGT y CCOO, puede perder la paciencia cuando advierta que millones de euros que cubrirían primeras necesidades entre los des­protegidos, van a parar a los bolsillos de unos pocos elegidos que, además, hacen las cosas mal. El Cine español es malo porque se producen pelícu­las malas, los guiones son malos y deleznablemente antiguos -siguen con la Guerra Civil y los maquis-, los directores son deficientes y los actores sobreactuantes, torpes y siempre los mismos. El público ya ha demostrado su hartura con su ci­vilizada huelga de taquilla. Pero esos dispendios no molestan en épocas de bonanza. En situaciones como la que atravesamos, el dinero de las subvenciones a los del cine malo, pueden herir. Y van a herir, porque no parece que vayan a ser cancela­das o reducidas con la señora Gon­zález-Cine al frente del ministerio que no debe existir.

Creo que la señora ministra se ha metido en un lío. Está comprometi­da con los suyos a seguirles pagando las bazofias. De no hacerlo, irán a por ella. De hacerlo, será la ciudadanía la encargada de hablar.

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900 euros al mes

por: Arturo Pérez-Reverte . XL SEMANAL   5 DE ABRIL DE 2009

Esa joven cuyo futuro planean con tanto esmero la ministra de Educación, el de Economía y el resto de la peña

E1 otro día escuché a la ministra de Educación. Me parece que era ella. Y si no, da igual. Sería otra pava que hablaba como la ministra de Educación. Títulos, por cierto, el de ministra y el de Educación, que en España parecen sarcasmos. O que lo son. La oí satisfecha de esto y aquello, goteando agua de limón, encantada de que, gracias a ella y sus colegas, el nivel cultural y educativo de los españoles de España vaya a estar a la cabeza de Europa de aquí a nada, e incluso antes, merced a su buen pulso y a sus previsiones astutas, que tienen rima. Con rutas y con virutas. Después, en el mismo telediario, creo, escuché a un ministro de Economía —por llamarlo de alguna forma— que anda camuflado y con gafas de sol, pese a lo arrogante que era en otro tiempo, después de pasar una larga temporada justificando lo injustificable. Y me dije: hay que ver, Arturete, qué poco trecho va, en esta perra vida, de fulano respetable a ministro, y de ahí a marioneta o sicario. Pero lo que me tocó el trigémino fue que ambos, ministra y ministro, men­cionaran a los jóvenes y el futuro, en sus respectivos largues, sin despeinarse. Esos jóvenes llenos de futuro por los que tanto curran. Y se desvelan.

Así que voy a proporcionarles hoy, para facilitar un poquito el desvelo, el retrato robot de uno de esos jóvenes por los que cada día, en los ministerios correspondientes, se rompen abnega­damente los cuernos. Puede valer como ejemplo una de las cartas que me llega­ron esta semana: la de una chica de 28 años que trabaja en una tienda de Reus cobrando 900 euros al mes. Con novio desde hace dos años. Un chaval noblote y atento, pero con quien no puede irse a vivir, como quisiera, entre otras razones porque él lleva ya seis meses en el paro; y ella, por su parte, carga en su casa con todo el peso de la economía familiar.

Porque esa es otra. Con la chica viven su padre y su madre. Ésta, enferma de epilepsia, después de trabajar quince años sin que la dieran de alta en la Seguridad Social, no tiene trabajo, ni ayuda, ni pen­sión; y los setenta euros que se gasta cada mes en medicinas —un hachazo para la mermada economía familiar— tiene que dárselos su hija. Había en casa una cuarta persona, segunda hija, estudiante, que tra­bajaba cuando podía hasta que también se quedó sin empleo, y tuvo que irse a vivir a casa de su novio, con la familia de éste, porque en su casa una estudiante era una boca más y no había modo de mantenerla.

En cuanto al padre, nos vale también para retrato robot del español medio. Echado a la calle de la empresa donde estuvo veinticinco años trabajando, per­dió el juicio, como cada vez, o casi, que un trabajador se enfrenta en solitario a una multinacional. Después tuvo que pagar las costas procesales y la minuta del abogado, y ni siquiera pudo cobrar el finiquito. Ruina total. Tuvo que dejar el piso que ya estaba casi pagado, mal­vender el camión con el que trabajaba, liquidar letras e irse a vivir a un sitio más modesto, pagando 900 euros mensuales de hipoteca más gastos de comunidad. Al cabo de un tiempo de estar en el paro consiguió, temporalmente, un trabajo de seis días a la semana llevando un tráiler al extranjero, por 1.600 euros mensua­les que, descontados seguros, hipoteca, comida, teléfono e impuestos, no alcanzaban a pagar la luz, el agua y el gas. Pero ese dinero lo dejó de cobrar al quedarse de nuevo en paro por la crisis —ésa que no iba a existir, y que ahora sólo durará, afirman, un par de telediarios—. Y resul­ta, para resumir, que un hombre que ha trabajado toda su vida, desde los catorce años, se encuentra a los cincuenta y tres con que el mes que viene no puede pagar la hipoteca de la humilde vivienda donde se refugió tras perder el primer trabajo y la otra. Porque no tiene los cochinos 900 euros cada mes. Porque resulta que el único dinero que entra en casa, justo esa cantidad, es el que gana su hija: la joven cuyo futuro maravilloso planean con tanto esmero y eficacia la ministra de Educación, el de Economía y el resto de la peña. Y esa chica, con el sueldo mise­rable que percibe por trabajar ocho horas diarias seis días a la semana, con la casa familiar puesta a su nombre —el padre, comido de embargos, no pudo ponerla al suyo—, tiene ahora la angustia añadida de que, con los tiempos que vienen, o están aquí, en la tienda entra menos gente, y cualquier día pueden cerrarla y ponerla a ella en la calle. Y mientras, mantiene a su padre y a su madre, paga la luz, el agua, el gas y el teléfono, compra comida y lleva un año sin permitirse un libro o un revista, ni ir a un museo —los cobran— ni al cine, ni salir con su novio un sábado por la noche. Porque no puede. Porque no tiene con qué pagarse, a los veintiocho años y con una carrera hecha, trabajando desde hace cuatro, una puta cerveza. Así que ya ven. Barrunto que la ministra de Educación, y el de Econo­mía, y la ilustre madre que los parió, no hablan de los mismos jóvenes. Ni de la misma España. •

 

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