domingo, 31 de mayo de 2009

Anexo un artículo de Arturo Pérez-Reverte, publicado en el magazin XL Semanal, ya en el pasado mes de enero.

Como se puede ver en él, en la España de ZP, la justicia ya no lleva una venda en los ojos, indicando que es igual para todos... En la España actual, unos somos más iguales que otros, así, si nos enteramos de que unas personas han tenido una reyerta doméstica y una de ellas ha salido herida, en seguida pensamos que la agresora ha de enfrentarse a la justicia, pero en la España actual, no. Según la Ley Zapatero de "¡IGUALDAD!", si la agresora ha sido la mujer, es inocente, pero si el agresor ha sido el hombre, es culpable, desde el principio, sin analizar los hechos y sin más zarandajas.

Si un político dice: "El mayor problema de España, son los casi cinco millones de desempleados", esto es un tema de gran transcendencia y muestra de una gran altura política y sentimiento social... si quien lo ha dicho es de "izquierdas", pero una afirmación antipatriótica, desleal y demagógica, si quien lo ha dicho es de "derechas"...

Por lo mismo, si casual o intencionadamente se encuentran restos humanos de la época de la guerra incivil, serán unos héroes, dignos de homenajes y entierros solemnes si se muestra que eran del bando republicano, o un estorbo inoportuno, si se muestra que eran del bando contrario, o incluso, si eran de ambos bandos.

Y el colmo de este tema, que no se menciona en el artículo es, cuando los restos eran de republicanos, pero asesinados por los del mismo bando, como ocurrió muchas veces, y se demostró en los restos encontrados en la base militar de Torrejón de Ardóz, cuyo hallazgo se ocultó precipitadamente para no avergonzar a los votantes de "izquierdas"...

 

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Treinta v seis aguafiestas

magazine Firmas Por Arturo Pérez-Reverte


Los bienintencionados desenterradores no supieron qué hacer con tanto fiambre fuera de programa


Lo bonito del putiferio en el que, poco a poco, nos instalamos con toda naturalidad, es que las pelí­culas de Berlanga empiezan a ser, comparadas con el paisaje actual, versiones sosas de lo nuestro. Eso está bien, pues con algo hay que disfrutar antes de palmarla. Y los periódicos, y los telediarios, y tender la oreja al runrún de cada día, deparan momentos sublimes de juerga moruna. Dirán algunos que de ciertas cosas no hay que reírse, pues nada tan virtuoso como la indignación ante la injusticia o la estupidez. Pero uno acaba por asumir lo evidente. En España, la justicia, las virtudes y la indignación ajena importan un huevo de pato. Dere­chas, izquierdas, nacionalistas y demás oportunistas, ciudadanos de infantería incluidos, cada cual va a lo suyo. Impasi­ble mientras no le toque. El héroe nacio­nal no es don Quijote, sino don Tañere-do. De manera que, como analgésico, a veces resulta útil atrincherarse en la risa. Reír, según la manera, es también un modo de ciscarse en su puta madre. En la de ellos -rellenen ustedes con nom­bres la línea de puntos— y en la de los incautos e imbéciles que los engordan.

La última es finísima. Buscando los restos de doce republicanos asesinados en el pueblo turolense de Singra, una asociación para la recuperación de la lla­mada memoria histórica desenterró hace más de un año, por error, treinta y seis cadáveres de soldados muertos durante la Guerra Civil, en la batalla de Teruel. Examinados los restos por un equipo de arqueólogos y forenses, y tras comprobar que allí nadie había sido fusilado, sino que todos eran hombres —muchos muy jóvenes— muertos en combate, los bien­intencionados desenterradores no supie­ron qué hacer con tanto fiambre fuera de programa. De haber sido los doce republicanos asesinados, la historia habría salido redonda: homenaje a las víctimas, malvados nacionales y demás parafernalia. Incluso con soldados leales a la Repú­blica, el asunto habría tenido por dónde agarrarse. Pero se daba la incómoda cir­cunstancia de que los muertos, enterra­dos en fosa común en el mismo campo de batalla, pertenecían tanto al ejército nacional como al republicano. Eran de los dos bandos, mezclados en la barbarie de la guerra y la tragedia de la muerte. Espa­ñoles sepultados juntos, como debía y debe ser. Como lección y homenaje, deli­berado o casual, de sus enemigos y com­pañeros. Así que imaginen el papelón. Nuestro gozo en un pozo, colega. Esto no hay quien lo venda al telediario. Treinta y seis aguafiestas jodiendo el invento.

Pero lo más fino es la solución. Tan de aquí, oigan. Tan española. Disimula, Manolo, y silba mirando para otro lado. Unas cajas de cartón, el alijo dentro, y los treinta y seis juegos de huesos deposita­dos en las antiguas escuelas del pueblo. Guarden esto aquí un momento, háganme el favor, que vamos a comprar tabaco. Hasta hoy. Y mientras escribo esta página, los despojos llevan trece meses muertos de risa, metidos en las mismas cajas, sin que nadie se haga responsable. El alcalde de Singra, que es socialista, anda un poquito mosqueado, diciendo que no está bien tener ahí los huesos de cual­quier manera; que cualquier día entran unos perros y se ponen ciegos mascando fémures de ex combatientes, y que los de la asociación desenterradora tendrían que hacerse cargo del asunto, comprar féretros y sepultar aquel circo como Dios manda. Y los otros, por su parte, llamándose a andana. Diciendo que, como no son los familiares que buscaban, pues que tampo­co hay prisa, buen hombre. Ni se acaba el mundo ni nos corren moros, que decían los clásicos. La asociación es modes­ta, no está para muchos gastos, y ya se hará cargo cuando buenamente pueda. Si puede.

Y claro. Uno piensa que, por azares de la vida y de la Historia, quien pudo acabar en esa fosa tan alegremente abier­ta pudo ser mi tío paterno, el sargento republicano de diecinueve años Loren­zo Pérez-Reverte; o el alférez nacional Antonio Mingóte Barrachina, que es la bondad en persona, con quien me siento cada jueves en la RAE; o el padre de mi compadre Juan Eslava Galán, que hizo media guerra en un bando y media guerra en otro. Y los imagino a todos ellos, o a otros como ellos, descansando tranqui­los y a gusto desde hace setenta años en su fosa común de Singra o de donde sea, bien juntos y revueltos unos con otros, rojos y nacionales, tras haberse batido el cobre con saña cainita y mucho coraje, como Dios manda. Y en eso llega una panda de irresponsables, les pone los huesos al aire y los deja en cajas de cartón, porque en realidad buscaban a otros. Y las quejas, al maestro armero. E imagino sus chirigotas y carcajadas de caja a caja y de hueso a hueso. Fíjate, compañero. Memoria histórica, la llaman. Hay que joderse. ¿Sabrá un burro lo que es un pictolín? Triste y estúpida España, la nuestra. La de entonces y la de ahora. Por esta peña de subnormales no valía la pena matarnos, como nos matamos. •


 

www.xlsemanal.com/perezreverte - XLSEMANAL   4 DE ENERO DE 2009


 


 

 

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