miércoles, 10 de diciembre de 2008

Los fascistas llevan corbata

Como sabréis, en esta España socialista y progre, el insulto y la agresión verbal o incluso física, está a la orden del día, por parte de los “políticos” que, se supone debían dar ejemplo de convivencia y democracia. Ya llevamos tiempo en que, como la teoría de: “No pienses en un elefante”, se lanza una invectiva o un exabrupto, y luego, con pedir excusas, ya está todo arreglado, pero claro, entre la masa, quda el insulto como algo normal…

Hace unos días, un tal Castro, (Qué curiosa coincidencia), presidente de la asociación de municipios y provincias de toda España, y socialista, como no podía ser menos, exclamó: “Y todavía hay tontos de los cojones que votan a la derecha”, y luego, para redondear, el asunto dijo: “pido excusas, POR SI ALGUIEN SE HA OFENDIDO… O sea, que los 10 millones de españoles que han votado a la “derecha”, sería extraño que se ofendieran si les llaman “tontos de los cojones”… Luego, en un mitin, un tal Sardá, de la Esquerra Republicana de Cataluña, exclama: “Viva la República, Muera el Borbón” y luego, dice que no pensaba en el Rey D. Juan Carlos de Borbón, por lo que nadie tiene por qué ofenderse…

Es un hecho probado muchas veces que, en esa idílica y democrática República que tanto añora nuestro ex simio presidente, se ha asesinado sin fórmula de juicio y se ha enterrado en cunetas de esas que busca Garzón, a simples maestros de escuela o humildes oficinistas de cualquier despacho, por el horrible delito de llevar corbata, pero eso que parece tan pasado, se actualiza ahora, incluso con los inmigrantes, convencidos por el partido gobernante, de que “les dan cosas”, pero luego, dicen que el partido de la oposición, el denostado Pepé, es el que “crispa”…

 

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Patente de Corso. XL Semanal, 22 de noviembre de 2008

LOS FASCISTAS LLEVAN CORBATA

Por: Arturo Pérez-Reverte

 

Cuando digo que este país es una mierda, algún lector elemental y patriotero se rebota. Hoy tengo intención de decirlo de nuevo, así que vayan preparando sellos. Encima hago doblete, pues voy a implicar otra vez a Javier Marías, que tras haberse comido el marrón de mis feminatas cabreadas, acusado de machista —¿acaso no se mata a los caballos?—, va a comerse también, me temo, la etiqueta de xenófobo y racista. Y es que, con amigos como yo, el rey de Redonda no necesita enemigos.

Madrid, jueves. Noche agradable, que invita al paseo. Encorbatados y razona­blemente elegantes, pues venimos de la Real Academia Española, Javier y yo intentamos convencer al profesor Rico —el de la edición anotada y definitiva del Quijote— de que el hotel donde se aloja es un picadero gay. Lo hacemos con tan persuasiva seriedad que por un momento casi lo conseguimos; pero el exceso de coña hace que, al cabo, Paco Rico descorne la flor y nos mande a hacer puñetas. Que os den, dice. Y se mete en el hotel. Seguimos camino Javier y yo, risueños y cargados con bol­sas llenas de libros. Bolsas grandes, azu­les, con el emblema de la RAE. Cada uno de nosotros lleva una en cada mano. Así cruzamos la parte alta de la calle Carre­tas, camino de la Plaza Mayor.

Imaginen —visualicen, como se dice ahora— la escena. Capital de España. Dos señores académicos con chaqueta y cor­bata, cargados con libros, hablando de sus cosas. Del pretérito pluscuamperfecto, por ejemplo. En ese momento pasamos junto a dos individuos con cara de indios que esperan el autobús. Inmigrantes his­panoamericanos. Uno de ellos, clavado a Evo Morales, tiene en las manos un vaso de plástico, y yo apostaría el brazo incorrupto de don Ramón Menéndez Pidal a que lo que hay dentro no es agua. En ésas, cuando pasamos a su altura, el apa­che del vaso, con talante agresivo y muy mala leche, nos grita: «¡Abajo el Pepé!... ¡Abajo el Pepé!». Y cuando, estupefactos, nos volvemos a mirarlo, añade, casi escu­piendo: «¡Cabrones!».

Me paro instintivamente. No doy crédito. «¡Pepé , cabrones!», repite el indio guaraní, o de donde sea, con odio indescriptible. Durante tres segundos observo su cara desencajada, consideran­do la posibilidad de dejar las bolsas en el suelo y tirarle un viaje. Compréndanme: viejos reflejos de otros tiempos. Pero el sentido común y los años terminan por hacerte asquerosamente razonable. Tengo cincuenta y siete tacos de almanaque, concluyo, voy vestido con traje y corbata y llevo zapatos con suela lisa de material. Mis posibilidades callejeras frente a un sioux de menos de cuarenta son relati­vas, a no ser que yo madrugue mucho o Caballo Loco vaya muy mamado. Sin contar posibles navajas, que alguno es dado a ello. Además tiene un colega, aunque nosotros somos dos. Podría, quizás, endiñarle al subnormal con las llaves en el careto y luego ver qué pasa con el otro; pero acabara la cosa como acabara —seguramente, mal para Marías y para mí—, incluso en el mejor de los casos, con todo a favor, hay cosas que ya no pueden hacerse. No aquí, desde luego. No en este país miserable. Imaginen los titulares de los periódicos al día siguien­te: «El chulo de Pérez-Reverte y el macarra de Marías se dan de hostias en la calle con unos inmigrantes». «Xenofobia en la RAE.» «Dos prepotentes académicos racistas, machistas y fascistas apalean salvajemente a dos inmigrantes.» Aunque aún podría ser peor, claro: «Marías y Reverte, apalea­dos, apuñalados e incluso sodomizados por dos indefensos inmigrantes».

Marías parece compartir tales conclu­siones, pues sigue caminando. A envai­nársela tocan. Lo alcanzo, resignado, y llegamos a la Plaza Mayor rumiando el asunto. «Es curioso —dice pensativo—. A mí tío, republicano de toda la vida, lo insultaban por la calle, durante la Repú­blica, por llevar corbata.» Yo voy callado, tragándome aún la adrenalina. Quién va a respetar nada en esta España de mier­da, me digo. Cualquier analfabeto que llegue y vea el panorama, que oiga a los políticos arrojarse basura unos a otros, que observe la facilidad con la que aquí se calumnia, se apalea, se atizan ren­cores sociales e históricos, tiene a la fuerza que contagiarse del ambiente. Del discurso bárbaro y elemental que sus­tituye a todo razonamiento inteligente. De la demagogia infame, la ruindad, el oportunismo y la mala índole de la vil gentuza que nos gobierna y nos enve­nena. Ésta es casa franca, donde todo vale. Donde todos tenemos derecho a todo. Cualquier recién llegado apren­de en seguida que tiene garantizada la impunidad absoluta. Y pobre de quien le llame la atención, o le ponga la mano encima. O tan siquiera se defienda.

Así que ya saben, señoras y caballe­ros. Ojito con las corbatas y con todo lo demás cuando salgan de la RAE, o de donde salgan. Nos esperan años intere­santes.

Tiempos de gloria. •


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