jueves, 8 de marzo de 2012

En busca de la excelencia


EN BUSCA DE LA EXCELENCIA
Este título, es descaradamente copiado de un libro norteamericano publicado hace años, pero creo que refleja muy bien lo que sigue:
La discusión sobre la función de la universidad se pierde en la noche de los tiempos, pero probablemente fue Ortega y Gasset quien en su libro “La rebelión de las masas” expuso mas claramente, o quizá, mas actualmente el problema.
¿Debe la universidad ser un recinto elitista, cerrado, y reservado solo a unos pocos privilegiados, o debe, por el contrario, ser abierta, asequible para todos sin distinción de ninguna clase para dar oportunidades a todos por igual?
Por otra parte ¿Debe ser un centro de promoción y profundización de cultura o debe ser un centro de formación de profesionales que se incorporen después a la vida productiva de su entorno?
¿Debe enseñarse lo deseable, o debe enseñarse lo posible y aprendible? O lo que es lo mismo: ¿Debe el “pensum” de cada carrera incluir todo lo que debería saber un ingeniero, abogado, médico, etc. lo que nos llevaría a carreras de 10, 20, 30 años... o infinitas, o por el contrario, debe incluir solamente lo necesario para que, una vez egresado ese profesional, con la práctica y la experiencia posterior acabe de formarse y llegue hasta donde su capacidad real le permita?
Todas estas preguntas, o no tienen respuesta, o todas las respuestas son válidas. Actualmente, parece que hay un consenso mundial en el sentido de que la formación no termina nunca, por lo que se hacen programas de formación continua, de actualización en determinados campos, “máster” o maestrías, y como se dice ahora, de “reciclaje”.
Pero en realidad, por muchas vueltas que les demos, los problemas siguen ahí, tercos como mulas y permanentes, pues “arreglamos” una cosa y se nos “desarregla la otra”.
Antiguamente, solo podían aprender a leer y escribir los niños hijos de personas acomodadas o claramente ricas, y cuando San Juan Bautista de La Salle organizó escuelas gratuitas para todo el mundo sin distinción, lo metieron en la cárcel.
Luego, la enseñanza primaria se hizo más asequible, pero la universidad seguía siendo un recinto para personas pudientes, en dos sentidos, porque costaba dinero y a veces, mucho dinero y porque la dedicación al estudio impedía dedicarse a algo productivo, que para muchos era imprescindible en su familia.
En el agitado siglo XX, con nuestro afán de mostrarnos “demócratas”, hemos promovido ideas y movimientos sociales con enunciados magníficos, llenos de bondad y sentido social, pero que en muchos casos nos han llevado al esperpento.
En España, gozamos hoy de una educación primaria, no solamente gratuita sino OBLIGATORIA, y de hecho, hay padres que han sido condenados a cárcel por no mandar a sus hijos a la escuela. Los niños españoles van al colegio en autobuses pullman, con televisión, asientos reclinables, aire acondicionado y todas las comodidades modernas, pero... cada día hay más conflictos en los colegios, ya que, hay niños que simplemente no quieren estudiar, y mucho menos a la fuerza, porque no les gusta o no son capaces, así que, como no tienen nada que perder, se dedican a hacer la vida imposible a profesores y alumnos, llegando incluso a la violencia en clase y fuera de ella, pero... no se les puede expulsar, ni pueden perder el año y repetir, sino que se les hacen cursillos o exámenes de “recuperación”, y mas de un profesor ha sido agredido por un furioso “papá” que no puede permitir que se le pongan malas notas a “su niño”.
Todo esto, lleva a que el que puede pagar, meta a sus hijos en colegios privados, generalmente dirigidos por religiosos, donde hay que rogar para que le admitan a su hijo y a las primeras de cambio lo expulsan, pero donde se sabe que hay una formación seria y exigente, y que el alumno va a ser preparado perfectamente para afrontar estudios superiores y al final... para la vida. O sea, que estamos como al principio, por querer ser tan “demócratas”, nos pasamos. Los ricos estarán mejor preparados y los menos ricos, en lugar de aprovechar las oportunidades que se les brindan de igualarlos o incluso sobrepasarlos, se pasan el tiempo ocupadísimos en hacer huelgas y destrozar los muebles e inmuebles que les da el estado para su formación, pagados con el dinero de todos, en protesta por las injusticias mundiales, por el colonialismo yanki, o... porque llueve o no llueve.
En la universidad, se están haciendo reformas continuas. Primero, se buscaba que el costo de la matrícula no fuera un impedimento para las personas sin recursos y se hizo que ésta fuera acorde con la fortuna de cada cual, e incluso gratuita. Hay formas de conseguir becas para que, no solamente el Estado no cobre por los estudios sino que además pague al alumno por estudiar. Luego se discutía que los exámenes de admisión no fueran determinantes para el ingreso, porque los estudiantes “pobrecitos”, se ponían nerviosos y no “daban la talla”. Luego, se hizo un gran alboroto porque, a determinado estudiante sí le aprobaron el ingreso, pero le decían que la carrera que había elegido no la había en su ciudad, o en dicha universidad estaba completo el cupo con estudiantes que habían sacado más puntaje que él, así que sería admitido en otra ciudad, en fin. Se han ido rebajando los requisitos hasta que casi cualquiera puede estudiar lo que quiera y donde quiera, pero... ahora nos queda otro problema: La carrera elegida, muchas veces ha sido impuesta por la tradición familiar, por las posibilidades de ganar dinero con ella, o simplemente por capricho, pero: ¿Es esa su vocación?, ¿Es la carrera para la que realmente está más dotado? Hay muchos que descubren que no, cuando ya han terminado la carrera y empiezan a ejercer, pero ya es demasiado tarde para empezar otra...
Estamos llegando a un punto en que, a base de rebajar exigencias, y con nuestro afán de “titulitis”, vamos a pedir que entre los derechos fundamentales de cada ciudadano, esté el tener un título profesional en la carrera de nuestras preferencias, y que nos los den gratuitamente y al momento, como el D.N.I. de España, sin más requisito que haber nacido.
Comparando las carreras universitarias con las carreras de caballos, vemos que en estas, se pesa a cada jinete con su silla y en cada caso, se obliga o no, a que determinado jinete lleve un peso adicional, para que haya equidad con los otros más pesados, esto hace que, al momento de partir todos tengan la misma oportunidad y salgan desde el mismo sitio y al mismo tiempo, pero luego... llegará primero el que llegue, y algunos llegarán retrasados o no llegarán nunca. Lo justo y democrático es igualar a todos en la salida, pero no quiere decir garantizar a todos que van a ganar. El rebajar exigencias es como si, para ser “demócratas” obligáramos a los caballos de pura sangre a correr al ritmo de un burro cojo, “porque él también tiene derecho”.
Así pues, la universidad debe ser un centro de formación y cultura, donde no haya impedimentos para entrar por causas económicas, de clase social, raza, religión o cualquier otra característica, pero sí, definitivamente, debe haber unas exigencias estrictas para llegar a la meta, esto es, para graduarse. Y esas exigencias deben ser claramente de capacidad intelectual, el esfuerzo y trabajo continuado. Es decir, la excelencia, de la que unos tienen más y otros tenemos menos, y esto es así, indefectiblemente.
En otras palabras, la universidad debe ser elitista y aristocrática, pero no en el sentido de considerar la elite o la aristocracia como el grupo de los pudientes, económica, social o políticamente, sino la elite intelectual y la aristocracia como la define Aristóteles, “el gobierno de los mejores”. Hay papanatas que llaman “aristocracia” a la pléyade de gentes que tienen un título nobiliario, sin darse cuenta de que la mayoría de las veces, esto proviene de un remoto antepasado que destacó por matar más gente que los otros, en tal o cual batalla o circunstancia, como por ejemplo: “Sir Francis Drake”, a quien le dieron el título por ser buen pirata y robar más barcos que nadie...
Por otra parte, hay un montón de gente que tiene la capacidad intelectual, la habilidad y la inteligencia de ejercer una profesión con brillantez y lujo de competencia, pero, por lo que sea, no ha podido en su juventud estudiar en una universidad. En estos casos, sería lógico aplicar el mismo razonamiento que se ha hecho en otros países para los bachilleres: Si una persona, mediante unos estudios intensivos o mediante unos exámenes bien organizados, demuestra que es capaz, désele el título de médico, abogado, o lo que sea. ¿Cuantas personas, que llevan años trabajando en juzgados, bufetes de abogados, hospitales o fábricas, demostrarían por este sistema estar más capacitados que muchos “titulados” borricos que andan pululando por el mundo?
Entre otras cosas, en España hoy, la mejor manera de no tener trabajo es estudiar medicina, y la forma de ganar dinero y no parar de trabajar es, ser fontanero, albañil, electricista y en general lo que antes se llamaba Artes y Oficios, que se fue abandonando estúpidamente, por la manía de tener un título universitario. Ahora se demuestra que universitarios nos sobran y técnicos nos faltan…
Se ha vertido mucha tinta discutiendo si, el alcalde electo de una ciudad o tal o cual político tiene o no título universitario. Eso, mirado despacio parece una broma. La pregunta sería: ¿Es capaz? ¿Sería mejor alcalde si fuera veterinario o farmacéutico, por ejemplo? Y por esa manía, algunos políticos comenten el error de, al haber escalado puestos por amiguismo y sentirse menos por no haber podido estudiar una carrera o, una vez iniciada no haberla terminado, ponen en sus currículos “Tiene estudios de…” Alguna vez hace muchos años, se nombró Ministro de Marina a un señor que no era marino de profesión, lo que produzco un gran escándalo, sin que nadie se parara a considerar si era o no un buen administrador o ejecutivo, que es en últimas lo que debe ser un político de cualquier nivel. “Por sus obras los conoceréis”.
Por todo el mundo hay ejemplos de personas capaces, ejemplos para la Humanidad, que no han tenido estudios regulares, o han sido estudiantes mediocres, como se dice de Einstein y de tantos otros. El colombiano Marco Fidel Suárez, hijo “natural” de una lavandera, que llegó a Presidente de la República y era tan honrado, que tenía que empeñar anticipadamente el sueldo de Presidente a prestamistas sin escrúpulos, porque no le daba para vivir, pero lo importante es que llegó a ser un filólogo de tal categoría, que en España se le llamaba “El Cervantes de América”, y así podría decirse de Andrés Bello o Francisco de Miranda, que en su época destacaron a nivel mundial, grandes entre los grandes. Por no hablar de Miguel de Cervantes o de Harry S. Truman en USA. Personas excepcionales, que no destacaron por amasar fortunas, pero dejaron huellas imborrables. Aunque hay cosas que todos ellos tuvieron claras a los largo de su vida: Tesón, esfuerzo y trabajo duro… Las que precisamente se han querido eliminar de la llamada “educación moderna”.
En España también hemos entrado en la era de la “titulitis” y hay infinidad de academias que ofrecen, no unos estudios buenísimos, sino un diploma al terminar los estudios. (En USA son más avanzados y le ofrecen a uno el diploma, sin estudios y al momento, previo pago de una cantidad), Por contra, en la tan denostada época de Franco, estudié en la para mi inolvidable Escuela Nacional de Artes Gráficas, y en la clase de fotografía éramos 80 alumnos de los cuales, al que los profesores consideraban mejor le daban al final de año un diploma de Primer Premio y un delegado del Ministerio de Educación venía a entregarlo y con el le entregaba al alumno 600 pesetas (La matrícula costaba 14 pesetas), había otro diploma de Segundo Premio con 400 pesetas y un Accésit, sin dinero. ¿Y los otros 77 alumnos?. Pues nada. Así que cuando alguien le preguntó a uno de los profesores cuándo daban un título de haber terminado los estudios, la respuesta fue: -Nunca. Y cuando el alumno insistió en que cuándo se había aprendido suficiente para ejercer la profesión, la respuesta fue: -Nunca. Pero entonces el alumno preguntó: ¿Cuando puedo dejar de venir a clase? y la respuesta fue: -Cuando Ud. quiera. Y el alumno insistía: pero entonces... qué dan aquí, un certificado, algo... Y el profesor le dijo: -Aquí damos conocimientos y eso es lo que Ud. se llevará para toda la vida, cuántos conocimientos y hasta cuándo, es problema es suyo. Ud. decide.
Lógicamente, ese tipo de escuelas ya no existen, ni en España ni creo que ningún sitio, lo que me trae a la mente la pregunta: ¿De verdad estamos progresando? O como dice un amigo ingeniero: Estamos en la era de las comunicaciones, pero cada vez nos comunicamos menos... Cada vez tenemos más conocimientos sobre más cosas, pero cada vez somos menos cultos… Como cualquier cosa que necesitemos saber la tenemos en Internet, cada vez tenemos menos cosas en la cabeza. Y no es que se pretenda que aprendamos cosas de memoria, fechas, hechos históricos más o menos inventados, o como se hacía antes en España, la lista de los reyes godos. Pero sí es muy importante que la educación tienda a ejercitar el pensamiento. Esto es, no a aprender cosas, sino a aprender a pensar, par que ese cúmulo de información que ahora tenemos al alcance de una tecla, sepamos procesarla y convertirla en ideas útiles y coherentes.
En “El Emilio”, de Juan Jacobo Rousseau, aparece al principio del libro: “A los siete años, tuve que abandonar mi educación, para entrar en la escuela”
Enrique Gutiérrez y Simón
Feb 2012

No hay comentarios: