viernes, 20 de junio de 2008

Uribe y el buen hablar


Os adjunto un pequeño editorial del díario ABC de ayer, y un artículo de Jon Juaristi, que en cierto modo están relacionados, por referirse a Colombia.

Como sin duda sabréis, en España padecemos a un presidente del gobierno que, cuando asiste a una reunión internacional, se queda sólo, en un rincón, mientras los otros mandatarios departen o cambian impresiones sobre lo divino y humano. Él, no habla con los otros, primero porque apenas conoce el español, y con muchos defectos de dicción y ortografía y segundo, porque los problemas internacionales son chino para él, y no le interesan en lo más mínimo. Cuando hablan, él o su vicepresidenta, parecen tartamudos, probablemente, porque necesitan tiempo para pensar cada frase, una a una, y al final, no dicen nada, ya que, les ha dado por inventar nuevos significados a cada palabra y creen que, con repetirlas una y otra vez, se volverán verdad y significarán lo que ellos quieren, aunque carezcan del mínimo sentido común.

Por eso, es de admirar que los colombianos puedan presumir de un presidente que, es capaz de tomarse una reunión internacional con la suficiente seriedad, como para aprenderse los nombres y las caras, de unos señores que eran desconocidos hasta el día anterior, y de hablar durante una hora, sin leer discursos y diciendo cosas que importen a sus interlocutores, por su seriedad y sus conocimientos.

En el artículo del intelectual vasco Jon Juaristi, veréis a donde nos está llevando el aldeanismo de este gobierno que, quiere nivelar todo por lo bajo, hasta el extremo de emitir documentos oficiales y carteles en las carreteras, donde tratan al ciudadano como si fuera su compañero de copas en la taberna…

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Uribe impresionó a telefónica

Hace unas semanas se celebró en Cartagena de Indias una cumbre de Telefónica-América Latina que con­gregó a los directivos más importantes de la multinacio­nal junto a ilustres invitados. Pues bien, fue el presidente del país anfitrión, Álvaro Uribe, quien impresionó literal­mente a los asistentes. Y es que el mandatario colombiano se marcó un discurso de una hora, sin papel alguno, en el que repasó la situación interna de su país, la política inter­nacional, el desarrollo económico de la zona y el papel de las grandes compañías inversoras en Colombia. Y para col­mo, saludó personalmente, despacio, mirando a la cara, uno a uno, a más de cien de los congregados. Un «crack».

TUTEO

Jon Juaristi

LOS vascos, como es sabido, tuteamos a todo el mundo. Se cuenta en Lequeitio que, cuando la emperatriz Zita de Habsburgo, exiliada en la encan­tadora población vizcaína, bajó por vez primera desde el palacio de Uribarren a la playa contigua, acompaña­da de sus niños —todos en traje de baño—, y se quedó es­cudriñando recelosa aquel mar camorrista, tan distin­to del Adriático de sus amores, el marinero local asigna­do al grupo como bañero le dijo: «Erreguiña, ¿qué mi­ras pues? ¡Alsa la pata y chángate!». Hay varias teorías sobre el tuteo vasco. Unos sostienen que se debe al igua­litarismo foral, que nos hace a todos hidalgos. Discre­po. Si nos hubiera nivelado a la baja (todos chorizos, por ejemplo), lo entendería, pero los hidalgos se trataban de vuesa merced y no se apeaban el don y la doña ni en fami­lia. Otros arguyen que, como en éusque­ra no hay tratamiento de respeto, al tra­ducirnos en castellano optamos por el registro bajo. Puede. Aunque quizá se explique simplemente por un déficit de urbanidad.

En la España de antes de la guerra daba gusto saludarse, porque todo el mundo se trataba de usted, e incluso los próceres republicanos se llamaban en­tre sí don Aniceto, don Manuel, don In­dalecio, don Alejandro. El tuteo político, según parece, lo introdujeron falangistas y comunistas, que iban de camaradas a tiempo completo. Suele echarse sobre los primeros la responsabilidad del tuteo universal que ha pervivido en la Administración, pero, si hubieran gana­do los otros, nos veríamos hoy en las mismas.

Lo del tuteo generalizado e interestamental no ha cundido en Iberoamérica, donde sólo se tutean o vosean entre iguales, e incluso hay una sana resistencia a tra­tar de tú al inferior. En Méjico he oído a muchos padres tratar de usted a sus hijos de corta edad, y me he sor­prendido, como buen gachupín, ante las connotaciones de ternura que adquiere el juego de la inversión jerár­quica en el lenguaje afectivo (recuérdese aquel extraordinario bolero, Usted...). En otros países de nuestra len­gua no es raro oír todavía el «su merced», usado por el pueblo llano español hasta comienzos del pasado siglo. Los colombianos son particularmente ceremoniosos, y su escritor mayor, Álvaro Mutis (don Álvaro para los amigos), jamás ha tuteado a las personas que verdadera­mente estima, empezando por su señora.

En España, el caos dialectológico —piénsese en el hí­brido «ustedes sois» de la Andalucía occidental— se va resolviendo en la nivelación del tuteo, que, a la larga, pa­rece tan inevitable como la entropía cósmica. Pero no re­sulta elegante que el Estado acelere el proceso. Al pare­cer (véase el ABC del viernes pasado), son bastantes los ciudadanos ofendidos por el tuteo que Tráfico ha im­puesto en las admoniciones luminosas de las autopis­tas. Confieso que no me había fijado en ellas. No conduz­co, pero entiendo que los que lo hacen se piquen.

A mí, lo que verdaderamente me sulfura es la publici­dad de Hacienda. No bastaba con el «Hacienda somos to­dos», aquel eslogan mendaz que se ha mantenido con in­audita y desfachatada contumacia. Ahora, han pasado al tuteo: «Marca con una x la casilla, etcétera». Preten­der que el contribuyente paga sus impuestos con entu­siasmo ya es absurdo, pero adoptar ese tono de confian­za y buen rollito me parece un insulto, tanto a la inteli­gencia como al bolsillo. Y más cuando la deferencia im­postada se traiciona en la sintaxis. Casi todos los ver­bos principales de los anuncios de la Agencia Fiscal es­tán en imperativo, como no podía ser menos. Hacienda y Tráfico son precisamente los ámbitos donde el indivi­duo percibe sin distorsión alguna la naturaleza coerciti­va del Estado, y donde más sería de agradecer, por tanto, la cortesía, que exige siempre el usted y la perífrasis («¿Tendría usted la amabilidad de marcar con una x la casilla, etcétera?»). Y es chocante que esto suceda bajo un gobierno presidido por un maestro del eufemismo y de la vaselina edulcorada. En Méjico, hay atracadores que son prodigios de buenas maneras («Me veo en la presisión, joven, de aliviarle de la lanita»). Que traigan al­guno para que les dé un cursillo.

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