jueves, 22 de octubre de 2009

Tan lejos de Francia

Dos artículos publicados ayer en ABC, donde se muestra el radicalismo fundamentalista, muy "progre" y muy "bolivariano", que apdecemos los españoles con un gobierno absolutamente demencial... Le decía ZP a su mujer que: "hay cientos de miles de españoles que pueden hacer este trabajo". Probablemente tiene razón y, seguramente, cualquiera lo haría mejor que él...

En todo caso, me quedo con una frase de cada artículo: "Y no sé qué prima en mí, si la envidia o la vergüenza"...  y "La dictadura de lo políticamente correcto se quita leyendo".

 

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Tan lejos de Francia

GABRIEL ALBIAC - ABC.es - Opinión (miércoles 21 de octubre de 2009)

 

LA carta de Guy Môquet vuelve, con el inicio del curso escolar, a abrir polémica en las aulas francesas. Y resulta difícil entender, desde aquí, por qué esa polémica es tan importante; el embrutecimiento moral de la política española incapacita para ciertos matices. Aunque en esos matices esté lo único que importa.

La primera medida -como tal planteada y como tal cargada de gravedad simbólica- de Nicolas Sarkozy al hacerse cargo de la Presidencia fue instituir la lectura obligada, en el inicio de cada curso escolar, de la carta testamentaria de Guy Môquet. Menos de un folio. Escrito a lápiz sobre una cuadriculada hoja de cuaderno. La caligrafía es infantil. Pero es que quien la escribe tenía exactamente diecisiete años y medio en la víspera de aquel 22 de octubre de 1941 en que va a ser fusilado. Es el más joven de los veintisiete rehenes ejecutados en Chateaubriant por las fuerzas de ocupación alemana, como represalia por el atentado que acabó con la vida del Feldkommandant de Nantes, Karl Hotz, dos días antes. Môquet caía a mano: estaba ya en la cárcel desde hacía doce meses, así que no había ni que tomarse la molestia de ir a buscarlo. En octubre de 1940, un chaval de dieciséis años había sido detenido por repartir panfletos. Suficiente para ser fusilado a los diecisiete.

Guy Môquet era comunista. Si es que a esa edad alguien puede ser algo. Nicolas Sarkozy tal vez sea el Presidente francés más lejano -y aun más hostil- a cualquier forma de izquierdismo que haya tenido la Francia del último medio siglo. La decisión inaugural de su mandato tomaba, por ello mismo, un claro peso simbólico, cristalizado en la línea final de aquella breve despedida: «los que sigáis vivos, haceos dignos de nosotros, los veintisiete que vamos a morir».

La paradoja gira en su bella complejidad estos días de inicio de curso en Francia. Un Presidente anticomunista consagra la dignidad nacional que recae sobre la figura de un joven héroe comunista de la Resistencia. Y una parte importante de la izquierda escolar francesa se opone a esa liturgia, por juzgarla incompatible con el carácter impecablemente laico de la escuela pública, esa gloria mayor de la República y la más imperecedera, la que teoriza el Condorcet de 1792 («ningún poder público tendrá ni autoridad ni crédito para impedir la enseñanza de teorías contrarias a su política particular o a sus intereses momentáneos») y a la que Lakanal da cuerpo de ley en 1794, sobreponiéndose, dice, a los más mortíferos vaivenes de un Estado en quiebra, para «elevar un templo eterno y sin precedente conocido a todas las artes, a todas las ciencias, a todas las ramas de la industria humana»; esa que culmina en la ley de instrucción publica de 1905. Ninguna orientación, ni moral ni ideológica, debería recibir el maestro de quien gobierna: ni buena ni mala; porque toda orientación que viene del poder, aun la mejor intencionada, se trueca en pésima al ser trasplantada a la escuela. La escuela es un espacio sagrado -el único-, al abrigo de cualquier política y de cualquier partido y de cualquier Presidente.

No sé cuál de las dos tesis que se confrontan estos días en los liceos franceses tiene razón. Lo más verosímil es que la tengan ambas. Porque ambas parten de un territorio común: el de la garantía ciudadana frente a tentaciones intervencionistas de cualquier gobierno. Veo el desguace que hicieron los políticos españoles de la enseñanza en los veinticinco últimos años: la docencia, convertida en una necia pedagogía de valores al correcto servicio del partido dominante. Y no sé qué prima en mí, si la envidia o la vergüenza.

 

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Griñán no censura a Alcántara

ANTONIO BURGOS - ABC.es - Opinión (miércoles 21 de octubre de 2009)

 

ANTIER noche asistí a uno de esos espectáculos de liberalismo y consenso que cada día van siendo más raros en esta enfrentada y dual España radicalizada que nos estamos inventando entre todos. Aunque bien es cierto que fomentada por unos más que por otros. Y más desde arriba, desde la cúspide del poder político, que desde la calle de los eventos consuetudinarios como la manifestación contra un aborto que por birlibirloque quieren transformar de delito en derecho.

El espectáculo que refiero fue en la Casa de ABC en Sevilla. Se entregaba el premio Romero Murube a Manuel Alcántara, por un bien plumeado artículo sobre el retorno a Sevilla de los papeles de Rafael Cansinos Assens, publicado en la sección diaria que el poeta malagueño mantiene en los periódicos de Vocento desde hace creo yo que dos siglos o tres. El premio se lo entregaron a Alcántara, al alimón, Catalina Luca de Tena, presidenta-editora de ABC, y José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía. Y aquí vino el espectáculo de liberalismo que hay que comentar, pues merece la pena y es de justicia.

En la ciudad donde un ayuntamiento autotitulado de progreso prohíbe totalitariamente un acto literario en el cincuentenario de Agustín de Foxá, argumentando que el autor del romance a la muerte de Don Alfonso XIII en un hotel de Roma era falangista; en esa misma Sevilla, Griñán, un señor del mismo partido que gobierna la municipalidad censora, hizo la pública laudatio de un escritor malagueño que empezó a publicar en «La Hora», que era la revista del SEU, y que luego colaboró en «Arriba», que era de la Prensa del Movimiento, y en el «Pueblo» de los sindicatos verticales. No se le cayeron los anillos de la progresía a Griñán al hacer el elogioso retrato literario y humano de Alcántara. En la Casa de ABC, y quizá sin saberlo, Griñán ponía en práctica con su discurso laudatorio de Alcántara una de las máximas del fundador del periódico, de don Torcuato Luca de Tena y Alvarez-Ossorio: «Resaltar el mérito allá donde se halle». ¡Qué bonita es la libertad!, pensaba, recordando a tantos correligionarios de Griñán que antes de citar a un escritor miran su ideología. O la caricatura manipulada e intencionada que a menudo pasa por su ideología.

Manuel Alcántara escribió en «Arriba». Sí, y en «Pueblo». ¿Pasa algo? Y en aquellos tiempos tardoimperiales, añado, hacía en Radio Nacional, que no era entonces precisamente La Pirenaica, unos poemas en prosa al cierre nocturno de la emisión, titulados «Buenas noches, Europa», que eran una delicia de escritura, y más leídos por su voz de poeta, con su acento de la mar de Málaga, de la mar de gracia. Alcántara no es derechas ni de izquierdas, ni de este régimen ni del anterior, ni progre ni facha. Manuel Alcántara es de Málaga, es de la hermosura de la palabra, es de la vida, es de la esperanza, es del amor, es de la muerte: «Cuando se acabe la muerte/ si dicen a levantarse,/ a mí que no me despierten».

¿Por qué hizo Griñán ese elogio liberal del poeta, del articulista, del hombre, del andaluz? Porque ha leído. Y ha leído a Alcántara. La dictadura de lo políticamente correcto se quita leyendo. Hay que conocer muy bien la obra literaria y periodística de Manuel Alcántara para recordar lo que evocó Griñán: sus magistrales crónicas de boxeo en el diario «Marca», cuando era también, lagarto, lagarto, de la Prensa del Movimiento y uno de los periódicos mejor plumeados de España, según dijo Griñán, que citó también a Antonio Valencia o a Jesús Fragoso del Toro entre las firmas que leía en aquel diario. Como Griñán elogió a Alcántara, y como remate relacionó su obra con la José Antonio Muñoz Rojas, digo yo que tan difícil no tiene que ser entender la cultura sin el Index Librorum Prohibitorum con el que los progres te pegan en toda la boca. Debe de ser cuestión de haber leído.

 

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