lunes, 29 de septiembre de 2008

RV: Respuesta a: La Danza de la Muerte


Gracias, querido Enrique. Ahora por lo menos sé a quien atribuir esas escenas que sucederán en ¿cuantas familias? cuando les entreguen otra vez su dolor. Son 70 años y les tocará a los nietos, a los bisnietos, hacerse cargo de visiones como las que surgieron de los pinceles del mexicano José Guadalupe Salcedo, fantasmas amadísimos, que merecen un mejor homenaje que el que se les quiere deparar. De nuevo te abraza tu amiga MARUJA VIEIRA



Mi amiga Maruja Vieira, me envía desde Colombia el mensaje que os adjunto, al cual en realidad no sé qué contestar.

"Querido Enrique Gutiérrez Simón:
¿Cómo es posible esta nueva Danza de la Muerte? ¿Esta Sinfonía Fantástica? ¿a quién le puedo escribir diciéndole que dejen tranquilo a mi amado Federico? ¿y a Miguel Hernández? Menos mal que Antonio Machado no va a participar. Ya vi. que Laura García Lorca accedió, pero no, no puede ser! esta locura no puede ser...Recibe un conmovido abrazo de tu amiga Maruja Vieira."

Lo único que se me ocurre es, que España está gobernada por un descerebrado, que nombra ministros inferiores a él, para que no le hagan sombra…

El juez Garzón, tiene muy mala fama en todos los ambientes jurídicos y periodísticos, porque la mayoría de los casos que instruye, luego no llegan a nada por falta de pruebas y hay infinidad de etarras libres gracias a él, pero como Rodriguez Zapatero, es muy hábil haciendo golpes de efecto mediáticos para acaparar las portadas de los periódicos y los noticieros de TV. Incluso, en Iberoamérica se le invita a dar conferencias, donde posa de sabio, como si allí no hubiera juristas de verdad…

Se le ha dicho en todos los tonos, que su pretensión no tiene ninguna base jurídica penal, (que es su trabajo), y que si esa investigación debe hacerse, serán otras instancias y otras personas quienes deban hacerlo, pero él insiste, y aquí no pasa nada ni hay ningúna autoridad que le llame al orden.

Hace ya años, que Garzón está dando vueltas a ver si consigue un cargo más alto o un ministerio, por lo que se plegó a todo lo que le pedía el gobierno socialista anterior, pero cuando nombraron a otro como ministro de justuicia y de otro ministerio al mismo tiempo, se sintió despechado y empezó una verdadera caza contra Felipe González, llegando a meter a varios ministros en la cárcel. Ahora, vuelve a las mismas, colaborando con el gobierno para que hablemos de eso y no de la crisis económica que, según Rodriguez Zapatero no existe, como dijo la semana pasada en la ONU, produciendo una carcajada mundial que todaváia resuena, pero la última noticia es, que el actual ministro de justicia, ha dado orden a los 30.000 juzgados civiles de España, de que colaboren con Garzón en su "investigación"… Puede que esté cercana su recompensa…

En fin, os adjunto dos artículos sobre el tema, aparecidos estos días…



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LOS ENREDOS DE GARZÓN

Editorial, ABC, domingo 28 de septiembre de 2008

HACE tiempo que el juez Baltasar Garzón confunde la función jurisdiccional con un escaparate mediático. El intento de abrir una «causa general» sobre los desaparecidos en la Guerra Civil y en el franquismo es insostenible en términos jurídicos, puesto que se trata de cuestiones ya resueltas por vía legislativa y jurisprudencial. Sin embargo, el prototipo de los «jueces estrella» no conoce límites a su ambición y utiliza el Derecho al que debe servir en beneficio de sus intereses particulares. Esta vez ha logrado incluso indignar a todos, puesto que también los colectivos republicanos muestran su irritación ante el giro que toma la causa. Aplastado por el peso de dos millones de documentos, Garzón demuestra en su última providencia un desconcertante desconocimiento acerca de algunos hechos históricos y de los archivos documentales de la Guerra. La prudencia, una cualidad que Garzón parece seguir empeñado en no cultivar en esta «causa general», es imprescindible para alguien que aspira a metas muy altas en el escalafón judicial.

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Religión, cultura y muerte

POR TOMÁS CUESTA - ABC, Opinión, 27 de septiembre de 2008

ROGER Scruton es uno de esos tipos que los tiene bien puestos. Un pensador que va por libre -incluso por libérrimo- y que se cuela de rondón en los salones de la izquierda igual que William Munny entraba en las tabernas y convidaba a plomo a los clientes. Sin circunloquios ni aspavientos; duro y a la cabeza. (Willian Munny, seguro que se acuerdan, era aquel antihéroe que aparecía en «Sin perdón», un carácter tallado con el cincel de Shakespeare). «Los que quieran vivir, que salgan», escupía Clint Eastwood por el colmillo diestro mientras amartillaba la escopeta. El arriscado profesor británico, que dispara con postas si se mete en polémicas, podría utilizar el mismo santo y seña. «Mister» Scruton, a fuer de temerario, es odiado y temido al mismo tiempo. Los sacerdotes de la vulgaridad «prêt-à-penser»; los fabricantes de condones para las ideas; los que etiquetan las papillas del relativismo necio; la «intelligentzia», en fin, como se la denominaba en otros tiempos, considera que Scruton es una anomalía atrabiliaria y sus cogitaciones el no va más de lo perverso. Así que, cual es costumbre, no ahorran en lindezas: reaccionario, oscurantista, demagogo, crispante, facineroso, pendenciero... Con semejantes referencias, la verdad, es casi imposible resistirse a leerlo.

En uno de sus textos esenciales, «Cultura para personas inteligentes», Roger Scruton pretende demostrar -y lo demuestra- que todos los grandes logros del espíritu están ligados a la experiencia religiosa, al predominio de la fe en lo sobrenatural sobre la parva fugacidad terrena. Frente a la amalgama de la cultura del común (en la que se atrincheran los particularismos excluyentes) y el batiburrillo de la cultura popular (en la que cualquier banalidad encuentra asiento), la alta cultura pretende rescatarnos de los grilletes de la contingencia. Es el rito de paso a un mundo superior en el que la belleza es el producto de una visión moral y de un compromiso ético. Es un terreno donde no arraiga lo esquemático, lo insustancial, lo feble, lo que se puede adquirir en cualquier tienda. El fracaso de la Ilustración -viene a decir Scruton- es que, al tiempo que «liberaba al hombre de la minoría de edad que se había autoimpuesto» (la célebre definición de Kant aún sigue vigente), engendró dos religiones seculares cuyos altares todavía humean: la revolución escatológica que profetizara Marx y el nacionalismo reaccionario que apuntalaron Fitche y Gierke.

A lo largo de ese viaje fascinante que nos conduce de Éfeso al «hip-hop», de Homero a Kurt Cobain, de la liturgia al desenfreno, Scruton larga el ancla en el fondeadero de la muerte. La cultura es, entonces, el pasaporte a lo sagrado, el código de acceso a lo que nos supera, el hachón que desaloja las tinieblas. Es lo que nos permite que, pese a dejar de ser, sigamos siendo. Porque, tras la agonía, aguardan los ancestros, el vínculo de pertenencia no se quiebra, la comunión con los vivos se mantiene. «De ahí -escribe Scruton- que profanar las sepulturas sea una forma capital de sacrilegio. Y todas las variantes que adopta la impiedad proceden de esa venganza obscena...». El filósofo, luego, abrochará el pasaje con una admonición tan oportuna que parece mentira que fuera formulada hace más de una década: «En una época impía (pongamos que la nuestra) la desconsideración por los antepasados es un filón sombrío y recurrente que, en el contexto de las guerras culturales, se emplea por sistema».

Si Baltasar Garzón tuviera una noción aproximada de lo que significan la cultura, la impiedad y el sacrilegio, quizá desistiera de su empeño de jugar a la taba con los esqueletos. No caerá esa breva. Vale que no conozca a Scruton, tampoco es un «best seller». Lo que tiene delito, señor juez, es obligar a los difuntos -fieles, agnósticos o ateos- a sacudirse el polvo y despabilar sus osamentas cuando a su señoría le conviene. Vaya con tiento, no hay ningún indicio de que el Apocalipsis esté en puertas. Ni Zapatero alcanza a ser el Anticristo, ni las comparecencias de Magdalena Álvarez son un remedo del Día de la Bestia. Y aún puede dar gracias a que, con el desplome del ladrillo, el Valle de Josafat no ha sido pasto de El Pocero.


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