jueves, 7 de mayo de 2009

Cómo buscarse la ruina

Un artículo de Arturo Pérez Reverte, donde nos advierte de los peligros que corremos en España, si se nos ocurre defendernos de alguna manera de un posible ladrón o ladrones que entren en nuestra casa... ¡Ojo con tocarlos o agredirles de alguna forma!... ¡Ellos tiene derechos!... ¿Y nosotros?...

 

Cómo buscarse la ruina

 

Patente de Corso. Por Arturo Pérez-Reverte - www.xlsemanal.com/perezreverte - 3 de mayo de  2009

Imaginen que me abalanzo heroico sobre el malvado, desarmándolo, y forcejeamos. Y pum. Le pego un tiro

 

Me despierta un ruido y miro el reloj de la mesilla de noche. Ha sona­do en la planta de abajo. Así que cojo la linterna y el cuchillo K-Bar de marine americano —recuerdo de Disneylandia— y bajo las escaleras intentando ir tranquilo y echar cuentas. Cuántos son, altos o bajos, nacionales o de importación, armados o no. Si estu­viera en un país normal, este agobio sería relativo. Bajaría con una escopeta de caza, y una vez abajo haría pumba, pumba, sin decir buenas noches. Albanokosovares al cielo. O lo que sean. Pero estoy en la sie­rra de Madrid, España. Tampoco me gusta la caza ni tengo escopeta. Sólo un Kalashnikov —otro recuerdo de Disneylandia— que ya no dispara, Por otra parte, una escopeta no iba a servirme de nada. Estoy en la España líder de Occidente, repito. Aquí el procedimiento varía. Mientras bajo por la escalera —de mi casa, insis­to— con el cuchillo en la mano, lo que voy es haciendo cálculos. Pensando, si se Ha la pajarraca, si no me ponen mirando a Tria-na y si tengo suerte de esparramar a algún malo, en lo que voy a contar luego a la Guardia Civil y al juez. Que tiene huevos. Lo primero, a ver cómo averiguo cuán­tos son. Porque si encuentro a un caco solo y tengo la fortuna de arrimarme y tirarle un viaje, antes debo establecer los parámetros. Imaginen que descubro a uno robándome las películas de John Wayne, le doy una mojada a oscuras, y resulta que el fulano está solo y no lleva armas, o lleva un destornillador, mientras que yo se la endino con una hoja de palmo y pico. Ruina total. La violencia debe ser propor­cionada, ojo. Y para que lo sea, antes he de asegurarme de lo que lleva el pavo. Y de sus intenciones. No es lo mismo que un bulto oscuro que se cuela en tu casa de

madrugada tenga el propósito de robar­te Río Bravo que violar a tu mujer, a tu madre, a tus niñas y a la chacha. Todo eso hay que establecerlo antes con el diálogo adecuado. ¿A qué viene usted exactamen­te, buen hombre? ¿Cuáles son sus inten­ciones? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre?... Y si el otro no domina el español, recurriendo a un medio alterna­tivo. No añadamos, por Dios, el agravante de xenofobia a la prepotencia.

Pero la cosa no acaba ahí. Incluso si establezco con luz y taquígrafos los móviles exactos y el armamento del malo, un juez —eso depende del que me toque— puede decidir que encontrárte­lo de noche en casa, incluso armado de igual a igual, no es motivo suficiente para el acto fascista de pegarle una puñalada. Además hay que demostrar que se enfrentó a ti, que ésa es otra. Y no digo ya si en vez de darle un pinchazo, en el calor de la refriega le pegas tres o cuatro. Ahí vas listo. Ensañamiento y alevosía, por lo menos. En cualquier caso, violencia innecesaria; como en el episodio recien­te de ese secuestrado con su mujer que, para librarse de sus captores, les quitó el cuchillo y le endino seis puñaladas a uno de ellos. Estaría cabreadillo, supongo, o el otro no se dejaba. Pues nada. Diez años de prisión, reducidos a cinco por el Tribunal Supremo. Lo normal. Por chulo.

Imaginemos sin embargo que, en vez de cuchillo, lo que esta noche lleva el malo es una pistola de verdad. Y que en un alarde de perspicacia y de potra increíble lo advierto en la oscuridad, me abalanzo heroico sobre el malvado, desarmándolo, '\ y forcejeamos. Y pum. Le pego un tiro.    } Ruina absoluta, oigan. Sale más barato dejar que él me lo pegue a mí, porque «hasta pueden demandarme los familiares del difunto. Otra cosa sería que el malo estuviese acompañado. En tal caso, nuestra legislación es comprensiva. Sólo tengo que abalanzarme vigorosamente sobre él, arrebatarle el fusco, calcular con astuta visión de conjunto cuántos malos hay en la casa, qué armamento llevan y cuáles son las intenciones de cada uno, y dispararle, no al que lleve barra de hierro, navaja empalmada, bate de béisbol o pis­tola simulada —ojito con esto último, hay que acercarse y comprobarlo antes—, sino a aquel que cargue de pistolón o subfusií para arriba. Todo eso, asegurándome bien, pese a la oscuridad y el previsible baru­llo, de que en ese momento el fulano no se está dando ya a la fuga; porque en tal caso la cagaste, Burlancaster. En cuanto al del bate de béisbol, el procedimiento es simple: dejo la pistola, voy en busca de otro bate, bastón o paraguas de similares dimensiones y le hago frente, mientras afeo su conducta y le pregunto si sólo pretende llevarse las joyas de la familia o si sus intenciones incluyen, además, rom­perme el ojete. Luego hago lo mismo con el de la navaja. Y así sucesivamente.

El caso es que, cuando llego al final de la escalera, comiéndome el tarro y más pendiente de las explicaciones que daré mañana, si salgo de ésta, que de lo que pueda encontrar abajo, compruebo que se ha ido dos o tres veces la luz, y que el ruido era del deuvedé y de la tele al encenderse. Y pienso que por esta vez me he salvado. De ir a la cárcel, quiero decir. Traía más cuenta dejar que me robaran. •

 

 


 

 

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