miércoles, 7 de enero de 2009

 

 

 

 

 

AVENTURAS EN UN

HOSPITAL ESPAÑOL

 

 

Cómo me escapé del hospital

 

Ruidosa España

 

 

Por: Enrique Gutiérrez y Simón

engusi@gmail.com

Madrid, enero de 2009
Aventuras en un hospital español

El sábado pasado, 27 de diciembre, me puse a hacer algún trabajito de "bricolaje" en mi casa, para lo que tuve que arrodillarme en el suelo, y al levantarme, parece que hice un movimiento inadecuado, por lo que "algo", en mi cadera izquierda se afectó, y empezó un dolorcito, al que no le di mayor importancia, pero ese dolor se fue acentuando el domingo, en que salí a caminar, como todos los días, y más fuerte el lunes... en que también salí a caminar... pensando que con el ejercicio, se me pasaría el dolor…

Como la noche del lunes a martes ya se me hizo muy difícil dormir, el martes por la mañana, y viendo que en la TV. nos estaban advirtiendo que no usáramos la urgencias de los hospitales para cosas tan nimias como una gripe o un resfriado y que acudiéramos a nuestros centros de salud, llamé a mi médica, la doctora De Frutos que, obviamente, estaba de vacaciones, pero me dijeron que fuera que me atenderían de urgencia. Fui, me atendieron muy bien, pero me dijeron que mi problema era de traumatólogo y de radiografía, así que me dieron una orden urgente, para que me hicieran una radiografía en el otro centro de salud de mi barrio, en la calle Doctor Esquerdo. Allí, había un montón de pacientes y me dijeron que como era fin de año, las radiografías ya estaban cerradas y que acudiera al Hospital de La Princesa... o sea que, por ser buen ciudadano y seguir las instrucciones, perdí la mañana, pues si hubiera ido al hospital desde el principio, me habría ahorrado cuatro horas.

Hacia las 12:30, llegué al hospital, con tremendos dolores en la cadera y muslo izquierdo, en una sala de espera colapsada por docenas de personas con diversas dolencias... Los traumatizados en accidentes de tráfico o demás circunstancias "sangrantes", los pasan directamente al quirófano, por otro sitio, con lo que yo me ahorro un espectáculo que sí ocurre en otros hospitales, y que a mi, me produce desmayos, sudores fríos y pérdida del sentido, por mi trauma infantil con la sangre...

Cuando me llamaron por megafonía, la doctora Marina Carpena Ruiz, que me atendió, me hizo un examen completo de todo el cuerpo, auscultándome, midiendo mi temperatura, tensión arterial, coordinación de los sentidos, etc. y me dijo que me llamarían para unas radiografías y ponerme una inyección para el dolor, al poco rato, casi inmediatamente, me llamaron a otra consulta, donde me pusieron una inyección que, al cabo de poco rato, había hecho desaparecer el dolor casi completamente...

En fin, para no alargarme innecesariamente, a lo largo de la tarde y la noche, me hicieron 6 u 8 radiografías, de la cadera y del tórax, un TAC, análisis de sangre y de orina, una exploración rectal, para ver cómo estaba la próstata, y, como en cada caso había que esperar el resultado de cada prueba, las horas pasaban y ya, hacia las 2 de la madrugada, cansados e impacientes, pedimos ver a la doctora Carpena, que dirigía todo el equipo que me estuvo atendiendo, quien me dijo que habían encontrado un pequeño quiste o fisura en el fémur, que podría representar un peligro de rotura, y que para prevenir este posible percance, habría que hacer más pruebas y radiografías más detalladas y análisis completos, para aplicar un tratamiento preventivo, por lo tanto, que iba a dar orden de ingresarme en el hospital para esas pruebas, pero, como sería inútil que me quedara en el hospital el día 31 de diciembre y 1 de enero, cuando la mayoría de los médicos y enfermeras no imprescindibles para urgencias, estarían celebrando el fin de año con sus familias, lo prudente es que yo hiciera lo mismo, y que volviera para mi ingreso el 1 de enero por la tarde, pero con la condición expresa de que, mientras tanto, mantuviera un reposo absoluto.

Cuando estaba esperando para que me dieran los documentos y me pusieran una inyección que me recetó la doctora, en el estómago, (en la tripa, decimos en España), empecé a pensar en la inyección y a fijarme en las personas que estaban en la sala con esos adminículos de plástico que llevan una aguja quirúrgica y un tubito con llave para conectar suero o medicinas variadas, y en mi imaginación empezó a funcionar toda la gama de escenas de hospital, quirófanos y heridos que vi de niño y que ahora salen en todas las películas, así que, empecé a sudar, a perder la visión y el sentido del equilibrio, por lo que, en segundos me encontré sentado en una silla de ruedas y a toda velocidad por pasillos y puertas del interior del hospital, hasta llegar a una cama, donde entre tres o cuatro enfermeras me desnudaron, me pusieron una batita de esas que se abrochan en la espalda y me tumbaron en la camilla, procediendo a ponerme una serie de sensores para un aparato de esos que vigilan el corazón, y en el brazo una aguja con la conexión de tubito plástico que me había producido el mareo, y una bolsa con suero colgada de un soporte. En el oído, un termómetro de los que miden la temperatura en segundos y toda la parafernalia de alguien que está gravísimo. Yo sudaba, pero sonreía y les decía que no me pasaba nada, que era una tonta reacción mental que me duraba desde la niñez, cuando estuve hospitalizado y al borde la muerte, en la epidemia de viruela que siguió a la Guerra Civil, pero ellas, seguían con sus manejos y secándome el sudor, pinchándome el dedo índice y demás parafernalia del caso.

 Cuando todos nos serenamos un poco, vi una especie de junta de médicos, (más bien médicas), a mi alrededor y una de ellas me dijo que, estaban considerando si dejarme ir a mi casa, como se había previsto, o me ingresaban de una vez. Yo les dije que me quería ir en ese momento, pero me dijeron que en todo caso, iban a mantenerme en observación un par de horas, y luego resolverían. Hice que llamaran a mi hija que estaba en la sala y me dormí.

Estuve dormitando en la camilla un tiempo, y cuando mi temperatura corporal bajó, me pusieron una manta encima, para que estuviera confortable y varias horas después, me comunicaron que habían resuelto dejarme ir, con el compromiso expreso de volver el día 1 por la tarde y mantener mientras tanto un reposo absoluto, sin caminatas ni otras "libertades"... Yo les pregunté por el tiempo que consideraban que durarían las pruebas que querían hacerme y me contestaron que eso dependía del resultado de cada prueba que iría necesitando otra, y así sucesivamente. Que normalmente es alrededor de una semana, pero que podía ser menos, aunque algunas personas han necesitado un mes o mas. En todo caso, que considerara que eran unas vacaciones. Que me trajera libros para leer y lo pasara bien. Afortunadamente, no es mi afición bailar en estas fechas, como supongo estarán haciendo todos mis amigos, en sus casas o en las infinitas fiestas organizadas que se acostumbran...

Hacia las 5:30 de la madrugada, me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron a la puerta, después de que la doctora Carpena me entregara una serie de documentos para mi posterior ingreso y el tratamiento que debo seguir en el par de días escasos que me quedan de "libertad". Me subieron a una ambulancia y me trajeron a mi casa...

Lo único que se me ocurre pensar es, que afortunadamente estoy en España, pues si esto me hubiera ocurrido en otro país, incluyendo USA, la cuenta de las pruebas que me hicieron ayer, o la de las que me harán a partir del día 2, sería como para morirse directamente... En cambio aquí, no tuve que sufrir ninguna inquietud ayer, ni me preocupa la salida futura del hospital, porque sé que no me van a pasar ninguna cuenta, ya que la suma total a mi cargo, sería igual a 0 Euros...

 

Cómo me escapé del hospital

 

El jueves día 1 de enero, hacia las 19:30 h. (siete y media p.m. o de la tarde, en versión americana), tal como estaba previsto y siguiendo las indicaciones médicas, nos reunimos los cuatro de la familia y salimos en el coche de mi hijo hacia la sala de urgencias del hospital de La Princesa. Llegamos a la oficina de evaluación, con todos los papeles que me había dado la doctora Carpena el día 30 para el ingreso hospitalario, pero con gran sorpresa, la doctora que atendía esa oficina, nos dijo que debíamos ir a recepción a pedir el papel del día presente… Todos hicimos el comentario de que se suponía que con la era de los ordenadores, íbamos a ahorrar papel, y por ende, árboles talados en el mundo… En recepción nos dieron unas hojas y una página entera de etiquetas con mi nombre, de donde sacaron dos y las pegaron en las otras hojas. Fuimos con todo a evaluación otra vez y la médico nos dijo que todo estaba correcto y que esperáramos en la sala de espera, preguntándonos si queríamos una silla de ruedas, a lo que mi hija dijo que si, y pasamos a la puerta de urgencias, donde nos dieron una silla de ruedas haciéndonos notar que era nueva y que a la mayoría de las otras les faltaba alguna pieza o estaban ya deficientes, a lo que yo le contesté a la mujer que atiende esa sección, que era normal, puesto que si los jerifaltes del gobierno central o los autonómicos, se compran coches blindados de 140.000 euros, lo normal es que no quede dinero para los implementos hospitalarios…

Nos fuimos a la sala de espera, yo, cómodamente sentado en mi silla de ruedas, empujada por mi hija, y el resto en comitiva detrás de mí, como si fuéramos un sultán y su corte. Lo primero que notamos, es que la sala estaba más llena que en los días anteriores, y supusimos que era consecuencia de los excesos de la celebración de la noche de fin de año, y de los resfríos producidos por salir en una gélida noche de enero, de los locales o casas concurridas y por tanto calientes, además de llevar en el organismo unas copas que, le dan la sensación al sujeto de tener un calor interior que es engañoso, y le impiden abrigarse como debiera, ante tan brusco cambio de temperatura.

Empezamos la tediosa espera, y mis hijos, después de preguntarnos a los padres si nos apetecía algo de comer o beber, se fueron acercando alternativamente a las máquinas expendedoras de bebidas y golosinas, a comprar algunas chucherías: botellita de agua, unas magdalenas, maní, patatas fritas, y una especie de patatas a la francesa que están hechas con "sucedáneo de maíz y pintura al óleo", según dijimos en plan de broma, botes de refresco, etc. Cuando habían pasado como dos horas de espera, yo le dije a mi hijo, que era una tontería que siguiera esperando, ya que tenía que ir hasta su casa, que queda lejos y al otro día madrugar a trabajar, así que aceptó la sugerencia, se despidió y se marchó.

Tuvimos que esperar todavía hasta las 0,00 h. o sea, las 12 de la noche, en que por megafonía llamaron a los familiares de Enrique Gutiérrez. Fuimos todos a la puerta de urgencias y yo le dije a la enfermera que nos estaba esperando, que como había llamado a los familiares, yo me iba a mi casa. Ella pidió disculpas por el error y tomó los mandos de la silla de ruedas, preguntándonos si era de nuestra propiedad, y cuando dijimos que no, se extrañó de que fuera tan nueva y del hospital. Siguió empujándome por pasillos y puertas hasta un ascensor reservado para el servicio, al mismo tiempo que nos decía que íbamos a la planta 10 y a la habitación 07, con lo que empezamos a hacer bromas de que era la habitación del número 1, 007 o sea, James Bond…

Por el pasillo correspondiente a la habitación, había un carrito con implementos hospitalarios y la enfermera tomó un pijama y me lo dio, con la frase: "Un regalo de la casa"… Llegamos a la habitación y encontramos en la otra cama a un paciente de edad indefinida, muy hundido en la cama y viendo televisión en penumbra. Le saludamos brevemente, y la enfermera empezó a explicarnos el funcionamiento de todos los aparatos correspondientes: El mando eléctrico que regula la altura y configuración de la cama, para levantar el cabecero o los pies, alternativa o conjuntamente, o en sentido contrario, el mando para llamar a la enfermera, encender o apagar la luz indirecta de encima de la cama, o la luz directa para leer, la mesilla de noche con ruedas y con mesa extensible, etc.

En la cabecera de la cama, los demás utensilios e instalaciones que yo ya conocía, de haber visitado a amigos en el mismo hospital: toma de oxígeno para el paciente que lo necesite, el "perchero" doble para colgar las bolsas de suero, sangre, o medicinas, que se inyectan por el aparatito que se pone en el brazo y que ocasionó mi "telele" de la noche del 30, teléfono directo, que sirve también como mando a distancia para la TV, y que funciona con una tarjeta especial que hay que comprar, para el tiempo que se quiera, conexiones para auriculares, y lo que yo buscaba, una toma de corriente, donde conectar el cargador del teléfono móvil… Lo que luego me llamó más la atención, fue un dispensador de jabón con alcohol, que suelta un chorrito sin tocarlo, sólo con poner las manos debajo, para una limpieza desinfectante e inmediata, para los médicos u otras personas que tengan que tocar a un paciente, además de unos cuadros ilustrativos de cómo limpiarse las manos en forma eficiente y completa.

Yo, empecé a quitarme la ropa y ponerme el pijama y mi mujer y mi hija a organizar las cosas que habíamos traído: Revistas, libros, reloj de viaje, teléfono móvil, etc. y a organizar la ropa que me quité, para llevársela a la casa, ya que, al estar prevista una estancia larga, lo único que debía tener yo allí, era la bata para levantarme al baño, unas chanclas y puestos, unos calcetines de viaje que mi hija me prestó, gruesos y fáciles de poner, además de con un revestimiento especial en las plantas, para poder andar con ellos, sin calzado.

Entró en la habitación un enfermero que se presentó como el que hacía la guardia de noche, y me anunció que había visto mi documentación y que me harían un análisis de sangre a las seis de la mañana, y que si necesitaba algo, le llamara. Al momento, llegó otra enfermera que me trajo los implementos que acostumbran: Un neceser con gel, esponja, pañuelos de papel, cepillo de dientes con cobertura para las cerdas, pasta de dientes, un peine, etc. además de un vaso de cristal esterilizado, y un frasco de plástico especial, "para hacer pis", me dijo. Cuando organizamos todo, insistí ante las mujeres de mi familia, en que se fueran a la casa lo antes posible, porque ya era muy tarde, y yo, me acomodé plácidamente en la cama y me dormí inmediatamente.

Creo que debía estar bastante cansado, porque me parece haber dormido profundamente toda la noche, pero sí recuerdo que, mi vecino de habitación se quejaba en cada movimiento y llamaba a la enfermera frecuentemente, por lo que solían venir dos, el hombre que yo ya conocía y alguna mujer, los que le hablaban con familiaridad y preguntaban si le dolía más o menos que la semana pasada, y le ayudaban a cambiar de postura en la cama… En alguna habitación lejana, alguien se quejaba a los gritos, no sé si hombre o mujer, porque tenía una voz indefinida y lastimera. Por fortuna, yo no tengo ningún problema en reanudar el sueño interrumpido, así que, esas medio despertadas, eran fugaces y sin consecuencias para mi. En determinado momento, noté que me tocaban suavemente en el hombro y al abrir los ojos vi que estaba encendida la luz. Una jovencísima y guapa enfermera, me habló suavemente y me dijo que tenía que sacarme sangre. Yo empecé con mi cuento… (Creo que ya se está volviendo un cuento, porque al final, me voy a acostumbrar a los hospitales y me va a dar igual, ver sangre o no), y ella me dijo que no había problema, que mirara para otro lado y me empujó suavemente el mentón para que no viera sus manejos… Le pregunté la hora y me dijo que eran las 6 de la mañana. La verdad es que, las agujas modernas son tan finas que ni se sienten, así que, sin gran problema, la enfermera sacó la sangre que necesitaba, apagó la luz, se despidió y yo me volví a dormir. De pronto, noté algo en el oído izquierdo, por lo que, todavía dormido, llevé mi mano derecha allí, notando un aparato grande en la oreja, y era otra enfermera que intentaba tomarme la temperatura con ese aparatito que me asombra, que mide la temperatura en uno o dos segundos. La enfermera se disculpó por haberme despertado y se fue, ya que su trabajo lo había terminado casi antes de yo darme cuenta.

La verdad es que yo debía estar cansado por la espera en la noche anterior, o quizá por la tensión de esa espera, pues analizando mis sentimientos durante ese día, no creo haber sentido la inquietud, miedo o lo que se quiera llamar, a la perspectiva de ingresar en un hospital que debe sentir cualquier se humano, y que en mi caso debiera ser absoluto pánico, según había comentado yo muchas veces, cuando ese caso le ocurría a alguna persona conocida. Pero el hecho es, que estuve durmiendo completamente hasta las 10 de la mañana, en que empezaron a llegar varias mujeres colocando bandejas en la mesa auxiliar que hay a los pies de la cama, luego, me colocaron la mesilla con mesa extensible, de manera que me resultara cómodo desayunar, elevando el cabecero de la cama con su mando eléctrico, y empecé a ver el contenido de la bandeja: Un papelito con mi nombre y la anotación de: Desayuno aleatorio: Café soluble, azúcar, leche caliente, pan, margarina y mermelada de melocotón. Lo que más me llamó la atención, fue la calidad del pan, que normalmente llamamos "pan de pueblo", porque era el que se usaba normalmente hace muchos años en España, solo que este, en lugar de ser una gran hogaza que se cortaba en porciones para cada comensal, es un pan pequeñito, redondo y como con una forma de flor, por los cortes superiores, pero con una miga blanca de trigo de primera calidad, realmente agradable, y para alguien que ha pasado tanta hambre en su niñez, su sabor le trae reminiscencias de algo que en su día, era un absoluto banquete. Por eso se dice en Colombia: "Al marrano, con lo que lo crían"…

Aparte las cosas comestibles, había en la bandeja otro folletito, que era el menú para el día siguiente, donde a uno le piden que marque el número de su cama y sus preferencias para todas las comidas de ese día, entre una lista muy completa, sobre todo al desayuno, donde hay para elegir: café, chocolate, te, con sus variables de descafeinado y luego líquidos para diluirlos, que pueden ser leche fría o caliente, completa o desnatada, agua fría o caliente, etc. Pan, galletas, bollería, margarina, y mermeladas, y para la comida y cena, dos platos a elegir de primero y dos de segundo en que suele haber carne o pescado, además de fruta o postres de otro tipo, como flan, mermeladas, etc. Con una serie de recomendaciones de que uno elija frutas naturales, verduras y pescado, preferiblemente, pero claro, le dejan elegir a su gusto… Cuando vinieron a retirar la bandeja del desayuno, yo le comenté a la enfermera que, en el desayuno, me habían faltado el zumo de naranja y los huevos fritos con jamón, y que en el menú, no había encontrado por ninguna parte la marca de vinos que ofrecían…

Al poco rato de haber desayunado, llegaron otras enfermeras con utensilios de limpieza y dos de ellas, oía a través de la cortina que nos separaba que estaban aseando a mi vecino de habitación. Otra, se acercó a mi y me preguntó si quería que me dejara en la mesilla una palangana con agua para limpiarme y yo le dije que no, que me diera una toalla para ducharme. Me indicó la silla de enfrente de mi cama y me dijo que ahí tenía toalla y todo lo necesario, y efectivamente, había dejado una toalla, dos esponjas nuevas selladas, un pijama limpio y toda la ropa de cama, para cambiarla. Saqué mi bata de baño del armarito para ropa que me correspondía y dónde habíamos dejado todos mis efectos personales, me quité el pijama y cuando me disponía a entrar al baño, entró una pareja de médicos jóvenes compuesta por el Dr. Mesado y la Dra. Gil Martínez, que se presentaron con sus nombres y me dijeron que eran los encargados de mi caso.

Me hicieron tumbar en la cama y empezaron a examinarme, todo el cuerpo, a auscultarme y a hacerme multitud de preguntas sobre mi vida y milagros: enfermedades padecidas, operaciones, etc. Yo les fui contando toda mi historia clínica que, en el fondo es nada, porque la verdad es que hasta ahora no me había visto en tantas vueltas, salvo cuando tuve un pequeño accidente en una pierna y, Angelines, la guapa y cariñosa enfermera que desde entonces me cuida, empezó a hacerme curas diarias, tomarme la tensión y regañarme porque estoy "obeso", que en sus labios, siempre sonrientes, me resulta una palabra insultante… Les dije que había venido días atrás con un fuerte dolor en la cadera, que la doctora que me atendió, diagnosticó inmediata y eficazmente e hizo que me inyectaran algo que en poco tiempo había hecho que fuera disminuyendo, y que ahora, yo notaba que el dolor tendía a desaparecer, así que, como en las radiografías habían encontrado algo extraño, me había hecho ingresar, pero que yo prefería estar en mi casa.

Me dijeron que en principio estaban de acuerdo, porque habían estudiado los informes de mis pruebas anteriores y habían llegado a la conclusión de que no había un peligro inmediato, pero que en cambio, habían encontrado una cierta deficiencia en el riñón, que podría ser producida por la hipertensión, por lo que opinaban que sería importante vigilar más de cerca ese aspecto. Que en todo caso, las pruebas programadas para el fémur, debíamos hacerlas, pero como no eran de urgencia, en lugar de pedirlas urgentes y que me las hicieran en el curso de unos días, y yo esperarlas hospitalizado, podían pedirlas con su turno normal, que sería de meses, pero podría esperarlas en mi casa, que en todo caso, iban a estudiar con detenimiento todos los datos que tenían, mas los que habían recabado ahora conmigo y que luego me darían el resultado de si podría irme esa tarde.

Cuando se fueron, me asomé al otro lado de la cortina a saludar a mi compañero de habitación, a presentarme y ponerme a su disposición por si necesitaba algo. Me dijo que se llamaba Miguel y que se había roto el brazo derecho… La impresión que me dio es la de un hombre de clase baja, pequeño y hundido en su cama, y pensé, que mucha gente se rompe un brazo y no por eso se "echa a morir", sintiéndose inútil para moverse en la cama, para levantarse a la silla, para comer, etc., por lo que saqué la conclusión de que a ese hombre la rotura de su brazo le había afectado también a su estado mental… Yo, me fui al baño, y me puse a observar todo con sentido crítico: El aspecto del baño es una muestra de los muchos años que tiene ese hospital que, en su funcionamiento es muy eficiente y según todos mis informes y experiencia personal, cuenta con un personal muy capacitado y agradable, pero sus instalaciones sanitarias son de hace muchas décadas, aunque se mantienen en funcionamiento y limpias, pero denotando su edad. Sobre la repisa del espejo hay dos clases de gel para las manos, uno para piel delicada y otro quirúrgico desinfectante. El rollo de papel higiénico, completo y surtido y sobre un lado del lavamanos un tanque de toalla de papel del que sale la punta por abajo y se corta el pedazo que se quiera. Un cubo de basura de los que se abren con el pié y una ducha de teléfono, pero que no tiene soporte en la pared, por lo que hay que sujetarla siempre con una mano. Además, la pileta de la ducha no tiene ningún tipo de mampara o cortina, de modo que, cuando terminé de ducharme, todo el suelo del baño estaba lleno de agua… Cuando pasó por allí una de las mujeres de la limpieza, le dije como si fuera una noticia, que se habían olvidado de poner una cortina de baño, y ella me dijo que no había cortina en ninguno. Yo le dije que todo el suelo estaba lleno de agua y ella me dijo que no había problemas, que en seguida lo recogía…

Al poco rato, llegó mi mujer. Yo estaba ya con el pijama limpio, tumbado en la cama, leyendo y le conté que había llegado a un acuerdo con los médicos y que quizá me dieran el alta hoy mismo, por lo que ella dijo que entonces se volvía a la casa a traerme ropa, para poder salir, ya que, pensando que tardaría días en salir, la noche anterior se habían llevado todo.

Apenas tuve tiempo de leer una pequeña parte de los artículos atrasados y revistas que me había llevado, y ni siquiera abrí el libro que tenía preparado para hacer unos apuntes de él, con la intención de releerlo y quizá escribir algún artículo mío, ya que el tema es muy interesante: El libro se titula: "EL INMENSO PLACER DE MATAR UN GENDARME, memorias de guerra y exilio", escrito por Santiago Blanco, quien era amigo de mi hermano Cándido, que me lo presentó en Caracas. Este hombre, era el Gobernador Civil de Asturias durante la Guerra Civil, y tuvo que huir a Francia ante la entrada de las tropas de Franco en el Principado. El libro, narra la vileza con que se portaron los franceses con aquellos españoles y las vicisitudes, miserias y miedos que pasó el protagonista, primero en campos de concentración absolutamente inhumanos y luego en la Francia de Vichí, bajo el dominio de los alemanes, hasta que pudo emigrar a Venezuela, donde hizo fortuna y yo lo conocí ya como un próspero industrial…

El tiempo pasó rápidamente para mi, absorto en la lectura y cuando quise darme cuenta, llegó mi mujer con la ropa necesaria, e inmediatamente las mujeres del "rancho", con las bandejas de comida. Me pusieron la que me correspondía en la mesita de los pies de la cama y mi mujer me ayudó a poner la mesilla con la mesa plegable, en la posición adecuada para comer. El menú consistía en unos macarrones al horno, y yo le ofrecí a mi mujer que probara, para que los comparara con los que yo hago… (Aquí entre nos, ninguno de los macarrones que he comido en diversos sitios, tienen comparación con los míos…), pero la realidad es que no estaban mal. Después, una sabrosa rodaja de salmón al horno, con un bol de ensalada de lechuga y el excelente pan candeal que tanto me gusta, y como postre, una manzana. Di buena cuenta de la comida y al poco rato llegó mi hija, por lo que convencimos a mi mujer de que se fuera a casa a comer y quizá reposar un poco.

Mi hija, me trajo el ordenador portátil y tres películas nuevas que compró, entre las que se encuentra "El último Valle", que ya habíamos visto, pero que es excelente, con Michael Caine y Omar Sharif, así que, instalamos todo, y yo me puse a ver esta película, que me encanta, ya que, ante la perspectiva de salir en el mismo día, no valía la pena comprar la tarjeta para ver televisión.

Al poco rato, vino la doctora Gil Martínez, que se sentó a los pies de la cama y nos estuvo explicando todos los detalles del caso: Que había que vigilar la tensión arterial de forma más regular y metódica, y que quería cambiar un poco el programa de pastillas que yo tomaba para la hipertensión, que pediría las citas para que me hicieran los análisis programados desde el principio y que cumplidos estos detalles, me daría el alta esa misma tarde. Le pregunté si consideraba oportuno medirse la tensión en casa, ya que yo pienso que, si uno está pendiente de medir la tensión a cada rato, el exceso de datos podría dar lugar a confundir la información, porque según yo creo, la tensión de una persona sube y baja a lo largo del día o de las horas, por diversas circunstancias. Ella me dijo que eso era así, pero que sería útil tener un medidor de tensión en casa, siempre que se usara con cierto método, como, tomarse la tensión siempre a la misma hora y en las mismas circunstancias de reposo, e incluso tomársela dos veces seguidas a intervalos de unos cinco minutos entre una y otra, sin moverse ni hablar en esos cinco minutos. Nos dijo que cualquier aparato que nos recomendara el farmacéutico era bueno, siempre que fuera de brazo, no de muñeca y nos dijo que, por mencionar una marca, podría decirnos tal marca, (que ahora no recuerdo).

Una vez de acuerdo, nos dijo que iba a preparar todos los documentos para mi salida y citas posteriores y las recetas para los nuevos medicamentos. Que para el dolor de cadera siguiera tomando unos calmantes durante una semana y que empezara un programa de reposo relativo, empezando a caminar progresivamente, pero sin darme grandes caminatas por el momento. Cuando salió, mi hija me hizo notar la claridad, fluidez y exactitud con que hablaba esa doctora, y comentamos que la mayoría de los médicos tratan a los pacientes como niños o retrasados mentales, sin decirles nada claro o hablando en jerigonza.

Mi hija, me dijo que saldría del hospital, porque necesitaba comprar cigarrillos y yo, buen conocedor del barrio, le indiqué dónde había dos estancos cerca. Cuando regresó, traía sus cigarrillos y además, el aparato para medir la tensión que la doctora nos había recomendado, que por cierto es un cacharrito de lo más interesante: Aprieta con aire comprimido automáticamente el brazalete en el brazo, mide la tensión en las dos cifras correspondientes, además de las pulsaciones del corazón, afloja el brazalete cuando ha terminado y luego guarda los datos en una memoria interna y hace promedios de las tres últimas mediciones, además de advertir con una señal si el corazón late de forma irregular y un montón de cosas más, como el estado de las pilas y todas esas cosas que hacen los aparatitos modernos…

Al poco rato, llegó la doctora Gil Martínez con todos los papeles que había preparado y me explicó que tenía una cita para el 6 de febrero para hacerme un análisis completo de sangre y orina, otra para el 12 de febrero para ver los resultados, junto con las anotaciones que yo llevaría con los datos de las mediciones de tensión, y luego otra cita para mayo, para la resonancia magnética.

Una de las enfermeras, preguntó si me llevarían a mi casa en ambulancia y la doctora, más con el gesto que con palabras, le dijo que si yo estaba tan bien y tan ansioso de irme, bien podría hacerlo por mi cuenta, en taxi por ejemplo… Así que, nos despedimos, salimos y a las cuatro y media de la tarde, ya estábamos en casa… Lástima que todo el esfuerzo que hice para elegir el menú del día siguiente, ya no sirva para nada… Pero la sensación era de agradecimiento y descanso, por la ausencia de dolor y el buen trato recibido.

 

Ruidosa España

En mi reporte de cómo me escapé del hospital, a pesar de que pueda resultar algo largo, para cubrir sólo una noche y medio día, (Yo comenté que, había que tener en cuenta que eran las aventuras de Sandokán, el Tigre de la Malasia), faltó todavía un par de detalles que son importantes para considerar…

Lo primero que llama la atención a los viajeros forasteros que llegan a España, es el alto tono de las conversaciones normales: Entrar en un bar español, es impactante para cualquiera, porque las personas, que suelen estar a centímetros unos de otros, hablan en un tono que, equivaldría a intentar comunicarse con alguien de acera a acera de una calle, y como este habla alto a aquel, al final, para entenderse con el que está al lado, hay que levantar también la voz, o quedarse callado, por no hablar de los que se están contando chistes más o menos escabrosos con las risotadas correspondientes, o los que jalean jugadas del partido de fútbol que se ve en la televisión, y la verdad es que, yo no puedo presumir de ser una excepción, pues habiendo crecido a la sombra de mi padre y en la empresa en que él trabajaba, entre hombres rudos y en un local enorme, entre camiones, tractores y talleres, el hablar a gritos era la forma normal de entenderse, por lo que siempre se me ha criticado tener un tono de voz, alto y "chillón", o como decía una de mis secretarias en la universidad, tener una voz "medioodiosa"…

No obstante, el haber vivido tantos años fuera de España, hace que ahora me resulte extraña esa forma de comunicarse que, más bien parece que se quisiera establecer una barrera para no oír al interlocutor…

Pero, si esto es "normal" o tolerable, en un bar, resulta absolutamente incongruente en un hospital… En la sala de espera de urgencias del hospital de La Princesa, y supongo que en cualquiera otro de España, hay profusión de carteles con la advertencia de guardar silencio y apagar los teléfonos móviles, pero como somos españoles y nuestro deporte preferido es llevar la contraria hasta al "lucero del alba", porque: "Usted no sabe con quién está hablando", todo el mundo habla alto y algunos muy alto, hasta el extremo de que cuando llaman a alguien por megafonía, es difícil entender la llamada…

En mi caso y día concretos, había cerca de nosotros tres chicas jóvenes, dos de ellas con vestimenta, corte de pelo y maneras hombrunas que, más bien parecían lo que en España suele llamarse "marimachos", y otra un poco más femenina, que supuestamente eran un grupo de lesbianas, pero aparentemente, con el único propósito de llamar la atención de los presentes, haciendo gestos exagerados y movimientos bruscos o bromas, levantándose y sentándose de nuevo en diferentes asientos, mostrándose una a las otras, imágenes o números de su agenda en su móvil, aparentemente interesantísimos y todo ello acompañado de gestos ampulosos y grandes risotadas que, podrían parecer absolutamente normales e intranscendentes en un parque, pero, totalmente fuera de tono en un hospital…

En cuanto a los móviles, no sólo se habla por ellos profusamente, sino que se avisa a todo el mundo que uno está en urgencias, con lo que se corre la voz entre familiares y amigos, y cómo no, se llaman profusamente los unos a los otros y, por supuesto al "paciente", para saber cómo está. Y lo más curioso es, que el que no tiene parientes o amigos a quien llamar o que le llamen, saca su teléfono móvil y se entretiene con los varios juegos que suelen traer, para demostrar ostensiblemente que "yo no lo apago, porque no me da la gana"…

Las conversaciones en voz alta, son algo sui géneris en la sala de espera, pero lo curioso es, que se continúan en los pasillos de las habitaciones, y, algo absolutamente inconcebible, entre enfermeras y entre médicos y enfermeras, saludándose, despidiéndose y deseándose feliz año, (en mi caso y fechas particulares), en tono tan alto, que pueden oírlo los pacientes, a varias habitaciones de distancia, y esto, es hasta cierto punto disculpable entre los visitantes de los enfermos, cuando se encuentran a visitar al amigo común, en el curso del día, pero absolutamente demencial, entre profesionales de la medicina y de noche, que es el caso que me tocó vivir a mi, en la única noche que pasé en el hospital.

El hecho de que en la misma habitación haya dos pacientes, puede ser motivo de molestias, por el trasiego de visitas extrañas a uno y las conversaciones ajenas, sostenidas entre ellos, o la televisión del compañero de cuarto, que no tenga la precaución de oírla con auriculares, que el hospital tiene previsto, pero que nunca he visto usar a nadie, pero el hecho de que la habitación sea compartida, también tiene otras ventajas o virtudes que, trataré en otro momento, puesto que no es el tema de hoy, pero que a mi, me parece positivo. En todo caso, para una persona de sueño ligero o con cierta tendencia al insomnio, aunque este no es mi caso, debe ser muy molesto que le toque un compañero que ronca estrepitosamente, o que se queja permanentemente de sus dolores, e incluso, como me tocó a mi, que alguien se pase la noche gritando su dolor, hasta muchos metros de distancia, pero todo esto es explicable… No así, entre las personas que debieran ser, por su profesión, mucho más cuidadosas con su ruidoso comportamiento.

El otro tema que se me pasó mencionar en mi relato anterior es, que durante la mañana del día en que estaba hospitalizado, en algún momento en que yo estaba plácidamente leyendo tumbado en la cama, llego una joven y bella enfermera que, con toda naturalidad, me dijo que tenía que ponerme una inyección en la tripa, y yo, inmediatamente me cubrí esa parte con el libro que estaba leyendo, a modo del escudo de los caballeros antiguos, con gran extrañeza de la pobre chica que, seguramente no se había encontrado antes con alguien tan "borde", pero pasados unos segundos en que disfruté de mi maldad, la dejé hacer… me desabrochó el pijama y me puso la inyección tan eficientemente, con esas agujas diminutas que se usan ahora, que ni me enteré…

Estoy llegando a la conclusión de que, todo este personal sanitario que estoy conociendo últimamente, sumado a Angelines, la guapa enfermera que siempre me atiende en el ambulatorio que me corresponde y que me prodiga sus cuidados, y sus regaños, desde hace ya varios años, parece que están consiguiendo que pierda ese miedo, o repulsa a los hospitales, agujas y demás parafernalia que, parece que constituyera o ha constituido una verdadera fobia en mi vida, desde mi casi mortal enfermedad de mi ya lejanísima niñez…

Por cierto que, en esa mi muy lejana niñez, el poner una inyección a alguien, iba acompañado de toda una serie de manipulaciones, entre engorrosas y medio mágicas, donde el "oficiante", sacaba una enorme jeringuilla de un estuche metálico con forma que, en cierto modo recordaba un ataúd, ponía la jeringuilla con agua dentro del estuche y la ponía a hervir con un pequeño mechero de alcohol. Luego, sacaba de alguna cajita una ampolla con gollete y una especie de diminuta sierra metálica con la que le daba unos cortes al gollete y con un pequeño movimiento en los dedos, rompía la ampolla y luego procedía a ponerle una, que hoy me parece enorme aguja, a la jeringuilla y con todo esto absorber el líquido de la ampolla y luego con la jeringuilla hacia arriba empujar el émbolo hasta que saliera todo el aire y algunas gotas de la jeringuilla. A continuación frotaba con un algodón con alcohol la zona en que iba a inyectar y procedía a clavar la aguja en la víctima, con mayor o menor suerte o habilidad, pero sin que, generalmente, pudiera evitar un gesto de dolor o incluso un grito del pobre paciente, por no hablar de las consecuencias del efecto de la inyección en el cuerpo que, muchas veces producía un dolor y una hinchazón que podía durar horas o días.

Por el contrario hoy, las inyecciones suelen venir ya dentro de una jeringuilla diminuta, con unas agujas finísimas y todo ello ya preparado dentro de un envoltorio estéril que, se abre, se pone la inyección, sin que el paciente sienta nada, y se desecha todo a la basura… ¿Es esto mejor o peor para la Humanidad en su conjunto?. O estaremos usando materiales carísimos en los países en que podemos permitírnoslo, haciendo un verdadero derroche, algunos, mientras otros no tienen ni las antiguas ampollas para ponérselas con el sistema anterior…

Es, una de tantas preguntas que debiéramos plantearnos, como uno de los propósitos de Año Nuevo y cuya respuesta o respuestas, no son tan fáciles de encontrar, como parece a primera vista…

 

Madrid, enero de 2009 

Enrique Gutiérrez y Simón – engusi@gmail.com

 

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