viernes, 3 de febrero de 2017

Madre



Madre

Esta foto, es quizá la demostración más palpable, para mí, de la frase que puse en mi muro hace tiempo: “Las buenas obras: Fotos, pinturas, escritos o hechos, no son para ser vistos, sino para ser realizados”.
La emoción, la pasión, la satisfacción que se siente, cuando se hace algo con verdadero sentimiento, o en su caso, la desolación y el fracaso, cuando por cualquier causa sale mal, no pueden compensarse de ninguna manera con lo que nos digan otros sobre esa obra, sean alabanzas o reproches. Al final, el sentimiento interno, bien de satisfacción o de tristeza, es absolutamente personal y único.
Cuando hice esta foto, en un remoto pueblo de la zona cafetera de Risaralda, en Colombia, allá por los primeros años 80’, pasaba por la única calle que tiene el pueblo, en dirección al instituto, donde estaba dirigiendo unos cursos de preparación de bachilleres, y llevaba como siempre, mi cámara que ahora llaman “analógica” (no sé por qué), donde todo era manual. Pasé por esa puerta, y vi con el rabillo del ojo la escena, que me llamó inmediatamente la atención, así que, me detuve, pero pasada la puerta, fuera de la vista de esta mujer y preparé la cámara, con todos sus ajustes manuales: Enfoque, fijado a unos 3 metros, Velocidad de disparo a 1/250, y el diafragma correspondiente, que debió ser f: 4,5, más o menos. Miré por el visor y di un paso atrás, para encuadrar la escena en una fracción de segundo, disparando inmediatamente y dando otro paso, para ocultarme de la vista de la mujer, que, estoy seguro de que ni me vio, ni tuvo conciencia de lo que pasaba, abstraída como estaba, en el cuidado de su hijo.

Cuando me detuve, a guardar la cámara en su estuche, mi corazón palpitaba a un ritmo endiablado, como si hubiera cometido un crimen, o algo parecido. Y la verdad es que este hecho, sin tener nada de punible en realidad, es algo así como una violación, por lo menos de la intimidad de esa dignísima señora, cuyo amoroso cuidado con el niño, es igual al de todas las madres del mundo… o al menos igual al de todas las madres, que ejercen de madre. Porque todos sabemos que hay muchas madres, muy enjoyadas y activas socialmente, a cuyos hijos apenas ven. Como aquella madre española que llevó a su hijo al pediatra, porque no aprendía a hablar. Pero el concepto del médico fue: Su hijo habla perfectamente, lo que pasa es que, habla en tagalo, que es el idioma nativo de la sirvienta filipina, con quien pasa todo el día…
Pero volviendo a la foto, que es lo que nos ocupa: lo curioso de este caso, pero normal en aquella época, es que, hubo que esperar varios días, hasta que terminadas todas las fotos que admitía el rollo y revelado químicamente en mi casa, pude ver el resultado, ya positivado en papel. Cuando vi la foto terminada, me gustó el resultado, pero analizando la situación, he de concluir que, aquella emoción y aquel palpitar del corazón, fueron únicos, y nadie me los habría podido quitar, aunque la foto hubiera salido mal, por cualquier causa. O sea, el resultado de la foto, era en realidad irrelevante. Lo importante era haberla hecho y las circunstancias del caso, con la emoción correspondiente. Esto quiere decir que, cuando hacemos algo y luego recibimos alabanzas o parabienes por el resultado, nos sentimos bien y agradecemos los elogios, pero, la emoción del hecho, en el momento de realizarlo, es irreemplazable e independiente de lo que opinen otras personas, o nosotros mismos, cuando todo el momento de la creación haya pasado.
Por eso será que se repite frecuentemente: Vive el presente. Actúa, muévete, ¡Hazlo! No te quedes anclado en el pasado, sea feliz o desafortunado. Y no te obsesiones con un futuro que en realidad no existe, y no sabes si existirá, o no existirá nunca.
O, como decía mi buena amiga María José, estos días: Es mejor quedarse con la culpa, que con las ganas.

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